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Las vidas cruzadas del chico malo Hatton y el ilustre veterano Edfors

Una chaqueta verde y la curiosa superstición de los plátanos

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La vida da muchas vueltas. Tantas como para nunca decir «de este agua no beberé» o de aquel plátano no comeré… Esta es la historia de un chico malo con una superstición y de un ilustre veterano empeñado en regresar a la élite.

La situación vivida este fin de semana en el golf europeo tiene miga. Es la historia de Tyrrell Hatton y Johan Edfors, un casi recién llegado del Challenge Tour ganaba en el Tour Europeo, mientras que un ganador del Tour Europeo celebraba su victoria en el Challenge. Sí, en el Challenge, allí donde jamás pensó que volvería a jugar. Retranca.

Esto confirma la delgadísima línea que separa un circuito del otro. Demuestra que el nivel de juego es muy similar. Y atestigua que nunca se debe dar nada por conseguido, que hay que seguir luchando para estar arriba. Si de esta lección aún tienen dudas, miren el ejemplo de Gonzalo Fernández-Castaño. El madrileño ha ido de un circuito a otro, pero en América, hasta recuperar su puesto en el PGA Tour. Y ya lo tiene. Bravo.

Pero volvamos al asunto que nos concierne. Las vidas del sueco Edfors y el inglés Hatton se han cruzado este fin de semana. Edfors se hizo profesional casi al mismo tiempo que Hatton ganaba su primera chaqueta verde, una chaquetilla muy particular que entregaban como premio al campeón de un torneo local y que logró con tan sólo cinco años, dando un primer aviso de lo que se avecinaba.

Siendo un niño, probablemente encerrado en su cuarto, castigado por sus malas notas, Hatton miraba con admiración a sus ídolos –Tiger Woods, sin duda– en su campo favorito: Wentworth. Un escenario donde Edfors lucharía más de una vez por la victoria. Y sigue el paralelismo. Cuando el británico se hizo profesional, el sueco ya llevaba cinco victorias en su mochila, dos en el Challenge Tour y tres en el Tour Europeo y se había quedado a las puertas de jugar una Ryder Cup, logros todos ellos que de momento no estaban más que en la imaginación del jovencito Tyrrell.

Aquellos sueños comenzaron a hacerse realidad este fin de semana, cuando el chico malo del cole, que de no ser golfista habría sido conductor, dejó boquiabiertos a todos igualando el récord del Old Course y rematando la faena en una gran jornada final para imponerse nada menos que en el Dunhill Links Championship.

Hatton hacía tiempo que venía haciendo ruido, pero no había terminado de derribar la puerta. De hecho, caminaba más bien por debajo del radar. A sus 24 años (cumple 25 el 14 de octubre) ya había dado algún aviso: el pasado mes de julio en Escocia quedó segundo, pero se le resistía el triunfo. Forjado en la extraordinaria universidad de golf del Challenge Tour, Hatton luchó durante dos temporadas para llegar al Circuito Europeo y su trabajo tuvo su recompensa. Su primera temporada en la Primera división se saldó con cuatro top 10, la segunda con 5 y en la tercera sólo ha necesitado cuatro para lograr su primera y ansiada victoria.

Tyrrell, a pesar de esa sonrisilla de malote que parece ‘el que la ha liado’, no rompió muchos platos en el Challenge Tour; pasaba cortes y avanzaba hacia su objetivo, pero no ganaba. Pasaba desapercibido.

El Challenge Tour es una escuela que ayuda a los jugadores a crecer. Crecen como jugadores, como personas, se aprende a perder y a veces a ganar, se aprende de los errores y de los aciertos, aunque también crecen las supersticiones. Qué jugador no las tiene. Hatton, claro, también tiene la suya. El inglés cree firmemente que cada vez que se come un plátano hace birdie. No sabemos si éste fue el secreto de su victoria, aunque tenemos serias dudas. De serlo, se habría metido 17 plátanos entre pecho y espalda en las dos últimas jornadas en St. Andrews. Si fuera así, puede estar tranquilo, el chico no va a tener un calambre en su vida. Veremos también si se guardado alguno para cuando vuelva a luchar por otra chaqueta verde, la de verdad.