Por Pablo Larrazábal.
Lunes. Masters de 2003. Ronda de prácticas. José María Olazábal, Miguel Ángel Jiménez y Álex Larrazábal juegan juntos. Casi nada. Yo, con la bolsa de mi hermano al hombro. Llegamos al tee del hoyo 16. Pegan el golpe de salida y nos acercamos al borde del lago a cumplir con una de las tradiciones sagradas de Augusta…
Hay que pegar un golpe muy raso, para que la pelota vaya dando botes en el agua, tipo rana, y acabe en el green. Espectáculo. Es uno de los momentos más esperados por el público. Primero se coloca Miguel. Agarra el hierro 3 y ¡zás! golpea, su bola pega un bote en el agua, pero no pasa el lago. ¡¡¡¡Ooooohhhhh!!! del público. Siguente turno. Olazábal. Agarra el hierro 3 y ¡zás! Perfecta. Pega un bote en el agua, otro un poco más alto, la bola bota en green, rueda y acaba en el búnker del fondo. Ovación.
Le toca a mi hermano. Me pide el hierro 4. No sé por qué, no me preguntéis, pero él mi pidió el hierro 4. Lo lógico es hacerlo con el palo más cerrado de la bolsa, pero no, Álex con el hierro 4. Se pone a la bola y con la emoción quiere pegar un hierro 4 muy fuerte y ¡¡le sale un misil a un metro y medio de altura, dirección a la bandera, por encima del green, apuntando exactamente a las cinco filas de espectadores del fondo!!
El público ejecuta a la perfección un movimiento a lo matrix para librarse del impacto, se abre un hueco a la velocidad de la luz… y menos mal, porque esa bola podría haber atravesado a varias personas. La pelota, que nunca llegó a sentir ni siquiera el frescor del agua, acabó en medio de la calle del hoyo 6. Fue un misil penetrante como si estuviéramos en Royal Birkdale luchando contra el viento.
La gente no entendía nada. Le dio hasta vergüenza ir a por la bola.
