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Análisis de Óscar Díaz del Masters de Augusta de Hideki Matsuyama

Ganbatte kudasai, Hideki

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Hideki Matsuyama y Shota Hayafuji, en el hoyo 18 el domingo. © The Masters

No sé si es muy prudente meter una expresión tirando a ignota como título de la columna, porque obliga a comenzar el texto explicándola en lugar de hacer un planteamiento más reposado e introducirla posteriormente cuando venga a cuento. Al menos, en este análisis ligero del recién disputado Masters de Augusta se han librado de otras opciones más o menos exóticas que se me han pasado por la cabeza y que seguramente terminarían cayendo en los tópicos nipones relacionados con la cultura popular (cosas de ser de la generación Mazinger). Creo que salen ganando.

El caso es que ganbatte tiene poco que ver con la gambeta futbolera, ni tampoco es un crustáceo propio de los platos de cocina japonesa, y el kudasai tampoco se come. Aun así, estoy convencido de que en las semanas previas al Masters de Augusta, su ganador, Hideki Matsuyama, escuchó alguna vez la frase. Como explicaba hace unas semanas en una columna el escritor y periodista Francesc Miralles, ganbatte kudasai es una fórmula casi de cortesía que se emplea para desear suerte a alguien, aunque los japoneses tienen claro que la fortuna uno tiene que buscársela y siempre pasa por el esfuerzo propio. Por lo tanto, al pronunciar esa frase no nos están diciendo «¡que haya suerte!», sino que nos animan a hacerlo lo mejor posible. La clave de la frase es la palabra ganbatte, que por sí sola podría traducirse por «esfuérzate al máximo». Ese esfuerzo continuado ante la adversidad fue clave para entender el milagro japonés posterior a la Segunda Guerra Mundial, o la reacción de su pueblo ante adversidades manifiestas, como el terremoto y posterior tsunami que provocaron el desastre nuclear de Fukushima.

La actitud de un pueblo, ese ganbatte, es la actitud de Hideki Matsuyama en el campo de golf desde que irrumpió en el panorama internacional ya en su época amateur. De rostro impenetrable (las más de las veces), sus maneras pausadas parecen incluso concretarse en una particularidad de su swing, esa «paradiña» inconfundible que puntúa un movimiento fluido e impecable. La barrera idiomática hace que sea más difícil penetrar en su carácter, aparentemente reservado e introspectivo, pero quien lo conoce un poco destaca lo divertido que es. Pese a su juventud, son ya muchos años los que Matsuyama lleva infiltrado en el grupo de jóvenes jugadores que aspiraban a ganar un major, y esta espera ha tocado a su fin. Ni siquiera ha tenido que poner en práctica ese curioso refrán con el que los japoneses recomiendan paciencia: si quieres calentar una piedra, siéntate en ella cien años. A él le ha bastado con unos pocos.

La barrera idiomática hace que sea más difícil penetrar en su carácter, aparentemente reservado e introspectivo, pero quien lo conoce un poco destaca lo divertido que es

En cualquier caso, y aunque se ha hablado mucho del efecto que tendrá la merecida victoria de Hideki Matsuyama en el Masters sobre el golf japonés, más que revulsivo o revolución supone un premio y una confirmación. El status de Matsuyama en Japón ya es estelar; el respeto que se tiene por el deporte del golf y el arraigo en la sociedad, envidiable. Veo más el posible beneficio en el ámbito del golf de base en otros países de la esfera asiática, sin duda, aunque puedo equivocarme. No sabemos qué papel reservará el Comité Olímpico Japonés a Matsuyama en los próximos Juegos de Tokio, pero cabe suponer que será destacadísimo. Por último, es imposible evitar los lugares comunes relacionados con la cultura japonesa al ver el emocionante homenaje del caddie de Matsuyama, Shota Hayafuji a Augusta National después de recoger la bandera del 18. La inclinación de su cabeza previamente descubierta fue una maravillosa muestra de respeto, la instantánea que engrandece al escenario, al deporte y al protagonista.

En cuanto a los españoles, Jon Rahm sigue empeñado en no rendirse, ocupe la posición que ocupe en un torneo, y su porfía se vio recompensada con un magnífico quinto puesto, un gran remate para siete días que le cambiaron la vida. Su hijo Kepa, otro motivo más para seguir peleando.

En el Masters, Sergio García sigue sumido en la mala racha que comenzó en su cumbre deportiva, su triunfo en 2017, pero visto su nivel de juego esta semana en Augusta a nadie le extrañaría que la salida del bache en 2022 no se limitara a pasar el corte o pelear por un resultado aseado, sino a hacerse con la victoria. Su relación con el campo de Georgia es así y el tough love, como dirían los angloparlantes, que le ofrece este recorrido es una relación de extremos.

Con respecto a José María Olazábal, hace unos días rescataba en mi último texto una cita de Ed Catmull, uno de los máximos responsables del estudio de animación Pixar. En ella, el cineasta afirmaba que el arte es el uso inesperado del oficio, pero me van a permitir que cambie una sola palabra, a ver qué les parece el resultado: el arte es el uso reiterado del oficio. Hace tiempo tiraba también de cultura japonesa para hablar del carácter de shokunin del jugador de Fuenterrabía (¡Bien, Fuenterrabía!, le oímos decir a Olazábal canalizando al gran Seve), es decir, de artesano devenido en artista que busca incansablemente la perfección, aunque ya no tenga nada que demostrar a nadie. Verlo en el campo de golf sigue siendo un privilegio… aunque a Olazábal no sé si tenemos que animarlo con el ganbatte kudasai, porque sabemos que siempre se va a esforzar al máximo.