Guarda Tengolf una relación especial con el Portugal Masters. No hay año que de un modo u otro no lo dejemos claro. Será que el torneo nació el mismo año que este medio. O que desde la puerta de mi casa a la del Victoria Clube de Golfe, antes Oceanico Victoria, apenas hay una hora y cincuenta minutos en coche, a paso trotón, más pendiente que va uno de escuchar buena música ochentera que de pisar el acelerador.
Puede ser también que casi no hay año en el que algún jugador español no se ponga antes o después mirando al triunfo, aunque sólo Álvaro ganara, allá por 2008. «No me puedo quejar», me dijo entonces cuando me crucé con él el jueves tempranito a la salida del green del 13. Y tanto que no se podía quejar, aunque no hay nada que le guste más a Quirós que una queja: marchaba tres menos en cuatro hoyos.
Será lo simple que es todo por estos lares, dicho en el mejor de los sentidos. Y que los portugueses, aunque tengan su orgullo y su aquel, aunque tuerzan el gesto cuando nos empeñamos en hablar con ellos en perfecto castellano, nos quieren un poquito y secretamente hasta nos ven como primos hermanos.
O a lo mejor son estos atardeceres de octubre en Vilamoura que uno se encuentra si levanta la vista, se sacude las orejeras y mira al cielo.
