Inicio Blogs Rafa Cabrera Bello Solo, en un aeropuerto, se me cayó una lagrimilla…
El canario nos cuenta la catarata de sensaciones que ha vivido este año hasta llegar a la Ryder Cup

Solo, en un aeropuerto, se me cayó una lagrimilla…

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¡Hola a todos! Ya sé que me he demorado un pelín en escribir este blog, pero espero que la espera haya valido la pena. Quería compartir con todos cómo he vivido estas últimas semanas una vez que supe que estaba clasificado para la Ryder Cup.

Voy a comenzar por el principio de año. Estaría mintiendo si dijera que antes de viajar a Abu Dhabi para disputar mi primer torneo del año la Ryder era un objetivo claro y concreto. Por supuesto que era un sueño, siempre lo ha sido, pero de ahí a plantearme meterme en el equipo partiendo de aproximadamente el número 115º del ranking mundial parecía una meta difícilmente alcanzable. Ahora, he de reconocer que tras la «gira del desierto», con resultados de 14º, 2º, y nuevamente 2º, la ilusión por estar en el equipo empezó a fraguarse dentro de mí. No pasaron muchas semanas más, afortunadamente el juego siguió estando muy sólido, y tras Doral, WGC Match Play, Houston y el Masters, la clasificación Ryder pasó de ser esa meta difícilmente alcanzable a convertirse en el objetivo primordial.

Pero aún quedaba tanto… Muchísimas semanas, muchos torneos, algunos con dotación de puntos Ryder extra, incluso tres majors más, etc, etc, etc… Resumiendo, aún había que poner toda la carne en el asador. Y empiezan a venir las preguntas, entrevistas, casi a diario: ¿y la Ryder? ¿Cómo te ves? ¿Crees que puedes? ¿Podrás mantenerte dentro del equipo? Y más…

¿Cómo podía quitarme esa presión que inevitablemente te viene encima una vez que «estás de momento en el equipo»? Pues había que olvidarse de la Ryder de alguna manera, y seguir jugando de la misma forma que había hecho a lo largo del año. Aprender a no pensar en ella (tarea absolutamente imposible debo reconocer). Pero sí que me busqué un truco. Confiaba en que me clasificaría si seguía jugando igual de bien, así que cada vez que me venía la Ryder a la cabeza en el campo, me decía a mí mismo que pensar en ello no me haría jugar mejor, pero sí que me haría intentar dar lo mejor de mí en absolutamente cada golpe que tuviera. Que todo suma para la Ryder. Y con esa actitud afronté el resto del año. En vez de «intentar clasificarme», lo cambié por «luchar cada golpe». Centrarme en la tarea, en vez del resultado. ¡Y con mucho orgullo puedo decir que me funcionó!

Acercándonos más a la fecha de la clasificación, recuerdo torneos como el Open de Francia y los dos majors posteriores. Esos eran tres torneos claves. Por detallar uno que viví con gran emoción, sin duda fue el Open de Francia. Tenía una dotación extra en puntos Ryder y por ello constituía una posible amenaza, ya que si las cosas no salían bien, una pelea en la que estábamos unos 6-8 luchando por 3-4 plazas, se podía transformar en una masacre de 10-12 por 2-3 plazas. Sin embargo, al mismo tiempo, también era una oportunidad. Yo iba por delante de la mayoría, y si era yo el que conseguía el buen resultado, todo empezaría a tener muy, pero que muy buena pinta. Y así fue: mi 4º puesto me volvió a dar otro empujón enorme, distanciándome más de los demás. Esa gran semana unida a pasar sendos cortes en los dos majors siguientes, prácticamente afianzaba mi clasificación. Las carambolas que se tenían que dar para no clasificarme empezaban a ser una locura estadística. De todas formas, había que seguir siendo prudentes, que si algo nos enseña el golf es que hasta el último momento todo puede pasar.

El momento en el que me comunicaron que me había clasificado matemáticamente fue el domingo del Wyndham Championship. Fue durante la entrevista que me hizo Nick Dougherty para la cadena Sky después de mi vuelta. Recuerdo perfectamente que en ese momento esbocé una enorme sonrisa, a pesar de haber terminado esa vuelta con bogeys en los hoyos 16 y 17 que me desplomaron de la segunda a la quinta posición del torneo. Sin embargo, la sensación de alegría enorme no la había sentido aún. Seguramente esa pequeña frustración por ese final amargo me impidió disfrutar ese día. Fue al lunes siguiente, cuando comenzaba el largo viaje de vuelta, cuando me impactó. Estaba en el aeropuerto, viajaba solo. Leía la prensa que hablaba de la noticia, las redes sociales, el móvil lleno de mensajes y llamadas… Se me ponían los pelos de punta y los ojos soltaron alguna que otra lagrimilla. Estaba emocionado. Me sentía inmensamente feliz y orgulloso. Llevaba toda mi vida soñando con jugar algún día la Ryder; ser otro español más que defiende a Europa en uno de los acontecimientos deportivos más vistos del mundo; estar en ese tee del 1 del que tanto habla todo el mundo y sentir lo mismo que han sentido mis ídolos Seve y Txema, mis amigos Sergio, Miguel y Nacho… ¡Por fin lo iba a vivir! Saber que todo el trabajo y esfuerzo de tantos años me iba a devolver una experiencia inolvidable. Estar allí con mi familia, mi pareja y entrenadores que tanto me han ayudado a conseguirlo. Qué honrado y afortunado me sentí ese día.

Incluso ahora escribiendo este blog varias semanas después vuelvo a revivir esas mismas sensaciones. Han sido unas semanas fantásticas para mí. He podido disfrutarlas y a la vez entrenar y prepararme para la Ryder. Tres semanas sin competir después del Wyndham antes del Open de Italia, y ahora esta libre también antes de la Ryder. Pero que nadie se confunda, libre no significa sin entrenar, he estado preparándome para la que seguramente sea la semana más intensa de mi carrera. He planteado el calendario los últimos meses para llegar en mi mejor forma posible, tanto técnica, física como psicológicamente. Aportar mi granito de arena para que Europa vuelva a ganar. Es un sueño hecho realidad, y a mí siempre me salen las cosas bien en mis sueños. ¡Así que estoy seguro de que va a ser una semana inolvidable!