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Wie hace las paces con su historia

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El guiño es fabuloso. De película. De Hollywood. Como la vida de Michelle Wie. Quince años después de que ya algún iluminado vaticinara que esta chica de Hawaii iba a ganar majors y seis después de que muchos otros anunciaran que era poco más que un desecho de tientas, resulta que va y gana el US Womens Open.

El guiño es fabuloso por el triunfo, por dónde lo ha conseguido y por cómo lo ha conseguido. Su primer grande no podía ser otro. La niña que estaba llamada a cambiar el golf femenino en Estados Unidos, la versión LPGA de Tiger Woods, la mina de oro que iba a atraer contratos millonarios de televisión y patrocinadores a gogó tenía que ganar el Abierto Nacional.

Y no había un lugar mejor para hacerlo que Pinehurst, el centro espiritual del golf norteamericano, el llamado St. Andrews de las Barras y Estrellas. Allí donde los buenos aficionados al golf estadounidenses de los años 40, 50 y 60 iban a pasar sus vacaciones jugando cada día en un campo distinto. Ahora no, ahora van a Hawaii, como Obama. Curioso. Donde nació Wie. Es el círculo perfecto.

Un detalle más que cierra este guión de Disney. Wie ha ganado un US Open histórico. El primero de todos los tiempos que se juega en el mismo campo y sólo una semana después que el US Open masculino. Otro guiño. La chica que soñó, o a la que empujaron a soñar, con jugar contra hombres, gana en el mismo campo que Martin Kaymer hace siete días. Y además, lo hace con la ayuda de Rickie Fowler y Keegan Bradley, que le pasaron sus libros de yardas con todos los secretos del campo. Los rivales pasaron a ser amigos. Cada cosa en su sitio.

Como a cualquier buena película, no podía faltarle una buena dosis de emoción. La tuvo, y mucha. Stacy Lewis apretó al máximo. Firmó un fabuloso 66 y dejó pronto en la casa club un inquietante resultado de PAR. Es la Número Uno del mundo y eso pesa lo suyo para las que están jugando por detrás. Amy Yang, por ejemplo, se deshizo. Sin embargo, Wie manejó la presión con facilidad. Sufrió, pero se le vio cómoda. Ganó medio US Open con un eagle extraordinario en el hoyo 10. Un eagle fruto de esa fantástica pegada suya, esa pegada por la que algún necio de su entorno cegado por los dólares pensó que debía competir contra hombres.

La victoria iba como la seda. Fue un reloj en el campo. Pegó tirazo tras tirazo hasta que Pinehurst pareció tragarse su bola. Ocurrió en el hoyo 16. Pegó la madera 3 desde el tee para asegurar la calle, pero se cruzó y acabó en el búnker. ¡Ay! esa bendita/maldita pegada suya. Desde la arena la metió en un arbusto, sí en esa zona nativa que ha sido la gran protagonista estas dos semanas de US Open. Y desapareció la bola. Hasta doce personas se afanaron en buscarla, con la ayuda del público y fueron pasando los minutos como si fueran toneladas de tierra encima de la espalda de Michelle. Cuando ya sonaba la campana al fin la encontraron. Tuvo que declararla injugable, dropar y acabó con doble bogey.

La victoria se tambaleaba. Su margen de tres golpes quedaba reducido de golpe y porrazo a uno y dos hoyos por jugar. Y Stacy Lewis cada vez pegando más bolas en el campo de prácticas. Entonces, apareció la garra de campeona, y la clase. Esa misma clase que ya demostró cuando tenía diez años y batió todos los récords al clasificarse para un US Amateur Public Links, o cuando peleó por la victoria en un US Open cuando apenas contaba con 15 años. Pegó un tirazo en el 17 y embocó un putt sobresaliente de unos cinco metros por todo el centro del hoyo. Otro guiño. Esta vez por esa forma tan peculiar de patear, formando un ángulo recto con el suelo, y que tantas críticas se ha granjeado.

Sí, Michelle Wie se ha hecho grande. Con 24 años, aún muy joven, conquista el primer major de su carrera. Y todo apunta, por qué no vaticinar en esta carrera suya llena de vaticinios, que no será el último.

Resultados finales