No es el lugar ni el momento de entrar en disquisiciones espirituales, ni estamos preparados para afrontar la eterna pregunta: si hay vida después de la muerte. Pero Severiano Ballesteros estaba hoy en Medinah.
No podemos asegurarlo con certeza empírica, pero juraríamos que casi se le pudo tocar y escuchar.
Europa ha protagonizado una remontada en la 39ª edición de la Ryder (13,5-14,5, tras un parcial de 3,5-8,5 en los individuales) que habrá que incluir en las páginas doradas de la historia del deporte. Nunca el equipo visitante había dado la vuelta de este modo a la competición en la jornada dominical. Quedará la gesta, entonces, como bendita efeméride para futuras generaciones.
José María Olazábal, cabezón como pocos, consiguió al fin conducir a todos los suyos por la senda de Severiano. El capitán lleva todo el año repitiendo el mismo mensaje: «nunca jamás desfallecer, no rendirse, eso es lo que siempre me enseñó mi maestro». Aunque toque agarrarse de vez en cuando a un casi imposible.
Porque eso es lo que ha hecho hoy la escuadra continental. Doce Severianos parecían en el campo. Cada uno a su manera (porque Poulter no celebra igual que Donald, ni Kaymer es tan expresivo como Sergio…), pero en realidad cortados por el mismo patrón: creer, creer ciegamente más allá de lo razonable. ¿Cómo si no, un muchacho de Pedreña se habría puesto el mundo por montera?
Y así es como se fue asfixiando al excelente equipo norteamericano. Creyendo. Se le hizo saber rápidamente que aquello de las palizas y los partidos que finalizaban antes del hoyo 14 ya se había terminado. Que hoy les tocaba sufrir, que quizá se llevarían la copa Ryder de vuelta a casa, pero que antes tendrían que salvar un doloroso tamiz cuajado de espinas, Severianos y Ballesteros.
Después de que el sábado por la tarde Ian Poulter recobrara la esperanza para Europa, Chema se lo dijo a todos ellos por la noche con el corazón en la mano. Y también con la cabeza: podemos hacerlo, realmente podemos. Y el milagro, insinuado de la mano de aquellos puntos salvadores (los de Poulter, Donald y Sergio del sábado) comenzó a obrarse:
-Luke Donald, de repente, emergió de ese proceloso mar de incómodas dudas, para fustigar con un junco de precisión a Bubba Watson.
-Poulter parecía decirle al oído a Webb Simpson en el tee del hoyo 1: «te vas a dar un paseo infernal conmigo hasta el 18, y allí acabaré contigo».
-McIlroy maniató de una vez por todas al inquieto y travieso Bradley con una cuerda de birdies (seis sumó el norirlandés).
-Rose destrozó a Mickelson con sendos putts en el 17 y 18, directamente enviados por Seve desde el cielo.
-Lawrie caminaba por el campo como diciéndose: esto lo inventamos nosotros, así que iros preparando.
-Colsaerts vendió cara la derrota. Y fue de todo menos un rookie timorato.
-McDowell aguantó mientras pudo un chasis que había llegado a la cita algo descabalado. Y aún se revolvió hasta el 17. Un hoyo más, un hoyo más…
-Sergio nos hizo sentir orgullosos llevando a un tipo como Furyk al límite de su inagotable aguante emocional. Hasta tumbarlo.
-Hanson se vio cuatro abajo al final de los nueve primeros hoyos, a merced de un Dufner colosal, pero se aferró al mismo espíritu: «no llevo la bandera blanca en la bolsa». Y aún alargó el duelo hasta el 18, con una opción real y cristalina de sacar medio punto más. Medinah no daba crédito…
-Westwood apareció cuando más se le necesitaba. En los últimos seis hoyos de su duelo ante un Kuchar que no terminaba de entender todo lo que estaba ocurriendo y que, sin duda, lo sintió en los greenes.
-Kaymer rebobinó en el tiempo para embocar el putt decisivo que su padre deportivo, Bernhard Langer, erró trágicamente hace 21 años en Kiawah. Casi desde la misma distancia y en muy parecidas circunstancias. Deutschland, Deutschland.
-Y Molinari mantuvo a raya al Tigre. Llegó a dominarlo, peleó de tú a tú con él y aún lo rindió en el 18, cuando Europa ya había retenido la Copa. Tal y como Seve hubiera querido que todo acabara.