El 16 de octubre de 2009 Usain Bolt hizo que saltara por los aires el récord de los 100 metros lisos en el Campeonato del Mundo celebrado en Berlín. En una especialidad de avances mínimos en la lucha contra el cronómetro, el jamaicano arañaba once centésimas, un abismo, a su anterior marca y llevaba el reloj hasta los 9.58 segundos. Bolt, un portento en cuanto a biomecánica, ha dejado el listón a una altura aparentemente infranqueable a corto o medio plazo. Pero ¿qué hubieran pensado si Bolt hubiera bajado su plusmarca por debajo de los cinco segundos?
Peter Thomson: Un campeón discreto
Como es lógico, pensarán que no conviene beber antes de ponerse a escribir una columna, y que aún no estamos en la era del ciberpunk ni de los potenciadores corporales extremos (aunque no queda tanto). Aun así, trazando un paralelismo grosero, el equivalente a esa hazaña imposible que les planteamos es lo que logró el japonés Takeru Kobayashi en su especialidad. ¿Y cuál era dicha especialidad? Los concursos de ingesta de comida. Sí, ya sé que estoy franqueando unas cuantas líneas al comparar el atletismo de élite con este tipo de espectáculos, y que aún no saben qué demonios tiene que ver el golf con todo esto, pero tengan una pizca de paciencia y acompáñenme.
Kobayashi (o Kobi, como se hace llamar) era un chaval escuchimizado y de escasos recursos que, empujado por su novia, se vio abocado (nunca mejor dicho) a participar en concursos de ingesta de comida en Japón, su país de origen
Como cuentan Steven D. Levitt y Stephen J. Dubner en su libro Think like a freak, Kobayashi (o Kobi, como se hace llamar) era un chaval escuchimizado y de escasos recursos que, empujado por su novia, se vio abocado (nunca mejor dicho) a participar en concursos de ingesta de comida en Japón, su país de origen. Después de lograr sus primeros éxitos, decidió inscribirse en el campeonato del mundo oficioso de este tipo de competiciones, el concurso de comer perritos calientes que se celebra el 4 de julio en Coney Island, un certamen que se emite por la ESPN y que reúne a más de un millón de espectadores frente al televisor. Comparado con los tragaldabas que dominaban estos certámenes, Kobi era un alfeñique escuálido y desconocido, uno más de los que buscaban la «gloria» y el sustancioso premio económico. Pues el japonés delgaducho no solo se impuso en el torneo, sino que batió el récord (que en ese momento estaba en algo más de 25 perritos calientes en doce minutos) y lo dejó en ¡50!
El japonés delgaducho no solo se impuso en el torneo, sino que batió el récord (que en ese momento estaba en algo más de 25 perritos calientes en doce minutos) y lo dejó en ¡50!
¿Su secreto? Preparar la competición aplicando el rigor y el método científico. Kobayashi vio que la estrategia de sus rivales consistía en tragar como si no hubiera un mañana y confiar en la capacidad de su cuerpo para procesar los perritos, pero el japonés vio que había margen de mejora en cuanto a la técnica. Para empezar, decidió partir los perritos por la mitad para que las manos hicieran parte del trabajo de la boca; luego, en sus entrenamientos, decidió desafiar otro dogma de la competición: que la salchicha debía comerse a la vez que el panecillo. Kobi vio que ingerir dos alimentos de densidades diferentes suponía un problema a corto plazo, y descubrió que era mucho más eficaz engullir casi sin masticar unas cuantas salchichas seguidas para después atacar los panecillos. Pero los panecillos se hacían bola, así que decidió que iba a empaparlos en agua, escurrirlos y comérselos. De este modo conseguía que los panes «ocuparan menos» al ser menos esponjosos y que su cuerpo se fuera hidratando. En resumidas cuentas, todos aquellos experimentos derivaron en un récord del mundo galáctico, en seis títulos consecutivos y… en un cambio de paradigma: sus rivales empezaron a adoptar sus tácticas. A grandes rasgos, y volviendo a la comparación con el atletismo, Kobi se convirtió en el Dick Fosbury de los concursos de comida. Fosbury asombró al mundo al ganar la medalla de oro en salto de altura en los Juegos Olímpicos de México 1968 con el estilo bautizado con su apellido, y sus contrincantes siguieron sus pasos hasta convertir dicho estilo en el estándar actual.
Para DeChambeau, el golf es una complejísima ecuación repleta de variables que necesita desentrañar con su mente analítica y sus sistemas heterodoxos
En el mundo del golf, el estadounidense Bryson DeChambeau es Takeru Kobayashi, un inconformista que busca de manera incesante los límites ayudado por el método científico. Para DeChambeau, el golf es una complejísima ecuación repleta de variables que necesita desentrañar con su mente analítica y sus sistemas heterodoxos. De ahí que sea el único jugador profesional de alto nivel que juegue con hierros que tienen varillas de la misma longitud, y que aplique procesos incomprensibles para el común de los mortales para regular todas y cada una de sus rutinas de juego. Con 24 años DeChambeau ya suma dos victorias en el PGA Tour, es sexto en la FedEx Cup, vigésimo segundo en el ranking mundial y por el momento está metido en el equipo estadounidense de la Ryder Cup, cifras que refrendan su peculiar enfoque de la vida y el golf.
Evidentemente, esta búsqueda de los límites, esta actitud de «hacker del sistema», le ha llevado a chocar con las máximas autoridades que regulan los destinos del golf. En enero de 2017, la USGA decidió que su manera de patear, con el cuerpo enfrentado hacia el hoyo a lo Sam Snead, era conforme a las reglas, pero le prohibió usar el putter con el que DeChambeau más a gusto se sentía pateando de este modo. Hace apenas unos días, la USGA dictaminó que era ilegal que DeChambeau se ayudara de un compás durante la vuelta para verificar si las posiciones de bandera reflejadas en los libros de distancia eran exactas. Como al ruso Denis Pankratov —por quien la FINA limitó a quince metros el nado subacuático en las pruebas de mariposa— o al español Miguel de la Quadra Salcedo —cuyo récord del mundo de lanzamiento de jabalina fue anulado al proscribirse su estilo, un tiro rotatorio similar al usado en el lanzamiento de barra vasca—, a DeChambeau ya le han parado los pies un par de veces, pero el estadounidense seguirá experimentando y bordeando los límites.
A DeChambeau ya le han parado los pies un par de veces, pero el estadounidense seguirá experimentando y bordeando los límites
DeChambeau defiende esta semana el título del John Deere Classic, el primer torneo que ganó en el PGA Tour, y ha dejado claro cuál es la máxima que guía su vida y su juego y que podrían firmar al alimón Claude François, Paul Anka y Frank Sinatra: «Lo hago todo a mi manera y me siento cómodo haciéndolo a mi manera».