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Columna de opinión de Óscar Díaz sobre los Grandes y su adaptación cinematográfica

El ‘blockbuster’ de los Grandes

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La mente ociosa deriva y termina recorriendo caminos extraños. Ayer, durante la retransmisión de la segunda jornada del US Open y mientras veía cómo los participantes se las veían con la versión Mr. Hyde de Winged Foot, me puse a pensar en qué tipo de película sería cada uno de los grandes del calendario golfístico. A ver si coinciden conmigo…

Huelga decir que, por presupuesto, nos quitamos de en medio a todas las películas de serie B (o incluso Z) que pueblan nuestras pantallas. Es una pena, porque hay largometrajes de productoras modestas que sorprenden y se hacen hueco en nuestras mentes, pero en esta ocasión nos quedamos con las superproducciones.

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El Open Championship sería un melodrama histórico, un filme de acabado impecable y base bien documentada, con escenarios tradicionales, planteamiento coral y gusto por la tradición cinematográfica. Desde 1917 a Gosford Park, pasando por la versión cinematográfica de Downton Abbey o las numerosas adaptaciones de las películas de Jane Austen. Ustedes me entienden…

El Masters de Augusta encontraría su equivalente en las películas de corte clásico hollywoodiense, esos filmes elegantes de diálogos afilados y reparto estelar encabezado por Cary Grant y Katherine Hepburn, por ejemplo. En aquellas películas, el cine nos abría las puertas de otros mundos que no están tan lejos, los poblados por gente privilegiada que, sin embargo, compartía inquietudes y desvelos con los espectadores. Detrás del oropel, preocupaciones comunes e identificación con los protagonistas.

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El PGA Championship, aunque parezca una herejía proponer algo así (dado que es un major con solera y notable historial), sería esa producción más o menos independiente que sorprende por su calidad año tras año, pese a lo heterogéneo de sus mimbres. Siempre cuenta con un gran reparto, siempre se desarrolla en espacios llamativos, pero le cuesta conseguir una buena taquilla y el tiempo va relegando estas películas a pases secundarios en las parrillas fílmicas y televisivas.

El U.S. Open es, año tras año y con escasísimas excepciones, una película de catástrofes, un blockbuster contundente de presupuesto desorbitado y plantel espectacular. El objetivo de todos los implicados es sobrevivir, independientemente de si la catástrofe tiene origen natural (como en Terremoto, La aventura del Poseidón, Lo imposible o Twister) o humano (como en Aeropuerto, El coloso en llamas o El día después). Porque en el U.S. Open entran en juego ambos factores, dado que la acción humana, la preparación del campo por parte de la USGA, se une al ingrediente natural que aporta el campo.

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En cualquier caso, los rectores de la USGA consiguen lo mismo que los avispados productores de estas películas: que no apartemos la mirada de la pantalla y que hagamos nuestro el desasosiego de los protagonistas de la película. Por supuesto, para nosotros también hay héroes (los maravillosos Paul Newman y Steve McQueen de El coloso en llamas o el excesivo y divertido Bruce Willis en Armaggeddon) y también asignamos, sin duda injustamente, el papel de villano a alguno de los jugadores u organizadores, porque en todas las películas de catástrofes siempre aparece algún arquitecto o armador que escatima dinero en materiales o medidas de seguridad, o un político que prefiere arriesgar las vidas de sus conciudadanos para no jugarse unos cuantos votos por dar una supuesta alarma prematura…

El primero de los cuatro actos de la secuela de 2020 de Masacre en Winged Foot fue relativamente plácido y hubo quien se quejó de la falta de ritmo y mordiente de un U.S. Open relativamente atípico (igual es que el gore nos tiene insensibilizados y nos lleva a querer más crueldad desde el primer momento), pero en la segunda vuelta se vio que queda mucho sufrimiento por repartir en esta edición del torneo.

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Solo espero que la USGA controle bien los tiempos y la manija del torneo y no les pase como en Shinnecock Hills en 2004, cuando después de dos rondas aún quedaban once jugadores bajo par y la USGA dejó de regar los greens para afirmarlos. ¿El resultado? Que perdieron el control del torneo, hicieron que varios hoyos quedasen injugables y la media rozó los 79 golpes en la ronda final. Porque todos tenemos asumido que vamos a ver cierto tipo de película y no queremos que se convierta en una parodia. Aeropuerto, sí; Aterriza como puedas, no.