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Estallido de color

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El cuadro The Golfers, de Charles Lees.
El cuadro The Golfers, de Charles Lees.

Salvo para los que sufren acromatopsia, y como nos recordaban en aquella introducción musical viejuna de los dibujos animados de Disney, “el mundo es cascada de colores” (“máaaaaaagico, mundo de colooooooreeeees”). Los colores transmiten sensaciones, aunque haya quien vaya demasiado lejos en su identificación con algunos de ellos, ya estemos hablando de deporte o de política. Más allá de las frecuencias y las longitudes de onda, más allá de los adjetivos y las metáforas, los colores no son meros revestimientos que sirven de adorno, sino que se convierten en símbolos, y, yendo de la estética a la ética, a veces son obstáculos y barreras.

Adentrándonos en el terreno artístico, Charles Lees, autor del inmortal The golfers, un óleo clásico en el que se refleja con elegancia la tensión de una competición match-play en el Old Course de Saint Andrews, fue uno de los primeros que recurrió al color para llevar el golf a las paredes de las pinacotecas más exclusivas, mientras que otros artistas posteriores de perfil más popular, como Norman Rockwell o J. C. Leyendecker, fueron fieles testigos de la evolución estética de nuestro querido deporte y reflejaron su carácter inclusivo y familiar. El golf saltó de la pintura a la fotografía, al cine y a la televisión, ámbitos influidos por las evoluciones técnicas que escaparon del blanco y negro inicial hasta ofrecernos una auténtica avalancha sensorial en alta definición.

Del combinado rojinegro de Tiger Woods al inmortal caballero negro

Sin embargo, hay golfistas que parecen despreciar esas posibilidades técnicas y optan por recurrir a una paleta de colores muy limitada (aunque a veces llamativa) para destacar. Ahí tenemos el ejemplo del combinado rojinegro de Tiger Woods, prendas que estamos deseando volver a ver con asiduidad los domingos de torneo y que en su momento fueron otra de las intimidatorias armas del arsenal del californiano; o el atuendo monocolor de Gary Player, el inmortal caballero negro; o el naranja de Rickie Fowler homenajeando a Oklahoma State, aunque a los españoles ese tono no nos recuerde a la universidad sino a los esforzados butaneros que nos visitaban de vez en cuando.

Tiger Woods. © kenneth e.dennis / kendennisphoto.com) www.golffile.ie
Tiger Woods. © kenneth e.dennis / kendennisphoto.com) www.golffile.ie

John Daly, convertido en Pantone ambulante merced a su acuerdo de patrocinio con una de las marcas que han empuñado la bandera de la visibilidad a toda costa

Ian Poulter.
Ian Poulter.

En contraposición a los jugadores que eligen un solo color están aquellos que asaltan los sentidos con combinaciones variopintas e insólitas, golfistas que podrían provocar ataques epilépticos a las almas más sensibles, deportistas capaces de soportar sin apuros el peso de las miradas ajenas. La lista es larga: desde Doug Sanders a Payne Stewart, pasando por Scott Hend, Duffy Waldorf, Woody Austin, Ian Poulter… y, por supuesto, el inclasificable John Daly, convertido en Pantone ambulante merced a su acuerdo de patrocinio con una de las marcas que han empuñado la bandera de la visibilidad a toda costa. A priori parece dinero bien invertido, dado el tirón mediático del rubio golfista estadounidense, siempre que no volvamos a verle de naranja presidiario. Esa es la principal preocupación de las empresas que representan a los mejores jugadores del mundo: sacar rendimiento a su inversión y conseguir que las prendas vestidas por los héroes acaben enfundando a los golfistas más mundanos. En estos tiempos asistimos a una maniobra que se repite al menos cuatro veces al año coincidiendo con la llegada de los torneos grandes. Con puntualidad exquisita cada marca publica el llamado “scripting” de sus jugadores, es decir, y en román paladino, la indumentaria que se pondrán sus patrocinados durante los cuatro días del torneo. Publicidad transformada en noticia en una maniobra habitual en este deporte, primicias que pretenden convertirse en objeto de deseo del jugador de a pie.

Los colores también sirven para transmitir mensajes y sentimientos, como el patriotismo que rebosa en los uniformes de la Ryder Cup (más en el caso de los estadounidenses). También hay quienes recurren a la bandera de sus países para dejar patente su procedencia, como el ya mencionado Woody Austin, pero también Carlos Balmaseda, Felipe Aguilar, Ian Poulter, que no necesita muchas excusas para enfundarse la Union Jack durante el Open Championship, o John Daly, que además de recurrir a menudo a las barras y estrellas en otras ocasiones ha decidido hacer un guiño a los habitantes de los países que visita vistiendo pantalones con distintas banderas (Canadá, Australia, etc.). Del mismo modo, el amor a los colores traspasa las barreras deportivas y no son pocos los golfistas que han optado por vestir prendas de selecciones o equipos de otras disciplinas, como cuando en plena fiebre del mundial de Sudáfrica Martin Kaymer jugó con una camiseta de la selección alemana de fútbol en la última jornada del BMW International Open de 2010, o Sergio García, conocido aficionado al fútbol, cuando se enfundaba la zamarra del combinado nacional en ese mismo torneo. No hace falta recurrir a las pruebas de atención de Forges para averiguar a qué equipo de fútbol sigue el de Borriol: basta con ver el uniforme blanco impoluto con el que sale a jugar de vez en cuando. Del mismo modo, los zapatos que a veces se enfunda Pablo Larrazábal dan fe de que el barcelonés no comparte gustos futbolísticos con su compañero de fatigas.

En plena fiebre del mundial de Sudáfrica Martin Kaymer jugó con una camiseta de la selección alemana de fútbol

Bermudas de color rosa

La libertad de vestuario que lógicamente tienen los golfistas contrasta con las limitaciones que sufren los caddies. El sábado del Arnold Palmer Invitational de 2016, un representante del PGA Tour se acercó a Duane Bock, caddie de Kevin Kisner, para decirle que las bermudas de color rosa que llevaba no se ajustaban al código de vestimenta del circuito. Según el manual del jugador, los caddies deben llevar pantalones largos estilo chinos o bermudas monocolores, pero no se especifica ningún color. Como telón de fondo de este toque de atención, el enfrentamiento entre los caddies y el PGA Tour por el trato que les dispensa el circuito y su uso como “carteles ambulantes” sin recibir contrapartida a cambio. Y esta, por desgracia, no es la única discriminación relacionada con el color que se ha vivido en el mundo del golf.

Kevin Kisner y Duane Bock.
Kevin Kisner y Duane Bock.

La omnipresencia de Tiger Woods en la élite del golf mundial en las dos últimas décadas ha disimulado una de las injusticias más graves relacionada con este deporte: la marginación histórica de los jugadores negros. De hecho, la presencia de golfistas afroamericanos en los principales circuitos sigue siendo testimonial, aunque las barreras raciales, por suerte, se vayan superando.

La omnipresencia de Tiger Woods en la élite del golf mundial en las dos últimas décadas ha disimulado una de las injusticias más graves relacionada con este deporte: la marginación histórica de los jugadores negros

La lista de agravios es larga, casi tanto como la historia de este deporte en EE. UU. Cierto es que hay golfistas negros vinculados al golf desde finales del siglo XIX, cuando el Dr. George F. Grant inventó el tee de madera moderno o John Shippen jugó en el segundo U.S. Open que se celebró en Shinnecock Hills, pero durante casi medio siglo los golfistas negros tuvieron vetado el acceso a casi todos los torneos profesionales y no les quedó más remedio que conformarse con las pruebas organizadas por la United Golf Association, una entidad que promovía torneos para negros durante la época de la segregación racial. En las pocas ocasiones que podían competir con jugadores blancos a los golfistas negros los emparejaban entre sí, al menos hasta que Johnny Bulla y otros compañeros decidieron romper esa tendencia dando el primer paso de una larga lucha que aún duraría varias décadas. La llegada de Jackie Robinson a la Major League Baseball en 1947, un hito en la irrupción de los atletas negros en el deporte profesional, ofreció esperanza a todos aquellos golfistas que, hasta entonces, se veían relegados a ejercer de caddies o malgastaban su talento en torneos de segunda fila. Jugadores como Bill Spiller pleitearon para ganarse el puesto que su calidad les debía haber otorgado, y el PGA Tour claudicó en 1952 y aceptó abrir las puertas a los golfistas negros, pero la PGA de América se resistió a la integración y litigó incansablemente hasta 1961. Aun así, la transición no fue nada sencilla para golfistas como Pete Brown, Jim Dent, Bill Spiller o Charlie Sifford, sobre todo cuando tenían que jugar torneos en los estados sureños. En 1961 Sifford se convertía en el primer afroamericano con tarjeta en el PGA Tour, mientras que en 1963 Althea Gibson hacía lo propio en el LPGA Tour. Al año siguiente, Pete Brown lograba la primera victoria de un jugador negro en el Waco Open, pero hubo que esperar hasta 1975 para que Lee Elder consiguiera franquear las puertas del exclusivo Augusta National con el fin de jugar en el Masters.

Charlie Sifford.
Charlie Sifford.

En 1961 Sifford se convertía en el primer afroamericano con tarjeta en el PGA Tour

Althea Gibson.
Althea Gibson.

La lucha por los derechos civiles de los negros se libró en un amplio frente que alcanzaba todos los ámbitos de la sociedad, y el mundo del deporte (y del golf) no fue ajeno a los esfuerzos de unos pioneros que tuvieron que enfrentarse a mentalidades pacatas, organizaciones anquilosadas e instituciones cómplices. Pese a las dificultades y las desigualdades, y aunque no haya que bajar la guardia ante cualquier tic racista que pueda detectarse, hay que congratularse de que, en la actualidad, el color haya quedado relegado al ámbito de la estética en el mundo del golf.