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Instantes y momentos

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Ian Poulter, Jordan Spieth, Rory McIlroy y Justin Thomas en los foursomes de hoy sábado. © Golffile | Fran Caffrey
Ian Poulter, Jordan Spieth, Rory McIlroy y Justin Thomas en los foursomes de hoy sábado. © Golffile | Fran Caffrey

La Ryder Cup es una bestia especial, una criatura con reglas propias, un animal difícil de domar que lanza dentelladas a quienes nadie se atreve a toser en otros ámbitos, pero que también encumbra a otros que saben dónde rascarle. Su genio, no obstante, es cambiante, aunque si el carácter de un golfista encaja con el suyo lo más probable es que le sonría una edición tras otra, independientemente de su currículum o su ranking mundial. Aun así, que nadie piense que conoce todos sus trucos después de disputar una edición brillante, porque las caídas desde lo más alto suelen ser duras. No es tan raro pasar de ganar cuatro puntos y medio a no estrenar tu marcador… y si no que se lo pregunten a Patrick Reed, por ejemplo. Aun así, la Ryder Cup suele ser fiel a quienes mejor la tratan, a quienes más se entregan, a quienes sueñan con vestir el uniforme de su país cada dos años.

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La Ryder Cup es una acumulación casi infinita de instantes inolvidables. Hay nervios, crispación, lágrimas (de alegría o desconsuelo), tensión, golpes imposibles, putts vertiginosos, fallos infantiles, misiles teledirigidos y otros que acaban en órbita, eagles pero también hoyos empatados con triple bogey, golfistas que reconfortan a compañeros hundidos, vítores y silbidos, aplausos y enganchones con el público, celebraciones pausadas y otras descontroladas. Solo en la Ryder Cup podemos ver a un golfista como Paul Casey llorando en una entrevista por haber vuelto al equipo al cabo de diez años. Solo en la Ryder Cup podemos ver a un golfista como Tiger Woods crispado y desdibujado apenas unos días después de haberse impuesto a la plana mayor del golf mundial en el Tour Championship. Solo en la Ryder Cup podemos ver a los mejores profesionales del mundo resoplar y temblar en el tee del uno. Solo en la Ryder Cup se viven milagros como el de Brookline o Medinah.

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Contradiciendo a Roy Batty, el inmortal replicante de Blade Runner, todos esos instantes no se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. De hecho, muchos de ellos, los que tienen lugar en una misma edición, o incluso en una misma jornada de juego, se conectan de manera curiosa. Tal vez el adhesivo de todos esos instantes sea el clamor del público, que lleva en volandas o hunde a los golfistas según sople el viento metafórico, pero lo cierto es que, sin saber muy bien por qué, de vez en cuando la tortilla se da la vuelta (o cambian las tornas, quédense ustedes con el símil que más les guste). A esta marea de instantes, a estos cambios de tendencia, se les suele llamar “momento”, quizá por la traducción literal del “momentum” inglés, que significa intensidad o ímpetu. La definición física de momento es más árida (el producto del vector de posición del punto de aplicación de la fuerza por el vector fuerza), pero nos da alguna pista que nos permite trasladar esa “cantidad de movimiento” al plano deportivo: el momento, en nuestro mundo, equivale a la iniciativa, al impulso o incluso a una racha. El momento, esa dinámica positiva que parece poseer a todos los miembros de un equipo, es uno de los santos griales que se buscan en la Ryder Cup, ese combustible que empuja al equipo y deja sin aire al rival. Estos cambios de tendencia a veces se circunscriben a un solo partido, como cuando en el primer partido de fourballs la corbata de Jon Rahm en el hoyo 14 y el golpe de suerte de Tony Finau en el 16 hicieron que cambiara radicalmente la suerte de un partido que parecía a punto de decantarse. Otras veces, el “momento” se extiende simultáneamente por varios enfrentamientos, sin que quede muy claro cómo se produce el contagio. Basta fijarse en cómo han ido las jornadas del viernes por la tarde o del sábado por la mañana, con dominio absoluto de los europeos. Por la tarde, Björn confesaba que consideraba un éxito que todo se quedara como estaba, porque sabía de la importancia de mantener esa dinámica. Pese a los esfuerzos de Thomas y Spieth (este último convertido en cualificado imitador de Poulter en cuanto a juego y gestos celebratorios), Europa ha salido magníficamente parada del último turno de juego gracias a los esfuerzos de dos clásicos, Stenson y Rose, y de la pareja de moda, Fleetwood y Molinari, quienes con sus cuatro puntos en otros tantos partidos están siendo la sensación de esta Ryder Cup.

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Huelga decir que los dos capitanes buscarán ese impulso inicial, ese momento de fuerza, desde los primeros instantes, y que los primeros duelos serán decisivos para marcar una tendencia. Sobre el papel todo puede funcionar, pero sorprende que Jim Furyk no haya cargado aún más las tintas en las primeras posiciones… aunque lo cierto es que necesita ocho puntos (de doce posibles) para retener la copa y, para ello, todos sus jugadores tendrán que dar la talla. Habrá morbo en el primer partido (esta vez la irregularidad de Reed lo ha relegado a la décima plaza y será Justin Thomas quien se las vea con Rory McIlroy, primer espada europeo), morbo tremendo en el partido entre el debutante Jon Rahm y Tiger Woods, y morbo por ver si el punto de Sergio García sirve para que Europa se alce con la Ryder (y le otorga a él la condición de plusmarquista en puntos en esta competición). Pero eso será mañana a media tarde, y antes nos tocará disfrutar de una barbaridad de instantes inolvidables.