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Una vuelta de golf con Hilario

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Hilario apunta con la cabeza del wedge y pronuncia las palabras mágicas: «dos bolas a la derecha». El putt tiene unos doce metros, pero yo no termino de ver lo que me dice. Lo veo recto. No obstante, como quiera que tengo perfectamente asumido que sobre la faz de la tierra habrá uno o dos golfistas que lean peor que yo las caídas, ni lo cuestiono. Dos a la derecha, pues dos a la derecha. Y ahí era. Clavado. El día que no meta la manita hacia dentro igual hasta la meto.

Llevo ya seis hoyos jugados y no me puedo quitar de la cabeza que Hilario me recuerda a alguien. Es negro, fuerte, grande y con cara de tener unos 30 ó 35 años. Manos gigantes. Curtidas. Acento de República Dominicana, aunque si me dice que es cubano tampoco lo pongo en duda. No soy experto en acentos del Caribe. Es más, es mi primera vez en el Caribe.

Hilario es caddie en Diente de Perro, el mejor campo de América Latina y uno de los cincuenta mejores del mundo, aseguran las revistas especializadas. Ni he jugado tanto, ni creo que mi golf sea suficiente y necesario como para calibrar si Diente de Perro es el quincuagésimo, el vigésimo o el tercero del mundo. Mi hándicap 26 no me da para eso. Ahora bien, sí les digo que es un campazo espectacular. Lo jugué este domingo por primera vez y la experiencia ha sido fabulosa. Yo creo que Hilario me recuerda a un actor o a un jugador de la NBA. Sigo pensando.

Empezamos por el tee del hoyo 10. La calle es generosa, una constante en este campo de Pete Dye. Se agradece. Ayuda. Juegas más liberado. El drive se mueve con más soltura. La brisa comienza a levantarse. No será fácil, me digo. Randy Dodson, periodista de Utah, mira a las copas de los árboles y resopla. El viento no será un problema para él. Pega la bola baja, aunque algunas veces más baja de lo que él desearía.

El camino entre el green del hoyo 14 y el tee del 15 es una postal. Un túnel de árboles apenas deja ver en el horizonte un pequeño círculo azul. Pero no un azul cualquiera. Es azul turquesa. Azul Caribe. Móvil. Foto. El Caribe en todo su esplendor. Un placer para los sentidos.

«¿Ve usted ese árbol grande de color amarillo y el otro verde a su derecha? Pues entre los dos tiene que apuntar». Habla Hilario y yo escucho. Faltaría más. Es una referencia estupenda, pero cada vez que me la dice no puedo dejar de pensar para mí: «como si esto saliera alguna vez donde yo creo que estoy apuntando…». El mantenimiento del campo es espectacular. La hierba es recia, fuerte. El palo se agarra mucho en el rough y los greenes no son muy rápidos. Hay que adaptarse, pero las condiciones son impecables.

Caigo en un búnker de calle en el hoyo 18. Hilario me dice donde tengo que apuntar, pero no le presto atención. Sigo pensando en que se parece a alguien. Desastre. Ni encuentro el parecido, ni la línea. Sufro para sacar el ‘7’ en el par 5. Es mi primer siete del día. Ojito, me digo, que no está mal. No hay dolor. Llevo además el buen karma a mi izquierda, a los mandos del buggie. «Tranquilidad y buenos alimentos, chico». Me dice Rubén, un simpático boricua que engrasa su swing en cada hoyo con un traguito de whisky. Para los Reyes me he pedido su drive. Si hay que ir a Puerto a Rico a copiarlo, yo voy.

Hilario me va contando… En 2016 se cumplen treinta años desde que empezó a trabajar en Casa de Campo, en La Romana, la exclusiva casa de Diente de Perro. Comenzó en el hotel y desde hace trece años es caddie. «¿Sabes que me recuerdas a alguien?», le digo. En esto no me ayuda. Sólo sonríe. Siempre sonríe. Transmite paz.

Llegamos al paraíso de Diente de Perro. La perfecta trilogía. Los hoyos 5, 6 y 7. Los tres pegados al mar. Tan pegados que alguna pompa de espuma marina se posa sobre el zapato mientras haces el swing de prácticas en el tee. Me imagino cómo será un día de tormenta y se me hace la boca agua. El hoyo 5 es un par tres en isla de poco más de cien metros. El green, pese a estar cerca, se ve muy pequeño. Es uno de esos hoyos en los que cualquier golfista que se precie comienza a salivar. El viento sopla fuerte del mar, ayudando. Hilario me da el pitch. Yo dudo entre el pitch y el 9. «El pitch seguro», me dice. Me quedo corto. Agua. Me acuerdo del 9. Hilario se da cuenta y me dice: «le pegó un poco atrás y muy suave». Tiene toda la razón. Ni 9, ni leches. Jugar bien al golf. Hilario es hándicap 18.

Llegamos al 9 y creo que ya lo tengo. El parecido, digo. Sigo hablando con Hilario. Es una delicia. Tiene siete hijos y ninguno juega al golf, pero todos se ganan la vida. Uno es artista y ya expone, otro es músico y toca la guitarra eléctrica en un hotel en Playa Bávaro. «No me quejo, están todos bien situados», asegura con un puntito de orgullo y una sonrisa de oreja a oreja. Entonces me paro y hago cuentas: treinta años en Casa de Campo y siete hijos… ¿Cuántos años tienes, Hilario? «Cincuenta». ¿Cómo? Sí, se lo juro, es el golf, el ejercicio diario, asegura entre carcajadas.

Acabamos de jugar. De camino al cuarto de palos enciendo el móvil y busco wifi. ¡Ajá! Ya sé quién es Hilario. Es John Coffey, el personaje central de La Milla Verde. Le hace justicia no sólo por el físico, sino también por el carácter.

Una recomendación. Jueguen Diente de Perro. Será una experiencia magnífica. Y busquen a Hilario, que sea su caddie. Después, si quieren, hasta pueden ver La Milla Verde.

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