Pebble Beach trasciende

Por David Durán

Quizá no les parezca muy original el título genérico de esta sección pasajera. Doce campanadas. Pero, sí, vamos a dejarlo ahí: doce tañidos que resalten con cada ‘gong’ momentos muy concretos de este año 2010. Momentos especiales, íntimos incluso, aunque al fin insignificantes en la historia del golf y en el devenir de los grandes acontecimientos. Sin concierto alguno ni orden cronológico. No hace falta. Doce historietas, reflexiones, lejos del análisis concienzudo del periodista…

Miércoles de US Open en Pebble Beach. Hoyo 10. A setenta metros del tee Phil Mickelson se harta de firmar autógrafos. Por más que me cuenten que Phil no es hombre de fiar, a mi este tipo me encanta.

Estoy junto a Rafa Cabrera y Pablo Martín, que comienzan su ronda de prácticas por este hoyo. Lo juro: me tiemblan las piernas. Será el escenario, imponente. Serán los miles de aficionados en el campo.

Pebble Beach sobrecoge. ¿Cómo pudo hacerse un campo así a principios del Siglo XX?  Imagino a quienes lo jugaban por la mañana en aquellos tiempos y luego se marcaban un ‘charleston’ de madrugada…

Camino junto a los dos españoles por el mismo ‘fairway’. Nada sobra aquí, nada falta, me dicen. No pegan un solo golpe intrascendente. Así lo sienten ellos. Y así, en definitiva, defino yo el aura del mito californiano: nada es intrascendente en Pebble Beach.