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La grandeza de la sencillez del Número Uno del mundo Scottie Scheffler

Una bañera de hidromasaje y un Yukon de 2012 como filosofía de vida

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Scottie Scheffler - Jon Rahm - Masters de Augusta
Scottie Scheffler saluda a Jon Rahm en la vuelta de prácticas en el Masters de Augusta.

No fue una isla desierta, ni un yate, ni una casa, ni siquiera un coche, el capricho que Scottie Scheffler se dio por ganar el Masters de Augusta hace un año fue una bañera de hidromasaje. «Ya la compramos, aunque todavía no está funcionando en casa», admitió este martes con su descomunal sencillez. Nada hay que defina mejor la personalidad del Número Uno del mundo. Algunos lo tachan de aburrido y le achacan falta de carisma. Scottie simplemente va a lo suyo, lo tiene claro, huye despavorido del postureo y no despega los pies del suelo ni para salir corriendo.

Todo es así en su vida. La batalla por el Número Uno no le quita el sueño, pero eso no significa que no le importe. Lo valora en su justa medida, ni más, ni menos. «Soy Número Uno porque lo dice un algoritmo. Es la importancia que le doy. Ahora bien, prefiero que el algoritmo diga que soy el uno a que me ponga el dos. Haré todo lo posible por ser el Uno», afirma.

Otro detalle que define a Scheffler. Su coche. Aún tiene un GMC Yukon XL del año 2012. Tiene más de 190.000 kilómetros. «No me gustan mucho los coches, la verdad, y tampoco lo cojo demasiado. La mayoría de esos kilómetros son mérito de mi padre. Funciona bien, así que no hay razón para cambiarlo», recalca.

Cada año, el ganador del Masters siempre suele dejar alguna anécdota divertida, curiosa y hasta estrafalaria con la Chaqueta Verde como gran protagonista. A Scottie lo más emocionante que le ha pasado ha sido estar a punto de saltarle los botones el día que lanzó unas bolas de béisbol antes de un partido y se le olvidó desabrocharla. Es lo que hay. «No la he sacado mucho del armario. Tampoco sé si tenía autorización para pasearla por cualquier sitio. No la he llevado a un bar ni a ningún sitio extraño. El mejor momento ha sido cuando llegué aquí el fin de semana y paseé por dentro del club con mi padre y la chaqueta». Simple. Llano.

Tampoco crean que tiró la casa por la ventana cuando ganó el Masters. La celebración, como su vida, fue comedida. «Una de las tradiciones con mi mujer es comprar una botella de tequila después de cada victoria. Para mí una celebración en casa siempre es divertida y poder disfrutarla con nuestros amigos, ya sea compartiendo una buena botella de tequila, comiendo bien o pasando el rato. Con el tiempo tal vez me compre un coche nuevo. No lo sé. No me gusta mucho ese tipo de cosas. No soy grande en esos aspectos», apunta.

Ni siquiera el legado o pasar a la historia es algo que le abruma. «No creo mucho en el legado como tal. Sólo quiero ganar porque me gusta, por ser cada día mejor, pero no más. Haga lo que haga dentro de 100 años se olvidarán de mí y ya no será para tanto lo que haya hecho», señala.

Eso sí, la apabullante humildad de Scheffler no hay que confundirla con frialdad o frivolidad. Valora las cosas y las siente dentro cuando toca. «Hoy me he emocionado cuando venía para la sala de prensa y me ha llegado el olor de la cena que están ya preparando para esta noche. El olor de la comida me ha puesto los pelos de punta y me ha recordado la razón por la que estoy aquí esta semana».

Tampoco le importa en absoluto a Scheffler que la voz cantante en el PGA Tour la lleven Tiger Woods o Rory McIlroy. «Es lógico que ellos sean nuestros portavoces. Quién va a poner en duda la figura de Tiger y lo que ha hecho, pero eso no significa que no se oiga nuestra voz. Cada vez que he querido comentar algo, no he tenido ningún problema de hacerlo con Jay Monahan o Jason Gore, el enlace con los jugadores», señala.

Es Scottie Scheffler. Es la grandeza de la sencillez.