Impulsado por un resorte morboso leo con avidez los comentarios que los aficionados hacen después del noveno triunfo de Rafael Nadal en Montecarlo o Barcelona.
Porque, estúpido que es uno, el pasatiempo consiste sólo en localizar a los ‘odiadores’ para inmediatamente odiarlos a su vez en la penumbra, pasada la medianoche.
Una pulsión que en el mejor de los casos es estéril: ¿no sería más saludable obviar a los provocadores y descansar ya en la cama, reconstruyendo el sueño del décimo Roland Garros de Rafa?