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El kung fu de Bryson DeChambeau

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Bryson DeChambeau © Golffile | Eoin Clarke
Bryson DeChambeau © Golffile | Eoin Clarke

Siempre me he preguntado si el científico loco nace o se hace, si ya desde su más tierna infancia se levantan todas las mañanas con ganas de conquistar el mundo, o de transformar las raíces de la sociedad, o de jugar a ser Dios, o si de repente durante su adolescencia algo hace clic después de alguna experiencia iluminadora o traumática. En los ejemplos literarios y cinematográficos hay un poco de todo y no se pueden hacer lecturas muy generalistas. Habitualmente, llegados a cierto punto se les pone cara de Peter Cushing (o similares) y, hale, a liarla parda, como dijo aquella otra aprendiz de científica loca cañí.

«Exigir que la instrucción de golf sea sencilla no la vuelve sencilla, sino incompleta e ineficaz»

Supongo que lo mismo puede decirse de Bryson DeChambeau, el jugador de moda, aunque el apelativo de «mad doctor» sea en su caso cariñoso y no lo veamos protagonizando un serial estilo Universal o Hammer. Desde luego, no es el primero en recurrir a un enfoque científico para intentar profundizar en el golf, ni mucho menos. Ya en los años veinte del siglo pasado, Seymour Dunn publicaba Golf fundamentals, un libro que planteaba las bases de la biomecánica en nuestro querido deporte. Luego llegaría Homer Kelley y The Golfing Machine, un complejo sistema de enseñanza que aún tiene un buen número de partidarios (como el propio DeChambeau, que curioseó en sus bases). «Exigir que la instrucción de golf sea sencilla no la vuelve sencilla, sino incompleta e ineficaz», propugnaba Kelley en su manual. Toda una declaración de intenciones, desde luego.

Peter Cushing.
Peter Cushing.

Uno de sus seguidores, Mac O’Grady, tal vez fuera el primer «científico loco» reconocido en el mundo del golf. De personalidad estrafalaria y florecer tardío, ya que necesitó 17 pasos por la escuela del PGA Tour para hacerse con la tarjeta, O’Grady ofrecía a sus pupilos una mezcolanza de conocimientos supertecnificados barnizados de mantras salidos de libros de autoayuda, una mezcla explosiva que convenció temporalmente a jugadores como Seve Ballesteros, por ejemplo. El deslenguado Gary McCord, que lo conocía desde su juventud, tenía un curioso apodo para él: «Wacko Grady» (es decir, Grady el Chiflado). Pero tampoco hay que irse muy lejos para encontrar casos peculiares: el italiano Edoardo Molinari es un apasionado de la estadística y de las cifras, y al leer algunos de sus tuits siempre te queda la duda de si está hablando en serio o si es una broma elaborada. En uno de los últimos afirma haber averiguado por qué la bola vuela un 2,4% menos por la mañana y un 3,8% más por la tarde en el campo de Arabia Saudí por donde pasó el European Tour la semana pasada. ¿La respuesta? La alineación de las cimas de las dunas al oeste de Riad.

Mac O’Grady, tal vez fuera el primer «científico loco» reconocido en el mundo del golf. De personalidad estrafalaria y florecer tardío, ya que necesitó 17 pasos por la escuela del PGA Tour para hacerse con la tarjeta

Aun así, DeChambeau es quien nos viene a la mente cuando pensamos en el «hacker del sistema» del golf actual. No creo que haya muchos más jugadores que hayan estudiado el coeficiente de restitución de las banderas (bueno, Molinari sí realizó un concienzudo análisis estadístico de los posibles efectos de patear con la bandera puesta). Como declaró en la rueda de prensa posterior a su reciente triunfo en Dubái, DeChambeau decía tener controlado el golf al «40 o 50%», y que el proceso de llegar al 80 o 90% le llevaría cuatro o cinco años, una afirmación, sin duda, osada. Me recuerda a aquel amigo mío que dijo a los miembros de nuestra cuadrilla habitual que ya no podía volver a jugar al póquer con nosotros porque nos tenía fichados… pero el caso es que seguía siendo quien más dinero se dejaba noche sí, noche también (pero no se espanten, que quedábamos para jugar de pascuas a ramos y sobre la mesa había cantidades muy moderadas). Si DeChambeau consigue «descodificar» el golf, a lo mejor dentro de unos añitos, en lugar de vídeos de instrucción o clases prácticas, acabamos «enchufándonos» chips en plan Matrix con todos sus conocimientos recopilados para asimilarlos. ¿Recuerdan cuando Neo decía eso de «sé kung fu»?

James Douglas Edgar, el campeón hedonista

Aunque es difícil llevarle la contraria a alguien que ha ganado cuatro de sus últimos diez torneos, y cuyo peor resultado en ese trecho han sido los decimovenos puestos cosechados en el BMW Tour Championship y el Tour Championship, el planteamiento hipertecnificado de Bryson DeChambeau conlleva algunos riesgos. Por un lado está la «parálisis por el análisis», un mal que aqueja a muchos golfistas de andar por casa que ni siquiera tienen en cuenta la décima parte de las variables que pone en juego el estadounidense. Aun así, parece que DeChambeau está dispuesto a morir antes que dejar su método y no le vemos renunciando al millar de elementos que tiene en cuenta antes de ejecutar cada golpe (pese a las críticas nada veladas de algunos de sus compañeros), ni, por supuesto, a sus hierros con varilla de la misma extensión o a su curiosa manera de patear.

Edoardo Molinari afirma haber averiguado por qué la bola vuela un 2,4% menos por la mañana y un 3,8% más por la tarde en el campo de Arabia Saudí por donde pasó el European Tour la semana pasada. ¿La respuesta? La alineación de las cimas de las dunas al oeste de Riad

Por otro lado, y aunque este aspecto sea difícilmente cuantificable, habría que plantearse qué efecto sobre el golf, en términos generales, tienen sus rutinas. Los aficionados tenemos la molesta costumbre de copiar los peores hábitos de aquellos jugadores con tirón que se asoman a la pequeña pantalla y huelga decir que el método de DeChambeau no invita al juego rápido y a la toma de decisiones ágil. La rutina del estadounidense puede resultar tan apasionante como un capítulo de Así se hace si la ves una vez, pero posiblemente empalague si el realizador no hace bien su trabajo y se empeña en que nos traguemos minuto tras minuto de cálculos y componendas, al margen de la influencia perniciosa que pueda tener sobre el aficionado medio. Habrá a quien le parezca exagerado este comentario, dado que el cáncer del juego corto (especialmente en el PGA Tour) no es cosa de ayer ni de anteayer, pero como decía Carmen Maura en aquel anuncio antediluviano cuya mención delata mi edad, «tacita a tacita»…

Edoardo Molinari. © Golffile | Eoin Clarke
Edoardo Molinari. © Golffile | Eoin Clarke

En última instancia, y volviendo al ambiente literario y cinematográfico, uno de los elementos más habituales de las historias con «mad doctors» era el «overreacher plot» (o trama del transgresor, según describió Noël Carroll). El científico (ya se apellide Jekyll, Von Frankenstein, Orloff o West) disocia ciencia y ética y, borracho de hibris, aquel concepto griego que puede traducirse como desmesura o arrogancia, juega con fuerzas que se les van de las manos y que acaban volviéndose en su contra. Ya sabemos qué suele pasar con ellos en las películas o libros que protagonizan…

Algo que aprendí en 2018

En absoluto le deseo algo así a Bryson DeChambeau. Al margen de las consideraciones temporales, la originalidad y el éxito de su planteamiento le convierten, merecidamente, en uno de los principales protagonistas del año que entra, por mucho que nos preguntemos si el exceso de tecnificación supone un peligro para el golf. Creo que esa batalla ya se perdió hace mucho tiempo, la verdad. Y no me digan que no es morboso seguir a un jugador capaz de decir la siguiente frase: «Einstein dejó para la historia la teoría de la relatividad, y a mí me gustaría hacer algo parecido con el golf». Contigo siempre, Bryson… pero cuidado con la hibris.