Si alguna vez quedara lugar a la duda respecto a la justicia o injusticia de un resultado deportivo, desde luego no será en esta ocasión: el flamante ganador del THE PLAYERS, Justin Thomas (-14), ha sido con muchísima diferencia el mejor jugador sobre el campo en la ronda definitiva (por no hablar de todo el fin de semana). Nunca un triunfo ha sido tan quirúrgicamente justo y objetivo. Y, lo que son las cosas: cuando Thomas se subió al tee del hoyo 15 el viernes, después de hacer bogey en el 14 y a falta por tanto de cuatro hoyos para terminar la segunda ronda, él sabía perfectamente que necesitaba un buen final simplemente para pasar el corte, pues marchaba con un acumulado de +1 (el corte se pasó con el PAR y él estaba jugando en el turno de tarde y por tanto podía calcular con bastante precisión lo que necesitaba para meterse en el fin de semana).
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Desde aquel punto, tan apurado y completamente fuera del radar, a este otro, tan radicalmente opuesto, pues una vez consumada semejante remontada vuelve a ser Número 2 del mundo, además de tener ya en su palmarés uno de los trofeos más prestigiosos y codiciados. No será la primera vez ni la última que se escriba o se diga que este hombre está llamado a escribir grandes páginas de la historia del golf, pero por si acaso el muchacho de Kentucky se encarga de manera regular de no dejarnos por mentirosos. Lo tiene todo, pero sobre todo le sobra la determinación. Nadie lo supera en esta parcela. Después, por supuesto, las cosas salen o no, pero mientras tanto siempre hay que prestar atención al retrovisor, por si viene Thomas encendido.
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Al margen de su juego, superior, a otro nivel, se pueden y deben destacar tres claves de su victoria. La primera es tan importante como obvia: la ayuda que ha recibido del partido estelar, pues tanto Lee Westwood (-13) como Bryson DeChambeau (-12) de entrada parecían incapaces de enderezar de verdad su juego, sembrando el partido de errores (algunos sobrecogedores, como la salida en modo capón del californiano en el hoyo 4, que enviaba la bola a una lengua de agua situada a no más de 140 metros del tee). Una segunda clave, relacionada con la primera: Thomas iba jugando como los ángeles de tee a green, pero lo cierto es que no enchufaba ni un sólo putt de birdie, algunos de ellos realmente cortos, hasta el punto que incluso firmaba un bogey en el 8 con un tripateo después de encadenar siete pares… Sin embargo, la nula producción anotadora de los líderes todavía lo situaba entre los claros candidatos y le permitía jugar con serenidad y sin apreturas. Y una tercera clave: a Thomas no le exigían los líderes, pero tampoco lo hacían los demás candidatos de peso, tales como Sergio García, Jon Rahm o Paul Casey. Todos ellos habían comenzado muy bien la vuelta, pero también cometían pronto algunos errores graves que dejaban en todo momento muy nivelada la situación. Tal encrucijada ayudaba a que se terminara desatando la particular tormenta de Thomas, que en los siguientes cuatro hoyos, del 9 al 12, se marcaba un parcial marciano de cinco menos.
Thomas vivió en el alambre con su salida del hoyo 18
Basten dos datos como bello epílogo y perfecto grafismo de la excelencia. Uno: el primer y único green en regulación que fallaba este domingo Thomas era el del hoyo 18… Y además dejaba la bola a poco menos de tres dedos del green, en la parte frontal y sin apretura ninguna para ejecutar dos putts de manual. Y dos: el estadounidense sólo fallaba en realidad una calle, aunque técnicamente le computen dos, pero es que la salida del hoyo 15, tras pegar un drive de casi 350 yardas, en realidad era poco menos que perfecta, en el primer corte.
A Sergio y Jon les faltó un cambio de marcha en los últimos nueve
Esto, en el Stadium course del TPC Sawgrass y en la cuarta jornada, se sale de los límites razonables del golf que se practica de verdad, sobre el terreno, sin un mando en las manos y enganchado a una consola. “Ha sido la mejor vuelta de mi vida de tee a green”, señalaba rotundo después de confirmarse el triunfo. Y tanto.
