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Cuando un bogey se convierte en la clave de una tarjeta de 63 golpes

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Pablo Larrazábal durante la tercera jornada del Commercial Bank Qatar Masters. © Golffile | Phil Inglis
Pablo Larrazábal durante la tercera jornada del Commercial Bank Qatar Masters. © Golffile | Phil Inglis

Pablo Larrazábal está trabajando duro por dar un salto de calidad en su carrera profesional. Para ello, manteniendo como siempre a su hermano Alejandro en el equipo de trabajo, hace unos meses se puso también en manos del equipo de Robert Rock, con objeto de pulir todos juntos un swing más fiable y consistente. Las sensaciones del jugador mejoraron enseguida y también los resultados, puesto que ganaba el Alfred Dunhill el pasado diciembre. Sin embargo, un proceso de este tipo, en el que se tocan incluso algunos fundamentos, suele ir orientado al medio y largo plazo. Lo raro es que Pablo ganara tan pronto un torneo. Pero ocurrió. Lo más habitual es algo que también viene ocurriendo, como es que el jugador sufra cierta irregularidad o alternancia de grandes aciertos con algún error de bulto.

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Esto es exactamente lo que le estaba pasando esta semana en Qatar (también ocurrió en Arabia, donde terminaba desmelenado con una vuelta de 64 golpes, o en Abu Dhabi y Dubai, donde fallaba el corte). Caen muchos birdies en la talega, pero también bastantes bogeys o dobles bogeys. Porque, además, como quiera que está más centrado en el trabajo con el juego largo, quizá Pablo tiene algo más descuidado el juego corto, precisamente uno de sus puntos fuertes, de tal modo que no siempre se recupera de los errores.

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En tal tesitura, y después de producir un gran inicio de tercera vuelta este sábado, Pablo cometía su primer error desde el tee en el hoyo 8. Mal lugar para hacerlo, puesto que la bola terminaba en un bunker a más de 170 metros de la bandera, con viento en contra y prácticamente todo el obstáculo de agua entre su posición y el objetivo…

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El corazón y el instinto le decían al jugador que podía pegar un hierro 5 desde la arena para llevar la bola al green y solventar la delicada situación. Pero era hora de calcular algunos porcentajes, porque una bola al agua desde allí podía llevarlo incluso al triple bogey, con lo que destrozaría la dinámica y la inercia positiva que traía. Su caddie, Raúl Quirós, era más partidario de la estrategia conservadora, convencido incluso de que, tal y como estaba pateando, a lo mejor hasta podía salvar el par. Allí, a los pies del bunker, tenía lugar un corto pero intenso intercambio de pareceres y Larrazábal decidía finalmente adoptar una línea de juego más moderada.

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En efecto, jugando de tres a green, Pablo estaba a punto de salvar el par embocando un putt de unos cuatro o cinco metros, que no entraba de milagro. Sin embargo, el bogey no sólo no le iba a hacer ningún daño, sino que iba a reforzar su confianza. El resto, es historia: a continuación, protagonizaba unos electrizantes segundos nueve hoyos en el recorrido catarí, con un parcial de 29 golpes (cuatro birdies y un eagle) en este tramo, que lo metía de cabeza en el penúltimo partido del domingo y con las puertas del triunfo abiertas de par en par.

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