En 1995, hace 25 años, comenzó a escribirse en el Augusta National Golf Club la historia de una leyenda. Tiger Woods, cinco veces ganador del Masters, hizo su primera aparición en un escenario grandioso que terminaría marcando su carrera. Un torneo especial en el que el ‘cachorro’ Woods empezó a deslumbrar a propios y extraños.
El Tigre era estudiante de primer año de la Universidad de Stanford. Tenía 19 años y había logrado una invitación al Masters ganando el US Amateur de 1994 en el TPC Sawgrass, protagonizando una gran remontada final ante Trip Kuehne. Ese triunfo llegó justo después de otros tres consecutivos en el US Junior Amateur, algo sin precedentes.
En abril de 1995, el niño prodigio del golf estadounidense se había establecido ya como un adolescente con enormes habilidades en el mundo del golf, marcadas sobre todo por su potencia, su habilidad y su absoluto dominio de la presión. Muchos veían ya en él a la siguiente gran estrella del circuito. Pero no fue hasta ese Masters de 1995 cuando muchos de los grandes jugadores del PGA Tour tuvieron la oportunidad de ver por primera vez de cerca a Woods.
«Era un niño con mucho talento», dijo Nick Faldo, campeón del torneo en 1989 y 1990, después de jugar una ronda de prácticas con Tiger en ese Masters. Gary Player, tres veces ganador en Augusta, compartió el concurso de pares 3 con el californiano. Y su valoración fue muy clara: «Hay ciertos jugadores a los que miras una vez y ves que hay algo. En cuanto vi a Tiger Woods hacer su swing, pensé: ‘Este chico lo tiene'».
Con victorias en el Open Championship y el PGA Championship el verano anterior, Nick Price buscaba un inusual tercer major consecutivo cuando llegó a Augusta en 1995. Se prestó mucha atención a Price, que tenía en su haber el récord del Masters con una ronda de 63 golpes en 1986. Mucha más que a aquel jovencísimo Woods, que estaba disputando su primer major siendo un semidesconocido para la mayoría.
A pesar de sus logros como amateur, Tiger Woods no había logrado superar ningún corte en los siete eventos del PGA Tour en los que había participado desde su debut en el Nissan Los Ángeles Open de 1992, a los 16 años. Pero eso cambió precisamente allí, en Augusta, en ese Masters de 1995.
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El Tigre contrató a un caddie local llamado Tommy ‘Burnt Biscuits’ Bennett después de que su padre, Earl Woods, decidiera renunciar a llevar la bolsa de su hijo. Bennett había trabajado en 20 Masters para jugadores como Raymond Floyd, Al Geiberger, Charles Coody y Andy North. Estuvo junto a Jodie Mudd en 1991 cuando el golfista de Kentucky empató en el séptimo puesto.
«Tiger tenía grandes manos y se notaba que era un pegador», recordó Bennett, de 71 años. «Podía pegarle de derecha a izquierda o de izquierda a derecha. Sabías que lo habían entrenado bien», añadió.
El análisis de Bennett a Sports Illustrated hace un cuarto de siglo después de ver los prodigiosos golpes de salida de Woods (lideró el campo en distancia con el driver con 311,1 yardas y no pegó más de un hierro 7 en los pares 4 durante toda la semana) destacó el poderío del joven golfista. «El Tigre hace un swing realmente puro», dijo. «Y su bola parece que no quiere bajar nunca. A veces tenía la sensación de que no había suficiente campo de golf para él», añadió.
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A medida que se acercaba la hora de salida del jueves por la mañana para Tiger, Bennett se percató de que sólo había tres bolas de golf en la bolsa del californiano. Fue rápidamente a decírselo, pero Woods le respondió diciendo: «Eso es todo lo que necesito». Justo después, pegó un gran driver desde el tee del 1, su approach con el wedge terminó a unos 10 metros del hoyo, se quedó algo corto con el putter y terminó firmando un bogey. «Estaba nervioso, como le pasaría a cualquiera, pero después de eso, se calmó por completo», recuerda Bennett.
A pesar de tener ciertos problemas para controlar las distancias con su juego corto, Tiger Woods firmó dos rondas de 72 golpes para superar la criba del viernes en Augusta por un impacto de margen. Jugadores como Price fallaron el corte por cuatro. Y tras la segunda ronda, Tiger se fue con su padre al Forest Hills Golf Club, a unos pocos kilómetros de distancia, para dar un clínic a caddies y juniors.
«Fue absolutamente increíble el clínic», recuerda Bennett. «Su padre estaba como 60 metros por delante de Tiger y él estaba pegando hierros sobre su cabeza y a los lados».
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En la tercera ronda del Masters, Woods hizo un par de birdies tempranos, pero a partir del par 5 del octavo hoyo perdió fuelle y terminó con una vuelta de 77 golpes que le retrasó en la clasificación. El domingo mejoró notablemente, haciendo birdies en tres de sus cuatros últimos hoyos para firmar su tercer par de la semana. Terminó empatado en el puesto 41º, con cinco sobre par, y visitó Butler Cabin por primera vez para recigir la Copa Sterling Silver que le acreditaba como el mejor amateur del Masters.
«Siento que este lugar es perfecto para mí», confesó Woods a un periodista de Sports Illustrated tras la tercera ronda de aquel Masters de 1995. «Supongo que necesito conocerlo un poco mejor», añadió.
Tras el Masters, Tiger envió una carta al Augusta National Golf Club en la que reflexionaba sobre la valiosa experiencia que acababa de tener: «He logrado mucho aquí y he aprendido aún más. ¡Su torneo siempre tendrá un lugar especial en mi corazón como el lugar donde logré superar mi primer corte en el PGA Tour y en un major! Es aquí donde dejé atrás mi juventud y me convertí en un hombre. Por eso estaré eternamente en deuda con ustedes», añadió.
Después de ganar su segundo título amateur en Estados Unidos, Tiger regresó al Masters, en 1996, pero falló el corte. En 1997, ya como profesional que llevaba siete meses en la gira, la historia fue muy diferente… El potencial de abril de 1995 se había convertido en el virtuosismo de 1997. Tiger Woods reventó el Masters y ganó por 12 golpes de diferencia. El californiano se convirtió, a los 21 años, en el golfista más joven de la historia en enfunndarse la famosa Chaqueta Verde.
El lugar era perfecto para él, y lo seguiría siendo durante mucho, mucho tiempo…