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El día que la Ryder Cup sintió más vergüenza

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La Ryder Cup es la rivalidad más brutal del mundo del golf, y una de las mayores del deporte. En numerosas ocasiones se han rozado los límites de la deportividad, especialmente por parte del público norteamericano, pero en la edición de 1999 que se disputó en Brookline, Boston, se marcó un antes y un después en la competición.

Europa cruzaba el charco con la copa en su poder tras haberla conquistado bajo la capitanía de Seve Ballesteros en Valderrama 1997, así que iban preparados para que los americanos les recibieran con el cuchillo entre los dientes desde el mismo momento en el que aterrizara el avión.

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La semana se desarrolló dentro de la normalidad porque el juego de los europeos en los primeros días fue antológico, dejando sin hueco a posibles provocaciones u ofensas del lado americano, y eso que lo intentaban.

Por ejemplo, sabían que uno de los hombres más fuertes del equipo europeo era Colin Montgomerie, por lo que el público la tomó con el padre del escocés, sabedores que eso desestabilizaba a ‘Monty’, hasta el punto de que terminaron aconsejando al padre que no saliera al campo durante la jornada de individuales.

A ese domingo se llegó con clara ventaja europea 10-6, por lo que les valía con lograr 4/12 puntos para retener la copa. Se avecinaba un infierno en busca de la remontada histórica, pues nunca ningún equipo había remontado más de dos puntos… Y así fue.

Mark James, capitán europeo, puso a sus hombres fuertes en los últimos partidos, consciente de que los locales iban a salir a morder desde el primer hoyo. En la parte delantera sacrificó a los rookies del equipo, que no habían debutado hasta ese domingo, por lo que parecía imposible que ganaran. Sandelin, Van de Velde y Coltart se vieron superados por la situación desde el tee de salida, aunque no fueron los únicos, pues los europeos perdieron 7/8 primeros partidos, y no por poco.

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Con el 13-10 en el marcador, por fin cae el primer punto para Europa, y lo dio Padraig Harrington en su partido contra Mark O’Meara, aunque no sin sufrir, pues fue por 1up en el 18.

Sergio García, que jugaba en el penúltimo partido, perdía también de forma contundente contra Jim Furyk (4&3), por lo que USA se ponía 11-14 a falta de medio punto para ganar la Ryder Cup. Lawrie daba algo de esperanza a Europa ganando a Maggert el último partido, y con 12-14 llegó la infamia.

Nunca nadie ha puesto excusas en las derrotas de esos partidos, pero hubo cosas que hicieron que ese día pasara a la negra historia de este deporte. Mujeres de jugadores europeos que recibieron escupitajos por parte del público americano, un ‘marshall’ que mantuvo bajo su pie la bola de Andrew Coltart en el hoyo 1 de su partido contra Tiger Woods para que tuviera que repetir su golpe de salida, o lo que sucedió en el partido de José María Olazábal, el decisivo.

El vasco, que había estado 4 arriba a falta de siete hoyos, llegaba 1up al hoyo 18 contra Justin Leonard, todo el mundo concentrado en torno a ese hoyo, pues si el norteamericano conseguía ganar el hoyo, USA se llevaba la copa.

Ambos jugadores ponen la bola en green, aunque Olazábal más cerca y con un putt, a priori, más sencillo. Leonard tenía un putt de unos 15 metros con piano y dos caídas de por medio, pero ese día no había imposibles. Lo metió y se desató la locura por completo.

Jugadores, capitanes, mujeres de los americanos, público… Todos invadieron el green. Un green en el que todavía tenía que patear Olazábal, que tenía la opción de, si embocaba, dar el punto 13 a los europeos, con el partido Montgomerie-Payne Stewart todavía en juego por detrás.

El green quedó bastante dañado por las carreras y los saltos de los que habían invadido ese hoyo 18, pero allí nadie ponía calma. El español esperaba sin saber donde meterse y sin creerse lo que estaba viendo. Minutos después desalojaron el green y pudo jugar, aunque el putt no entró y allí se vivió la explosión definitiva.

Tras ese estallido, se vio el único momento de deportividad, pues Payne Stewart concedió el partido a Montgomerie, aunque ya de poco servía, y se cerró así el marcador con un 14’5 a 13’5.

«Fue el día más vergonzoso y desagradable en la historia del golf profesional«, dijo Sam Torrance, uno de los vicecapitanes europeos. «Los espectadores se comportaron como animales y algunos de los jugadores estadounidenses, especialmente Tom Lehman, actuaron como locos».

Por su parte, Olazábal no fue tan duro: “Si la gente se vuelve loca, tienes que estar preparado para ello. Leonard vivió el momento de su vida con ese putt, aunque sí que los que invadieron el green saben que se excedieron.”

Los americanos son conscientes de que aquello fue lamentable, muchos todavía piden disculpas cuando se recuerda aquello. Otros, como Ben Crenshaw, intenta justificarse y deja en el aire que no sabe lo que los europeos hubieran hecho en esa misma situación.

La Ryder Cup es tensión, lucha, garra, pero si algo hace grande a esta competición es que nunca se pierde el respeto por el rival y por el deporte. Pero aquel día se cruzó la línea roja.