Inicio Blogs Golpe a golpe Paul Runyan: esencia en frasco pequeño

Paul Runyan: esencia en frasco pequeño

Compartir
Paul Runyan.
q

Hay atletas, como Tiger Woods y Michael Jordan, que marcan una época gracias a un equilibrado cóctel de capacidades técnicas, físicas y mentales. Otros buscan sendas nuevas y provocan un cambio de paradigma en su especialidad, como ocurrió con Dick Fosbury y el estilo que le llevó a ganar la medalla de oro en salto de altura en los Juegos Olímpicos de México 1968 y que adoptaron poco después todos sus rivales hasta convertirse en el estándar actual. También hay ejemplos de deportistas imaginativos que hollan territorios inexplorados y cuyos triunfos se ven coartados por cambios en la reglamentación de sus disciplinas, como los casos del «submarino» ruso Denis Pankratov —por quien la FINA limitó a quince metros el nado subacuático en las pruebas de mariposa— o del español Miguel de la Quadra Salcedo, cuyo récord del mundo de lanzamiento de jabalina fue anulado al proscribirse el «estilo Eurasquin», un tiro rotatorio similar al usado en el lanzamiento de barra vasca. En otras ocasiones, la superioridad física manifiesta de un atleta provoca reacciones inopinadas de los organismos rectores, como sucedió cuando la NCAA, responsable de regular el deporte universitario estadounidense, prohibió los mates durante diez años en las competiciones de baloncesto a raíz del dominio brutal de Lew Alcindor, el futuro Kareem Abdul-Jabbar. Pero es más extraño que la supremacía de un deportista en un aspecto concreto de un deporte, un dominio fruto exclusivo de su esfuerzo, haga que algunos de sus compañeros promuevan un cambio de normas para intentar neutralizar esa ventaja. Esto sucedió hace ochenta y tres años, en 1933, cuando se disputaron dos torneos oficiales del PGA Tour —en realidad, de la encarnación previa al circuito actual— con hoyos que actualmente se considerarían antirreglamentarios. Y en el origen de aquel experimento están dos golfistas históricos: Gene Sarazen y, especialmente, Paul Runyan.

Con 57 kilos que a duras penas rellenaban sus 165 centímetros de altura, Runyan exhibía un swing desgarbado y de escasa potencia que le dejaba en franca desventaja con los mejores jugadores de su época

Con 57 kilos que a duras penas rellenaban sus 165 centímetros de altura, Runyan exhibía un swing desgarbado y de escasa potencia que le dejaba en franca desventaja con los mejores jugadores de su época. Con 25 años promediaba menos de 200 metros desde el tee de salida, cincuenta menos que la mayoría de sus cualificados rivales. Aun así, Runyan llegó a ser el jugador más temido de aquellos tiempos, especialmente en match-play. Su apodo no podía ser más elocuente: «Little Poison», o en román paladino, «Venenito».

El jugador de Arkansas compensaba sobradamente sus carencias con una precisión milimétrica desde el tee y un carácter indómito que sacaba a relucir cada vez que había un título en juego. Su exactitud con los hierros y su inconmensurable juego corto le permitían plantar cara a cualquiera y así es como logró hacerse con 37 triunfos profesionales, 29 victorias del PGA Tour y dos PGA Championships, torneo que en aquel entonces se jugaba en modalidad match-play, además de participar en dos ocasiones en la Ryder Cup.

«Después del drive, le sacaba tanta distancia que a veces lo perdía de vista. Una vez pegados los segundos golpes, yo seguía estando mucho más cerca de la bandera que él. Pero luego Runyan me ganaba el hoyo. Metía un golpe desde detrás de un arbusto o embocaba un chip desde un barranco o recuperaba desde un búnker en un tiro en el que habría apostado 50 a 1 en contra», explicaba Snead en su libro The Education of a Golfer. «No es golf, es magia», le dijo Snead a Runyan después de ver cómo solo conseguía ganarle un hoyo de los 29 que jugaron. Aquel día, Slammin’ Sammy recibió una soberana paliza por 8&7 en la final del PGA Championship de 1938, la diferencia más abultada en los 39 años que el torneo se disputó en modalidad match-play.

La fortaleza psicológica, la inteligencia y la sobrenatural capacidad de recuperación de Paul Runyan iban minando paulatinamente la resistencia de sus rivales, que terminaban claudicando y sufriendo las consecuencias de su entereza. «Runyan me dejó tan tocado que luego no era capaz de meter un putt en una bañera», reconocía Snead, famoso por los problemas que siempre sufrió con el pat pese a tener el récord histórico de victorias en el PGA Tour.

«Runyan me dejó tan tocado que luego no era capaz de meter un putt en una bañera», reconocía Snead

De origen humilde y criado durante la Gran Depresión, Runyan se curtió desde chaval como caddie en el campo de su pueblo natal, Hot Springs, batiendo a jugadores aparentemente más dotados, tanto en el plano técnico como en el físico, tras idear una técnica de chipeo que le hizo famoso. Su fragilidad le llevó a desarrollar un juego corto magistral para neutralizar la potencia de sus rivales y, en última instancia, sacarles de quicio.

Jack McGurn, el golfista letal

Después de obtener cinco triunfos en sus tres primeros años en el circuito, el «antiestético» Runyan dominaba el panorama golfístico en 1933 —año en el que logró nueve victorias— y su superioridad levantaba ampollas. Y aquí es donde entra en escena Gene Sarazen. Algunos jugadores subestimaban la calidad de Runyan y achacaban todos sus éxitos a la precisión sobrenatural que exhibía con el putter, y hubo quienes intentaron poner un palo en las ruedas al jugador de Hot Springs. De hecho, Sarazen y unos cuantos compañeros afines convencieron a los organizadores del Florida Year-Round Open, prueba invernal (y de carácter oficial) dotada con 5000 $ en premios, para que en el torneo se instalaran hoyos más grandes. De este modo se pretendía hacer hincapié en la calidad de golpeo de los golfistas—el famoso shotmaking— y restar importancia al pat y al juego corto. No se mencionaba directamente a Runyan, pero los impulsores del cambio lo tenían muy presente.

Las fuentes no se ponen de acuerdo, dado que se publicó en varios periódicos que el Florida Year-Round Open se jugó con hoyos de seis pulgadas (unos quince centímetros, casi cinco más que los hoyos reglamentarios), mientras que el propio Runyan afirmaba que las cazoletas tenían ocho pulgadas de diámetro (unos veinte centímetros). Sea como fuere, a los promotores de la medida les salió el tiro por la culata. Mientras que la mayoría de los golfistas se dejaba tentar por el canto de sirena de los hoyos más grandes y se lanzaban a por ellos a tumba abierta, Runyan decidió no cambiar de estrategia. «Los menos hábiles con el putter meterán más pats, y los buenos pateadores también», predijo acertadamente, ya que ganó el torneo con diez golpes de ventaja sobre el segundo y fue el único que terminó los 72 hoyos sin tripatear. Mientras tanto, Olin Dutra se anotaba dos greens a cuatro putts, Bill Melhorn tripateaba trece veces y Gene Sarazen lo hacía en siete ocasiones.

Lawson Little, pequeño pero matón

Pese al rapapolvo, los defensores de la medida achacaron el triunfo de Runyan a una anomalía estadística y convencieron a los organizadores del siguiente torneo, que se celebraba en Tampa en modalidad match-play, para que mantuvieran los hoyos grandes. Una vez más, Paul Runyan ganó el torneo después de imponerse en la final a Willie McFarlane, otro magnífico especialista en juego corto.

Después de los dos revolcones consecutivos, el «experimento de los hoyos grandes» pasó a mejor vida hasta ser resucitado hace unos años por Mark King, mandamás de TaylorMade, en su iniciativa Hack Golf, un proyecto que pretendía popularizar este deporte proponiendo medidas novedosas, como instalar hoyos de 15 pulgadas —casi cuatro veces su diámetro habitual— para facilitar la labor a los golfistas neófitos y acelerar el juego. Runyan, por su parte, siguió acumulando triunfos, y al año siguiente, en 1934, se adjudicó otros seis títulos, la orden de mérito y su primer major, el PGA Championship, ante el bombardero Craig Wood.

Marion Hollins, nacida libre

Además de tener una larga carrera profesional —llegó a quedar decimoctavo en el Open Championship con 53 años y ese mismo año y el siguiente se impuso en el PGA Seniors Championship—, Runyan pasó de ser «veneno» para sus rivales a «antídoto» para los problemas de técnica más habituales, ya que se convirtió en un reputadísimo instructor de juego corto, además de escribir una de las obras más influyentes de este ámbito, The Short Way to Lower Scoring. Curiosamente, en octubre de 1966 publicaba un artículo en Golf Digest titulado New help for nervous putters en el que recomendaba apoyar la varilla en la barriga para afirmar el pulso a la hora de patear. Aunque hay algunos ejemplos previos del uso de esta técnica, Paul Runyan fue el primero que la dio a conocer en público y en un medio reputado, con lo que se le acredita como inventor del belly putter y de este tipo de anclaje.

Runyan pasó de ser «veneno» para sus rivales a «antídoto» para los problemas de técnica más habituales, ya que se convirtió en un reputadísimo instructor de juego corto, además de escribir una de las obras más influyentes de este ámbito, The Short Way to Lower Scoring

El golfista de Arkansas ingresó en el Salón de la Fama en 1990 y en 2000, ya con 91 años, disputó la competición de pares 3 del Masters de Augusta y logró cuatro birdies. Runyan, uno de los grandes campeones más atípicos de la historia del golf, falleció dos años después, en marzo de 2002, pero sigue siendo una fuente de inspiración para todos aquellos jugadores que no sobresalen por sus cualidades atléticas y suplen sus carencias con una naturaleza irreductible. Además, es el único golfista de la historia que ha «motivado» dos cambios de normas: el primero, efímero, el de aquellos dos torneos en 1933 y el segundo, a título póstumo, cuando se proscribió a principios de 2016 el uso de putters anclados.