Inicio Blogs David Durán Una fábula que también define a Jon Rahm

Una fábula que también define a Jon Rahm

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Jon Rahm y su caddie Adam Hayes durante la final del Masters de Augusta 2023. © Golffile | Fran Caffrey
Jon Rahm y su caddie Adam Hayes durante la final del Masters de Augusta 2023. © Golffile | Fran Caffrey

Jon se despistó. Lo ha contado él. Llegaba al tee del 18, hoyo 72 del torneo, con una ventaja de cuatro golpes sobre sus dos inmediatos perseguidores. Uno, Phil Mickelson, hacía dos horas que había firmado su tarjeta. El otro, Brooks Koepka, marchaba junto a él, sabedor ya de que, salvo milagro, la chaqueta verde era del español.

Y Jon se despistó: “le estaba diciendo a Adam (Hayes, su caddie) lo bien que había pegado toda la semana el fade bajo con el driver. Con ese tiro había cogido casi todas las calles, incluso la del 17. Estaba presumiendo un poco y, como suele ocurrir, en el 18 me estrellé contra un árbol. Correcto. Cosas del karma. Supongo que será una buena historia en el futuro: gané el Masters y ni siquiera llegué a la calle en el golpe de salida del 18”.

Sin embargo, pueden ustedes apostar a que la historia, que es buenísima, se perderá en la noche de los tiempos. Sencillamente porque el torneo ya lo tenía ganado.

Pongámonos, entonces, en la tesitura más inquietante. Imaginemos que esa misma salida, con la que sólo avanzó 176 metros, después de pegar la bola en un árbol y salir disparada hacia atrás, hubiese tenido lugar llegando a tal encrucijada mucho más apretado en el marcador. Digamos que con un solo golpe de ventaja en la tabla. Pongámonos en tal situación dando por hecho que Koepka firmaría en ese hoyo lo que firmó, un ‘4’, el par. Y se nos presentan varias opciones.

OPCIÓN A: Jon mantiene la cabeza fría y planea jugar el hoyo tal y como lo hizo ayer con cuatro golpes de ventaja, llevando primero la bola a aquella esquina y luego pellizcando ese aprochito certero de unos sesenta metros, para amarrar un par de mil quilates con un putt de 120 centímetros, muy a lo Seve, y así mantener la ventaja de un golpe y llevarse el Masters.

OPCIÓN B: La primera opción es la más razonable, parece, pero si nos ponemos estupendos, Jon también podría considerar que iba a tener más opciones de sacar el par llevando la bola al bunker frontal de green, al fondo del bunker, a ser posible y para ser más exactos. Para ello, tiene que arriesgar mucho más, pegando un fade-slice, puede que con una madera 5, o incluso con la madera 3, y lo explicamos: tenía 215 metros a la bandera, pero además hay que añadir que un slice controlado hace siempre menos distancia y, sobre todo, que entre el punto desde donde pegó Jon y el bunker frontal existe un desnivel cuesta arriba de exactamente 16 metros (muchas gracias por el dato, Google Earth, aunque el asesoramiento técnico decisivo corresponde a Jorge Campillo). Desde allí, tras una sacada de manual, podría asegurar también el par con un putt que en ningún caso sería de más de metro y medio, y así mantener su ventaja de un golpe y llevarse el Masters.

OPCIÓN C: Quizá la más peliaguda. Resulta que su primera bola se pierde en el limbo, aunque parezca increíble en el Augusta National, con tanta gente, cámaras, voluntarios, marshalls y árbitros. Entonces, se habría visto obligado a jugar con la bola provisional que en efecto tiró desde el tee al centro de la calle, pero que en este supuesto sería infinitamente más tensa. Y, después, habría tenido que pegar algo así como un hierro 9 a bandera, puede que un 8, obligado a convertir un birdie con esa segunda bola, para firmar el bogey y salir a un play off de desempate cono Koepka y Mickelson.

OPCIÓN D: La más dramática. Después de errar la salida, Jon entra en pánico y encadena un error detrás de otro hasta completar el trágico doble bogey que le arrebataría la chaqueta en el último instante. No sería la primera ni la última vez que le pasase algo así a un gran jugador, así que tampoco conviene escandalizarse demasiado ante la posibilidad.

Quizá, si nos pusiéramos, encontraríamos alguna que otra opción más. Lo gracioso del asunto y lo que define a este jugador por encima de todas las cosas es que cualquiera de las primeras tres opciones, A, B o C, entran dentro de lo perfectamente posible y normal en el imaginario de todos con Jon a los mandos. Nos las creemos. Son propias de él. Nos cuadran sin que medie un acto de fe. En este punto, aunque las conclusiones se obtengan de una fábula, como es el caso, él establece la línea que separa a las grandes carreras de las puramente legendarias. Y no hace falta aclarar a qué lado de la línea está Jon.

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