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“Oye, tú, que nos quedamos sin bolas”

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Jorge Campillo hoy en Oman. © Golffile | Phil Inglis
Jorge Campillo hoy en Oman. © Golffile | Phil Inglis

Jorge Campillo ha vivido hoy una de esas situaciones que casi no se le desea ni al más enconado de los enemigos. El español venía gobernando con poderío, y hasta con suficiencia, la durísima y huracanada jornada que se ha vivido por la mañana en el Al Mouj Golf de Omán. Había hecho un birdie de manual en el hoyo 4, con unos 45 kilómetros por hora de viento en contra y estaba una menos en el día. A continuación afrontaba el hoyo 5, par 3 en península, con el tee a 169 yardas de la bandera y con ese mismo viento, pero esta vez a favor…

Tras hacer el birdie tenía que jugar en primer lugar y dudaban él y su caddie, Borja Simo, si pegar un PW suavecito, casi a medio gas, o bien un 52. Jorge escogía finalmente el PW y el disparo, en apariencia salía bastante bueno. La bola aterrizaba unos quince metros corta de bandera y el segundo bote se producía unos dos metros cortos del hoyo, así que la cosa parecía ir bien. Pero de eso, nada. Pasaba la bola a apenas tres palmos del agujero, con una línea fantástica, pero seguía rodando, para irse por detrás al agua. A continuación, sus dos compañeros de partido, Robert Karlsson y Paul Waring, la dejaban en green tras pegar PW y 50 grados…

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Acto seguido, el extremeño se plantaba en la zona de dropaje, algo lateral y a 74 yardas del hoyo. El drama, por desgracia, no había hecho más que comenzar.  Desde allí, pegaba un medio SW y, según le confirmaban luego Karlsson y Waring, la bola botaba tres metros dentro de green y, tras pegar un brinco de unos quince metros, volvía a botar al lado del hoyo y se iba por detrás, de nuevo al agua. El siguiente intento salía casi idéntico: la bola botaba por primera vez unos dos metros dentro del green y el segundo bote caía al lado del hoyo, pero volvía a irse mansamente al agua…

En este punto, aquello ya era mucho más que un desastre. Entre otras cosas, porque en estas situaciones el jugador casi entra en estado de shock, incapaz de discernir qué tiene que hacer. La conversación entre caddie y jugador a esas alturas ya era casi surrealista. “Oye, tú, que nos quedamos sin bolas”, llegaron a decirse. Una vez situados en la zona de dropaje, ya no podían volver al tee, que era lo que les pedía el cuerpo. Tanto era así que en medio de la confusión y el vértigo, llegaron a valorar si pegar un 58 entero desde la zona de dropaje, ¡rumbo al tee!, para desde allí tratar de nuevo de dejar la bola en green.

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Finalmente, descartaban esta opción y en el tercer intento desde la zona de dropaje, con tres bolas ya en el agua, la trayectoria y el golpe no variaron demasiado. Simplemente había que cruzar los dedos para que el bote fuera algo más benigno. Casi era una cuestión de fe. La bola, esta vez, volvía a pasar mansamente al lado del hoyo y a irse por detrás, aunque en esta ocasión, por fin, aguantaba en el semi rough, a diez centímetros del agua.

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Semejante odisea, con trece hoyos por jugar y en tales condiciones, podía haber acabado con el temple de cualquiera, pero hay que reconocerle a Campillo, y también a su caddie, la excelente labor que hicieron de pasar página y centrarse sólo en el momento, sacando el trabajo adelante y metiéndose en el corte, incluso con cierto margen.

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