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Bailando el Saturday Night

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La Ryder, a 2,07

A las ocho de la mañana arrancó la furgo y alguno se tuvo que meter en marcha a la pata coja, pero el domingo no había negociación posible. Queríamos llegar muy pronto a Gleneagles para coger sitio en la grada del tee del 1.

A las nueve estábamos entrando en el campo al estilo primer día de rebajas en unos grandes almacenes, pero con una fingida dignidad. No corres, pero poco a poco vas apretando el paso mientras miras con disimulo a derecha e izquierda por si te está pasando alguien. Te sientes como García Bragado en una final Olímpica.

Quedan más de dos horas para que se pegue el primer golpe del día cuando llegamos a la grada. Nos organizamos. Hay que colocarse lo más abajo posible, para escuchar, sentir y hasta tocar. ¡Ja! La grada está a reventar. No cabe un alfiler. Nos miramos con cara de pardillos. La desilusión es evidente, pero no nos movemos del tee del 1. Queremos vivir ese ambiente. Es el tendido 7 de Las Ventas.

Aparecen Jordan Spieth y Graeme McDowell. Ruido, mucho ruido. Gritos de «iurop», alguno más tímido de «iusei». Rápidamente, a coro, toda la grada se pone a cantar: «Jordan Spieth, give us a dance», «Jordan Spieth, give us a dance». Y así hasta que Jordan nos dio el baile. La liturgia se repite con todos los jugadores. Y todos bailan. Espectacular el comportamiento de europeos y americanos. Es una fiesta, un espectáculo, y así lo entienden todos.

Entre partido y partido el ambiente no decae. El clímax se alcanza, cómo no, con Miguel Ángel Jiménez. Algún iluminado le pide que haga su particularísimo e imitadísimo calentamiento. El Pisha ni se lo piensa. Allí que se pone con sus característicos movimientos mientras toda la grada lo sigue al unísono. Es una coreografía perfecta y divertidísima. Aquello por momentos parece el Macarena de Los del Río o aquel mítico Saturday Night de Whigfield (por supuesto he tenido que buscar el nombre del grupo).

Primero seguimos el partido de Justin Rose y Hunter Mahan. Qué barbaridad. Son dos de mis jugadores favoritos. No defraudan. Fue un intercambio de birdies al más puro estilo Ali-Frazier. Espectacular. Los dejamos en el cuadrilátero del hoyo 8 y nos vamos con Sergio García. Otra vez con Furyk. Cómo quieren a Sergio en las islas británicas. Es alucinante. Es uno de los suyos y yo diría que el cariño es mayor que hacia los propios ingleses.

Estamos en el hoyo 16, Sergio se saca de la manga un eagle sobrenatural y Gleneagles comienza a bullir. Se nota, se siente, se percibe en el ambiente que algo gordo está a punto de pasar. Todo el mundo va siguiendo por las pantallas gigantes que Europa está a un paso de ganar la Ryder. De repente, un instante de silencio, como si el tiempo se detuviera una milésima de segundo, y… la locura. Un estruendo atrona en Gleneagles y la tierra se mueve. Escocia tiembla bajo nuestros pies. No hace falta mirar a la pantalla. Todo el mundo lo sabe. Europa ha ganado la Ryder. El campo se funde en un abrazo múltiple. Da lo mismo quién está al lado. Esta cara no me suena, y qué más da. Empieza la fiesta.

Nos movemos rápido para coger sitio en la esplanada donde se ha situado el escenario para la entrega de la copa. La experiencia es alucinante. Te quedas sin palabras. Es un acontecimiento único. Mis amigos tienen los ojos como platos. Es mi segunda Ryder y cada una es especial. Cierto es que nada como la de Medinah, aquello es irrepetible, no sólo por la manera de ganar el domingo, sino por haberlo vivido desde dentro, como uno más del equipo. No se puede comparar. Sólo he llorado dos veces en mi vida, una fue en la final de la Copa del Rey que perdimos en Valencia contra el entonces Taugrés de Elmer Bennett. La otra fue en Medinah.

El champán fluye en Gleneagles y nos llega una botella. Le damos un trago y nos miramos todos los amigos. Tíos, esto es una pasada. Aprovecho la algarabía para colarme en la sala de prensa y hacerme una foto a lo McGinley. ¿Qué os parece? Por cierto, hablando de prensa, felicidades a María Acacia López Bachiller, jefa de prensa del European Tour que hoy cumple años. Felicidades y gracias por hacernos a todos la vida siempre un poco más fácil.

* Pedro Fernández es el director de la Miguel Ángel Jiménez Golf Academy.