Inicio Ryder Cup El viaje apocalíptico de Rose (y Stenson)

El viaje apocalíptico de Rose (y Stenson)

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Han sido 21 birdies en 16 hoyos. Justin Rose y Henrik Stenson frente a Bubba Watson y Matt Kuchar. La Ryder Cup se hinflaba de pura apoteosis y estallaba en mil pedazos. Da la sensación de que a partir de este momento sólo queda agarrarse al asiento…

No está de más grabar a fuego en la memoria estos y otros datos, para que los nietos, sus nietos, dispongan de cumplida información cuando toque contar batallitas. Doce birdies de la pareja europea (siete de Rose y cinco de Stenson) y nueve de la norteamericana. Y hasta seis hoyos empatados con birdie (madre mía). Si Watson y Kuchar jugaran este partido cien veces, seguramente lo ganarían en 99 ocasiones. Desde luego, nunca lo perderían a dos hoyos del final. Nueve birdies y golf de altura, tratando de ajustar la soga al cuello del rival a cada paso y en perfecta compenetración. Pero no había manera.

Ante la pareja europea, y más concreto ante Justin Rose, hoy era imposible llevar el barco sano y salvo a puerto. Prodigioso el inglés. Pateando al mismo nivel, o aún mejor, que el viernes. Destrozando la bola desde el tee. Y con precisión de cirujano con los hierros en las manos. A todo ello añádanle el ritmo, los gestos, el modo de caminar, la determinación… Y que nadie se olvide: firmaba siete birdies, pero al menos en un par de ocasiones aún tendría que haber pateado desde más cerca que su compañero si éste no hubiera embocado su putt de birdie…

Porque en el colmo de los colmos, cuando Rose se tomaba un respiro siempre (y cuando se dice siempre, es siempre) aparecía Stenson. ¿Cómo, si no, se explica que desde el hoyo 7 al 16 encadenaran diez birdies o que sumaran once entre los hoyos 5 y 16? Como quiera que los norteamericanos no se rendían (vaya réplicas las suyas) aquello casi había dejado de ser una competición a cara de perro para transformarse en una fiesta. Simple y llanamente. Unos y otros se felicitaban y hasta la afición continental se rendía a los esfuerzos del bando rival por hacer posible un imposible.

Correcto. Y del jolgorio a la cruda realidad. La que dicta que Estados Unidos volvía a ganar los fourballs y que, de hecho, de no mediar el apocalíptico despliegue Rose-Stenson, podía haber asestado un duro golpe a las huestes de McGinley, sobre todo en el plano moral. Ese fue el único partido que Europa ganaba.

Porque hoy, en el turno matutino, andaban finos los de las barras y las estrellas. Furyk y Mahan ganaban con aparente facilidad a Westwood y Donaldson. Y no fue tan fácil, lo que ocurre es que el acierto de los americanos en general y sobre todo en los greenes terminaron por romper la notable resistencia continental. Lee y Jamie siguen mereciendo toda la credibilidad.

Y la pareja de jóvenes novatos, Spieth y Reed, no aflojan. Esta mañana fue la mañana de Spieth, pero lo cierto es que ambos forman un bloque de granito. Tampoco ayudaba mucho a Europa en este duelo el mal momento por el que atraviesa Thomas Bjorn, al que se ha visto ambos días excesivamente preocupado (o responsabilizado) desde los primeros hoyos de juego. Kaymer, igual que el viernes, comenzaba con paso firme, sereno y certero, pero terminaba arrastrándose poquito a poco hacia el pozo del danés…

Y de la cruda realidad, de nuevo al festejo. El que provoca en el equipo azul y sus seguidores ver de nuevo a Poulter metido en faena. Vaya aprochito embocaba el inglés en el hoyo 15 para arreglar una complicada situación. De nuevo, por tercera vez consecutiva, Walker y Fowler empataban su duelo, pero seguro que Tom Watson termina citándolos como jugadores clave en su equipo, sobre todo en caso de victoria final. Esta mañana, además, hacían frente a la mejor versión que se ha visto en Gleneagles del Número 1 del mundo. Aunque a Rory McIlroy aún le queda una marcha más por meter. O puede que dos…