A Jon Rahm se le ha atravesado su debut en la Ryder Cup y le está costando un mundo digerirlo. El golfista de Barrika es cabeza de león por naturaleza y no puede ocultar su escozor por no haber podido aportar algún punto al equipo. Soñaba con la Ryder y con ser protagonista en ella y el cero de su casillero después de dos jornadas le está abrasando las entrañas.
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Se entiende. Es su mentalidad. Es un campeón nato. Está acostumbrado a salir en la foto, a ganar y le duele en el alma estar en un segundo plano. Está feliz por la victoria provisional de Europa, pero no se quita de la cabeza su obsesión por aportar algo al equipo. La rabia le consume.
Obviamente, Jon también necesita experiencia Ryder y la madurez que aporta la edad y los varapalos de la competición para asumir de una manera más apropiada que en una semana así el equipo está por encima de todo. El objetivo final es la victoria de Europa y si se consigue, todos y cada de los miembros del equipo habrán ganado. Sin matices.
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Claro que todos quieren sumar puntos y ser los héroes de la Ryder, pero es un error no pensar que los héroes son los doce. Al menos, de puertas del vestuario hacia dentro. Es la clave de cualquier equipo sólido, ser capaz de vibrar igual con una victoria de Francesco Molinari que con la tuya propia.
Es bueno que esté dolido porque demuestra raza, coraje y personalidad. Incluso se agradece que siempre exprese sus emociones y sentimiento de esa manera tan franca y directa porque también demuestra sinceridad y nobleza. En el fondo es una cuestión de enfoque y seguro que el tiempo le ayudará a ver estas cosas con una mayor perspectiva. Porque si algo hace Jon es aprender rápido y bien, y eso es síntoma de inteligencia.
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Precisamente, antes de saberse los individuales, Rahm confesaba que «aún espera aportar su granito de arena al equipo». Ahí tiene la gran oportunidad. Jugando el cuarto partido del domingo contra Tiger Woods.
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