Inicio Blogs Cartas desde Irlanda Un bello y espléndido estacazo final

Un bello y espléndido estacazo final

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Perdonad el retraso. De hecho, esta última ‘Carta desde Irlanda’ es en realidad una carta póstuma del viaje desde la misma piel de toro. Pero como os habíamos adelantado que íbamos a jugar en el Royal Dublin el último día, pues eso, que es algo que no podíamos dejar de contar…

Ya sabéis: es un campazo links, con 124 años de antigüedad, situado muy cerca del puerto de Dublin, concretamente en una isla llamada North Bull. La llegada y el acceso son de película. Un puente de madera de un solo carril une la costa dublinesa con este pequeño archipiélago en el que hay dos recorridos de 18 hoyos.

En todo lo que se refiere al juego, la experiencia fue… traumática. Qué le vamos a hacer. Las magníficas sensaciones del Burrow Course se difuminaron en un plis-plas. Y desde ya mismo os adelantamos que no será transcrito bajo ningún concepto el resultado final del partido a mejor bola que disputamos contra el campo. Conocéis de sobra el sistema: se apunta en cada green el mejor resultado luchando contra el par del campo, aunque en este caso habría que puntualizar: no apuntábamos el mejor resultado, sino más bien el menos malo…

Atendiendo a un somero reconocimiento del rough (terrorífico…), al metraje del recorrido (intimidante…) y al viento que soplaba (algo más que molesto…), pero absolutamente motivados y llenos de energía e ilusión, establecimos en el tee del hoyo 1 que el objetivo era bajar de 95 golpes. Una meta exigente para nosotros, pero al alcance de la mano… JA. Y hay que insistir: JA, JA, JA. No hace falta dar más detalles.

La estupidez nos llevó, además, a salir de barras blancas (no os alarméis, no es como en España: las blancas corresponden a nuestras amarillas), cuando por hándicap y, sobre todo, por sentido común, debimos haber salido desde un tee más adelantado. En fin. Machito que es uno… El caso es que la cosa no comenzó mal: dos pares y dos bogeys y la compañía de un pequeño zorro (como lo leen: un zorro), que debe ser algo así como la mascota del club, porque trota a sus anchas por todo el campo. A partir de ahí…

Hubo unanimidad al final de la jornada: se trataba, de largo, del campo más complicado que nunca jamás habíamos jugado. Algunas calles muy estrechas, greenes que no recibían un pimiento y maquiavélicos, bunkers del tipo pozito (y eso que no eran de los chungos, chungos), pares 4 de más de 420 metros devastadores con el viento en contra, rías serpenteantes y magníficamente diseñadas para romperte el corazón…

Para que veáis que no somos resentidos, hay que reconocer en todo caso que se trata de una experiencia recomendable. La sola vista del Royal Dublin merece la pena, aunque tampoco es el links más bonito que uno pueda ver. Es un campo duro, recio, serio, precioso, brutal como no vayas recto y largo. Vencidos pero en ningún caso aniquilados, y cruzando ya de vuelta el puente de madera,  no nos quedó más remedio que citar a McArthur: «volveremos». (Fue McArthur, ¿no?).