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¿No es inhumano pedir a Sergio y Jon que recojan el testigo de Seve y Chema?

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Seve Ballesteros, con la Chaqueta Verde.
Seve Ballesteros, con la Chaqueta Verde.

El nombre de Seve Ballesteros, que hoy habría cumplido 62 años, estará para siempre ligado al Masters de Augusta. Lo mismo ocurre con José María Olazábal. Dos iconos de un torneo legendario. El paso del tiempo no nos debe hacer caer en el error de olvidar lo que han hecho en el idílico prado verde de Bobby Jones.

Sus números son una barbaridad, hasta el punto de que marcaron una época en Augusta durante las décadas de los 80 y 90. En cierto modo, han llegado a dominar el Masters, un lujo que sólo está al alcance de nombres como Ben Hogan, Jack Nicklaus, Tiger Woods, Arnold Palmer o, más recientemente, Jordan Spieth. Y no, no es una exageración, ni chovinismo de patio de colegio. Su dimensión es mayúscula.

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Severiano, de 1980 a 1990, es decir desde su primer top ten al último en el Masters, cosechó dos victorias, dos segundos puestos, siete top 5 y ocho top ten. Una locura maravillosa. Su media de golpes en este periodo mágico fue de 71,25 en 40 vueltas, un registro asombroso en Augusta. De hecho, si miramos un dato tan objetivo y directo como los golpes sacados a la media del torneo ronda a ronda, resulta que Seve fue el mejor del Masters en la década de los ochenta. El cántabro sacó 2,59 golpes por vuelta a la media del día. Brutal.

La década de los ochenta de Seve casi no tiene parangón en el Masters. Lo más parecido fue lo que hizo Ben Hogan en los años 50, con dos victorias, dos segundos puestos, cinco top 5 y siete top ten. Y sólo se puede considerar superada por el gran Jack Nicklaus en los 70, cuando dejó para la posteridad diez top ten consecutivos, dos victorias, dos segundos puestos y ocho top 4.

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Olazábal no se queda nada lejos. Si analizamos el mismo periodo que Seve, es decir, desde su primer top ten hasta el último (de momento), desde 1989 a 2006, su balance es igualmente grandioso. En esta secuencia de 18 años, ganó dos veces, quedó otra vez segundo, sumó cinco top 5, ocho top 10 y acabó trece veces entre los 15 primeros. Impresionante. Su media de golpes fue de 71,40 en 64 rondas. Y, al igual que Seve, dominó una década. Fue el mejor de los 90. Nadie sacó más golpes por vuelta a la media del torneo, con un total de 2,32.

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En total, hablamos de 27 años en los que el golf español dejó una impronta imborrable en Augusta. No es sólo una sensación. Ahí están los datos que lo corroboran. Fueron los mejores durante dos de las nueve décadas de existencia que lleva el Masters. Desmenuzando estos datos, la pregunta es lógica: ¿es inhumano pedir a Sergio García y Jon Rahm que recojan un testigo de semejante calibre?

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Obviamente, el desafío es alucinante, pero, cada uno con su trayectoria, y metiendo también a Miguel Ángel Jiménez, que ejerció de pegamento entre Olazábal y Sergio, no andan tan lejos. A día de hoy parece una machada que puedan repetir esos números, no los alcanzan, pero tampoco se desmoronan en la comparación y aún tienen años por delante.

García, por ejemplo, ha jugado veinte torneos en Augusta y un total de 68 rondas. Su media de golpes es de 72,94, que no está nada mal. Ha ganado una vez y tiene cuatro top ten entre 1999 y 2018. Precisamente, a estos números habría que añadir el pegamento de Jiménez, que hizo cuatro top ten y un top 5 en sus 16 presencias en ese periodo que podríamos llamar de ‘entreguerras’.

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Mientras, Jon Rahm aún está amaneciendo en el Masters, pero ya ha tenido tiempo de dejar su sello con un cuarto puesto en dos presencias y una media de 71 golpes en ocho rondas, que no está nada mal. Desde luego, marcha en la línea, aunque, como decimos, el legado de Seve y Chema en Augusta es de una dimensión extraordinaria, prácticamente podríamos decir que recoger su testigo es inhumano.