La segunda semana de abril de 1975, en la que hizo historia al convertirse en el primer afroamericano en disputar el Masters de Augusta, Lee Elder dejó una frase para el recuerdo: «No quiero que me recuerden sólo por esto, quiero que me recuerden, si es que lo hacen, porque era un buen golfista». Hoy, 29 de noviembre de 2021, el día de su muerte a los 87 años de edad, es posible asegurar que lo consiguió.
Elder disputó 448 eventos del PGA Tour, ganó cuatro torneos y, cuando dio el paso al Champions Tour, el circuito senior para mayores de 50 años, conquistó ocho torneos más. La pasada madrugada falleció dejando atrás una vida convertida en un constante reto, una historia de superación, tras una infancia difícil y una discriminación racial a la que logró doblegar para forjar una exitosa carrera deportiva, históricamente cruel con los golfistas negros.
«Creo que muchos chicos se habrían rendido», dijo durante su temporada como rookie en 1968, a los 34 años de edad. «No creo que hubieran aguantado tanto tiempo», aseguró. En 2019 recibió el premio Bob Jones por su deportividad, el más alto honor otorgado por la USGA. Vivió tiempos difíciles, en los que se prohibía competir en el circuito a los golfistas negros. Pero dos años antes de dar el salto a profesional se eliminó la prohibición racial de los estatutos de la gira, abriéndole las puertas para labrarse un futuro.
«Donde hubiera un torneo, allí iría», dijo Elder, que había ganado cuatro abiertos nacionales negros de la UGA y en 1966 llegó a dominar con rotundidad el campeonato con 18 triunfos en 22 torneos. Robert Lee Elder, su nombre completo, nació en julio de 1934 en Dallas, Texas, y fue el menor de 10 hermanos. Su padre murió en la batalla durante la Segunda Guerra Mundial cuando Lee tenía nueve años y su madre falleció sólo tres meses después.
Acogido por su tía Sarah, con apenas 11 años, pasó algún tiempo en Los Ángeles antes de regresar a Texas. Se involucró en el golf haciendo de caddie y no jugó su primera ronda hasta los 16 años de edad con bolas perdidas y palos de madera comprados en una tienda de segunda mano. Así empezó a ganarse la vida, sufriendo en sus propias carnes las restricciones para los golfistas negros en los clubes de golf, con prohibición para utilizar los vestuarios o triquiñuelas constantes durante el juego para que se marcharan.
Todo fueron dificultades, pero no se rindió. Y su perseverancia le permitió hacer historia. En 1974 ganó el Monsanto Open, torneo que escondía un premio especial: una invitación para jugar la siguiente edición del Masters de Augusta. Y aunque era consciente de las presiones y de que a mucha gente no le gustaba que un golfista de color disputara el torneo más prestigioso del mundo, no dio su brazo a torcer. Hasta que el 10 de abril de 1975 plantó su bola en el tee del 1 del Augusta National Golf Club para convertirse en leyenda.
No logró pasar el corte, con ocho sobre par, pero había logrado derribar una puerta de cristal que había permanecido intacta durante décadas. Tuvieron que pasar 15 años más hasta que Augusta admitió su primer socio negro. Y casi 25 para ver a un golfista de color enfundarse la Chaqueta Verde, con Tiger Woods como protagonista. Ahora, las cosas parecen diferentes e incluso hay tres mujeres negras entre los socios del club, Darla Moore, Condoleeza Rice y Virginia Rometty.
El año pasado, tras 45 años del Masters en el que entró en la historia, Augusta le rindió un sentido homenaje. Y el pasado mes de abril se unió a Jack Nicklaus y Gary Player en la salida honorífica del Masters. Hoy, el famoso torneo de Magnolia Lane llora a una de sus leyendas, el primer jugador negro del Masters en un año, 1975, en el que nació Tiger Woods, el encargado de tomar su relevi y tirar abajo cualquier barrera racial que aún pudiera quedar en el mundo del golf. Descanse en paz.