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El discurso niquelado de Cañi

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Alejandro Cañizares. © RC Valderrama.
Alejandro Cañizares. © RC Valderrama.

El periodista puede (y hasta debe) leer entre líneas cuando anda entrevistando a un protagonista, en este caso a un jugador de golf profesional que, pongamos por caso, acaba de firmar la tarjeta después de una ronda de competición oficial.

– Están los que te dicen lo que quieres oír.

– Y los que tienen muy claro qué mensaje quieren lanzar (lo lanzarán sea cual sea la pregunta). Otros, sin embargo, pueden haberse fracturado la tibia y el peroné y no hacer ninguna referencia al hecho si no preguntas por ello expresamente.

– Los hay estoicos a las malas, que incluso llegan a sonreír después de un mal día en la oficina. Aunque sea sólo una pequeña mueca de pura melancolía…

– O cenizos que no terminan de sacarle punta a un 68.

– Te encuentras con los del piloto automático, que no se salen del guión, quizá para no decir nada de lo que después puedan arrepentirse.

– Optimistas impenitentes, para qué engañarse, se cuentan con los dedos de una mano los que te encuentras a lo largo del año. Y sobran dedos.

– Están los que miran al infinito. Y los que te enfocan a la cara…

Reconozcamos que no es nada sencillo ponerse delante de un micrófono, grabadora o lo que sea que te apunte, amenace e interpele. Hagan ustedes la prueba, simplemente para explicar cualquier nimiedad, y verán el desatino. Por eso es labor también del periodista decente interpretar o leer entre líneas. En ocasiones, uno se encuentra con un discurso como el de Cañi esta mañana, que fluye solo, que no hace falta interpretar, que sale bien armado de la boca (es cierto que venía de hacerle un meritorio y trabajadísimo 70 a Valderrama, que eso siempre ayuda).

Pasen y vean y que cada cual saque sus propias conclusiones:

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