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El partido del siglo

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Tiger Woods y Phil Mickelson, en una de las imágenes que han recorrido las redes sociales 'calentando' el duelo.
Tiger Woods y Phil Mickelson, en una de las imágenes que han recorrido las redes sociales 'calentando' el duelo.

A partir de las 21 del viernes 23 de noviembre, en riguroso directo y en el marco incomparable del Shadow Creek Golf Course de Las Vegas, seremos testigos de un enfrentamiento de rabiosa actualidad… ¿Están hartos ya de lugares comunes o les queda hueco para algún topicazo más? De tanto como se repiten hay términos que se devalúan o que, cuando menos, provocan una media sonrisa cuando los leemos o escuchamos. Por ejemplo, los que he utilizado en la primera frase de esta columna… o en su título: los puristas defienden que partido del siglo, en fútbol, solo fue el de la semifinal del Mundial de 1970 en México entre Italia y la República Federal de Alemania, aunque posteriormente esta construcción se ha convertido en la muletilla que pretende acompañar y dar fuste a cualquier encuentro deportivo de cierto nivel, ya sea en el balompié o en otras especialidades.

El uso reiterado de ciertas palabras, por un lado, habla mal de la imaginación de quienes las utilizan, pero también nos recuerda su poder. Si no consideráramos que lo tienen, no repetiríamos tantos formulismos. Decía el evangelista Juan que en el principio era el Verbo y, por otro lado, el conocimiento del nombre de Dios siempre ha sido causa de disputa entre los exégetas y estudiosos de la Biblia. Si le damos la vuelta a la jerarquía celestial, vemos que el ritual de exorcismo requiere preguntar al demonio invasor su nombre, porque conocer ese nombre sirve para tener poder sobre él. Pero aparquemos los misticismos, que no tenemos a mano al padre Karras por si se descontrola la cosa… y centrémonos en el potencial evocador de cada palabra contenida en el diccionario, más allá de fondos y formas, de significantes y significados.

Todos los que se sirven de la palabra conocen muy bien su capacidad para llegar al fondo de los oídos y corazones de sus oyentes. Con mayor o menor fortuna, de vez en cuando se rescatan términos utilizados en el pasado: más de uno se sorprendió cuando Donald Trump recuperó en su campaña el concepto de America First. A priori no debería sorprendernos, ya que no deja de ser una representación breve y contundente de su ideario, pero no es la primera vez que se usaban esas palabras en el contexto político: en 1940 daba nombre a un grupo de presión aislacionista que pretendía impedir la intervención de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, y en cuyas filas figuraron personalidades que llegaron a simpatizar con la Alemania nazi, como el aviador Charles Lindbergh. Conociendo el contexto, llama más la atención el rescate de esta fórmula.

Lo mismo sucede con The Match, nombre con el que se ha bautizado al enfrentamiento entre Tiger Woods y Phil Mickelson en Las Vegas. No es la primera vez que se utiliza esta expresión, casi el equivalente golfístico al “partido del siglo”, aunque hasta la fecha el monopolio del término lo tuviera el encuentro entre los dos mejores amateurs en activo en 1956, Harvie Ward y Ken Venturi, contra dos laureados profesionales, Ben Hogan y Byron Nelson. En aquella ocasión los “celestinos” fueron dos acaudalados empresarios: Eddie Lowery (quien de niño hizo de caddie a Francis Ouimet en el U.S. Open de 1913, ¿recuerdan?) y George Coleman. Lowery apostó a Coleman que nadie era capaz de vencer en el campo de golf a dos de sus vendedores de coches (Ward, doble campeón del U.S. Amateur, y Venturi, por aquel entonces otro brillantísimo aficionado), y Coleman recogió el guante y se presentó en Cypress Point, un recorrido de ensueño, con dos de los mejores golfistas de la historia: Byron Nelson y Ben Hogan. Aunque las crónicas discrepan en cuanto al resultado, se dice que ambas parejas se anotaron 27 birdies y un eagle y que, en mejor bola, Nelson y Hogan sumaron 55 golpes para imponerse por un solo hoyo a sus cualificados rivales. Evidentemente, hubo una apuesta sustanciosa de por medio y el partido acabó suscitando una notable atención, aunque se organizó casi de un día para otro. Si tienen curiosidad, hay un magnífico libro de Mark Frost que profundiza en esta historia.

Este “The Match” moderno no es fruto de un calentón entre empresarios y está lejos del típico “no hay huevos” que es tan propio de nuestro país. Pese a que la información se racionó de manera exquisita durante los primeros meses (en los que pasó de rumor a realidad), es una maniobra de marketing magníficamente orquestada para cuya explotación los protagonistas han creado una empresa encargada de sacarle el máximo partido. Evidentemente, el atractivo deportivo es patente, aunque el enfrentamiento no deje de ser una pachanga con ínfulas y mucho dinero sobre la mesa, y ahora mismo se nos ocurren pocos nombres capaces de atraer la misma atención. De hecho, es impensable que se pudiera poner en marcha una partida como esta sin que Tiger Woods estuviera presente. El último antecedente similar fue aquel duelo que enfrentó al estadounidense con Rory McIlroy en Mission Hills, China, en 2013, como exhibición previa al HSBC WGC Champions de aquel año. En aquella ocasión, McIlroy salió bien parado y  se adjudicó el triunfo por un golpe (no era match-play) y se embolsó un millón y medio de dólares. Esta vez hay nueve millones “sobre la mesa”, aunque el dinero que se mueve entre bambalinas es muy superior (en derechos televisivos, merchandising, etc.), con lo que no sería de extrañar que, en caso de que funcione razonablemente bien, este The Match se convierta en una franquicia con nuevas ediciones. Como apunta Alan Shipnuck, seguro que los cerebros detrás de la operación y los jugadores se relamen pensando en un posible enfrentamiento entre Woods y Mickelson con Haotong Li y Shubhankar Sharma, los dos representantes más notables de dos potencias mundiales y en pleno desarrollo golfístico, China e India.

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Además de este posible impacto geopolítico, el PGA Tour estará muy atento al movimiento en otro frente: las apuestas deportivas. Desde el reciente fallo del Tribunal Supremo estadounidense que permite las apuestas deportivas en la mayoría de los estados, la partida entre Tiger Woods y Phil Mickelson es un banco de pruebas ideal para calibrar el interés de los usuarios de este tipo de servicios y ver qué “mercados” y qué tipo de apuestas se ponen sobre la mesa. Evidentemente, el mundo del golf también estará muy atento al éxito de esta iniciativa de “pago por visión”.

En cualquier caso, y aunque carece de cualquier trascendencia deportiva, no deja de ser un duelo divertido entre dos de los mejores jugadores de la historia: como decía David Feherty, “ver jugar a Phil Mickelson es como ver a un borracho persiguiendo un globo al borde de un acantilado”, y ver a Tiger Woods, que ha logrado este año su octogésima victoria en el PGA Tour, es siempre un espectáculo.

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Así que, aunque no sea el partido del siglo, ni siquiera de la década, y entre bastidores haya más intereses ocultos que los meramente deportivos, disfruten del espectáculo. Aunque los nueve millones de dólares no dejen de ser una excusa para ponerle algo de picante al duelo, el ganador tendrá derecho a vacilar al perdedor durante un tiempecito… y solo por eso merecerá la pena ver el enfrentamiento entre estos dos titanes.