El revolcón que ha sufrido Estados Unidos en los foursomes de la tarde del sábado ha sido severo, inesperado y, aún peor, cocinado a fuego lento, que duele más. Es curioso, porque se ha llegado al mismo punto en que se estaba hace dos años (10-6), pero con los bandos cambiados y por caminos muy diferentes.
En Medinah, mediada la sesión vespertina del sábado, Europa se enfrentaba a la posibilidad real de marcharse al vestuario incluso con un 12-4 en contra. O algo similar, para ajustarnos mejor a los acontecimientos, quizá un 11,5 – 4,5 o un 11-5 de perfil igualmente desastroso. Hay que insistir en ello y hacer memoria: no era descabellado pensar en tal posibilidad iniciando aquellos fourballs (el orden de modalidades de juego era el inverso) con un resultado parcial de 8-4 abajo y después de que los dos primeros partidos se perdieran por goleada. Porque los otros dos duelos venían en el alero, hasta el punto que ambos llegaron al 18 y se decidieron en el último putt. Nos acordamos de Poulter, que venía cerrando junto a McIlroy y encadenó una serie mágica de birdies para firmar el punto, pero no podemos olvidarnos del que Donald y Sergio birlaron por delante a Woods y Stricker.
En Gleneagles, sin embargo, se venía hoy de una posición igualada (6,5 – 5,5) y los norteamericanos, más que agarrarse a un clavo ardiendo para dejarse una rendija abierta, han soñado hasta bien avanzados algunos partidos con llegar al domingo con un marcador más ajustado y abierto.
Europa ha recibido un premio por su buena actitud. La de Westwood, transformado (hasta su cara parece otra, más joven…), y la de su compañero, un Jamie Donaldson que ha estado a la altura del acontecimiento, muy metido. Complejos, cero. La de Sergio, que está sufriendo lo indecible porque no encuentra el modo de sacarle a su ‘motor’ las prestaciones habituales, pero que se ha puesto el mono, llevando la bola a calle desde el tee como fuera, aún a costa de perder distancia. La de McIlroy, su compañero, muy positivo y expresivo, yendo de la mano del español, por momentos casi literalmente. Así, a pesar de lo incierto del marcador en su complicado duelo con Mahan y Furyk (son dos lapas que se agarran y agarran aunque el juego no acompañe), terminaron siendo superiores hasta, finalmente, rematar.
La actitud de Graeme McDowell, a cuya compañía debe Dubuisson, seguro, esa balsa de aceite sobre la que ambos han navegado. En cuanto al francés… Más que actitud lo suyo ha sido convencimiento pleno y salvaje. Vaya manera de jugar. Vaya modo de fusilar los pares 3. Así que lo uno por lo otro: a la compañía de Victor debe Graeme dos puntos como dos soles. Porque la actitud es importante, pero si no acompaña el juego lo normal es que termines naufragando.
Y si se habla de buena actitud en esta Ryder Cup hay que hacerlo de Justin Rose. Aunque es bien cierto que su partido, junto a Kaymer y ante los novatos de oro, Spieth y Reed, terminó asemejándose a la ascensión de un ‘ocho mil’. Un paso, una bocanada de aire. Andaban los cuatro destrozados por el desgaste emocional, más que físico, aunque una cosa lleve a la otra. Vacíos. Pero el inglés encontraba el premio en el 18, salvando medio punto con un putt de metro y medio redentor.
¿Se puede pensar en un nuevo milagro? Desde luego, Tom Watson tiene ya escrita la línea argumental de su arenga: si ellos lo hicieron…
A partir de aquí, la verdad, cuesta imaginarlo. Es cierto, puede hacerse, pero se necesita un ‘algo’ intangible que hoy no se intuye en el equipo norteamericano. Resulta extraño que Mickelson y Bradley hayan descansado todo el día, por ejemplo… Habría que saber exactamente qué ha pasado ahí, porque la decisión de Tom Watson de darle continuidad a la pareja Fowler-Walker, tan machacada después de tres empates luchados hasta la extenuación mental (volvemos a lo de antes: el desgaste es emocional), resultaba algo sorprendente.