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José María Olazábal, un ‘shokunin’ en Fuenterrabía

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José María Olazábal. (© Golffile | Hugo Alcalde)

La definición de éxito es esquiva, aunque en el ámbito deportivo se suele asociar a los logros obtenidos a lo largo de una carrera. Los títulos, los trofeos y el dinero ganado son la vara de medir empleada para cuantificar la capacidad de un deportista, aunque hay muchas otras variables que se escapan a esta clasificación más o menos cuadriculada. Incluso en el día a día, a la hora de evaluar el rendimiento de los golfistas nos ceñimos a las estadísticas y a las cifras que aparecen en la tarjeta, sin pensar que detrás de esas cifras hay personas que pasan por distintas coyunturas, que en su día a día hay incertidumbres, que con el mismo trabajo no siempre obtienen el mismo resultado.

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Conjugar el éxito profesional con el “éxito existencial”, por así llamarlo, no es fácil. Es complicado entregarte a una ocupación y lograr el éxito sin que la vida se resienta. Habrá quién diga, por otro lado y tirando de cinismo, que alcanzar la felicidad, estar bien, y que las personas que nos rodean y que nos importan también lo estén son objetivos de pobretones o de gente carente de ambición, pero lograr esos éxitos más mundanos es tanto o más difícil que conseguir el éxito material o profesional.

Pero centrándonos en este éxito canónico, el modo de obtenerlo es igual de importante. Solo cuando se conjuga la satisfacción interna con el reconocimiento externo, cuando se logra ese raro consenso que distingue a los mejores, cuando se aúna el talento, la capacidad, la preparación y la admiración de sus iguales, podemos hablar del éxito con mayúsculas.

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Guillermo Altares, en un gran artículo que publicó hace un tiempo en Babelia, nos hablaba de la obsesión por la perfección y la búsqueda de la excelencia de los japoneses, y que existe un concepto llamado shokunin que describe a un artesano que busca esa perfección durante toda la vida haciendo una y otra vez lo mismo, ya sea cerámica, caligrafía, grabados, katanas o sushi. Para ellos es tan importante el proceso como el fin. Ese es su éxito, cuidar todos los detalles.

José María Olazábal podría ser perfectamente uno de esos artesanos devenidos en artistas, un buscador incansable de la perfección, alguien que ha tocado el cielo del golf y que jamás se ha rendido, aunque la vida se haya empeñado en enredar. Su éxito queda reflejado en innumerables logros (majors, títulos, triunfos en la Ryder Cup…), pero sobre todo en el respeto unánime de la afición y de sus compañeros.

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Olazábal ha anunciado que en un futuro no ocupará una plaza en el Open de España si cree que no está en condiciones de rendir al nivel que él considera adecuado. Es la penúltima lección (por decir algo, porque seguro que el as de Hondarribia sigue impartiendo magisterio y dando ejemplo) de un deportista superlativo y de una gran persona.

El éxito, en última instancia, también es saber renunciar.