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La historia de Ángel Miguel, el primer español que jugó el Masters de Augusta

De charla con Sam Snead y Ben Hogan al caer la tarde en el Augusta National…

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Ángel Miguel, durante una campaña de publicidad de San Miguel que realizó con Carmen Sevilla. © Familia Miguel

«Lo que recordaba con más cariño del Masters eran las charlas en la terraza de la casa club de Augusta, cayendo la tarde y comentando la vuelta con Sam Snead o Ben Hogan. A él le gustaba ver, escuchar y aprender. Como buen autodidacta no había charla o swing de donde no sacara algo». Habla Marian Jiménez Miguel y el protagonista de esta historia es Ángel Miguel, su abuelo. La primera persona que consiguió que la bandera española ondeara en los mástiles del Augusta National. Nos ponemos de pie. Hablamos del pionero.

Ángel Miguel nació en Madrid un 27 de diciembre de 1929. Con apenas 23 años ya había ganado el primer Campeonato de España de Profesionales. El golf, cuenta su nieta Marian, fue el refugio que encontró para escapar de la miseria de la posguerra. «Su trabajo era tapar las trincheras, no le gustaba nada y un buen día probó fortuna como caddie en el club de Puerta de Hierro. Allí se empezó a fijar en los que jugaban y aprendió por imitación. Siempre ha sido así. Para todo. Era muy creativo. Nunca olvidaré el día que entramos en una casa de música. Iba con mis padres y mi abuelo. Yo estaba aprendiendo a tocar el piano y me querían comprar uno para que pudiera practicar. Estábamos hablando con el dependiente y, de pronto, mi abuelo se sentó frente a un piano de tres cuartos de cola y comenzó a tocar toda la escala en clave de sol y fa. «Ah, ¿pero usted toca el piano?», le preguntó el dependiente y mi abuelo le respondió que era la primera vez en su vida que lo hacía. Lo había visto y lo había aprendido. Era un artista», comenta Marian.

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Ángel Miguel abrió las puertas del Masters para el golf español en abril de 1959. Fue el primero. Recibió la invitación en reconocimiento a sus éxitos por Europa y, sobre todo, a su victoria en la Canada Cup de 1958. Aunque previamente ya había ganado hasta diez torneos profesionales, fue con ese triunfo, la antigua denominación de la Copa del Mundo, cuando obtuvo repercusión internacional. En su debut en el Masters acabó en el puesto 25º. Brillante. Jugó las siguientes cuatro ediciones y falló el corte.

«Mi abuelo nos contaba cosas de Augusta, sobre todo cuando veíamos los torneos por la tele en los últimos años. No se perdía ninguno. Era un maestro del ‘spoiler’. Nos anunciaba para dónde iba a caer cada putt, era buenísimo en los greenes, y siempre nos repetía: ahí no se ve, pero Augusta tiene muchas cuestas. Ver el Masters con mi abuelo era como hacerlo en tres dimensiones», afirma Marian. Jamás alardeó de sus victorias, su golf o sus amistades, pero para eso están los que mejor lo conocieron. «Mi abuelo era un halcón jugando al golf. Tenía una precisión enorme.Visualizaba el golpe y lo ejecutaba. Era muy creativo. Veía golpes que los demás no podíamos ni imaginar. También era muy elegante. Siempre iba con su traje reluciente, los zapatos eran casi reflectantes de cómo los limpiaba y prácticamente a diario ordenaba su bolsa, aunque no jugara. Tenía que estar todo impecable», recuerda su nieta. Eso sí, cuanto tocaba competir era un fiera. Jamás se dejó. «‘¡Cómo! Ni hablar, quería ganar siempre. Le gustaban todos los deportes y era muy competitivo. Le encantaban los coches, correr, sus últimos años con el buggie eran muy divertidos, iba a toda mecha por el campo, se lo pasaba en grande. Le encantaba el tenis y el ciclismo. Si no llegar a ser profesional de golf, igual habría terminado corriendo el Tour de Francia», asegura Marian.

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La elegancia y creatividad que destilaba le hicieron codearse con el mundo de Hollywood. «Era como un actor de la época», asegura Marian. «Le gustaba mucho la cultura y el cine», añade. Y descubre una curiosa anécdota: «¿Has visto el vídeo viral de Fred Astaire bailando y pegando bolas balanceándose? Pues la manera de colocar las bolas para que le pudiera salir se lo enseñó mi abuelo. Eran muy amigos y jugaron muchas veces juntos al golf», afirma Marian.

Cuando Ángel Miguel murió el 13 de abril de 2009, qué curioso, el lunes siguiente a la victoria de Ángel Cabrera en el Masters, llegaron a su domicilio en Marbella un montón de cartas de jugadores, hijos de jugadores y algún que otro nieto mostrando su afecto por Ángel. Era alguien muy querido. «Ahí te das cuenta de la verdadera dimensión que tuvo. Es un orgullo para nosotros. Era un gran golfista, pero sobre todo era querido y respetado por todos. Nunca tuvo un problema con nadie, nunca fue descalificado. Nunca habló mal de nadie ni le gustaba comparar a uno u otro jugador. Siempre le gustó mucho Sam Snead, pero también decía que Seve era un mago. Recuerdo que me decía que de los americanos había que aprender la pegada y de los europeos la habilidad», apunta.

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En la casa familiar de la Costa del Sol aún guardan una buena colección de trofeos, chaquetas, chapas y recuerdos de sus torneos. «Mi abuelo siempre contaba con gran cariño la Copa del Mundo (Canada Cup) de 1958 en México que jugó con su hermano Sebastián, y donde cuajaron una gran actuación, terminaron segundos, el mismo año donde él ganó el título individual», señala Marian. También tiene un putter de aquella época, un hierro 2 y la bandeja que le dieron por participar en el torneo de pares 3 de Augusta en 1960, la edición inaugural de este aperitivo festivo del Masters.

«Mi abuelo contaba historias de Magnolia Lane, la casa club de Augusta, el campo, los greenes, el ambiente…», rememora su nieta. Es historia viva. El pionero. El que todo lo empezó cuando se viajaba en aviones de hélice y sin saber una palabra de inglés. «Tenía una enorme capacidad de adaptación al medio y cuando llegaba a casa se transformaba. Era el abuelo de achuchoncitos. Siempre nos pedía uno». Es Ángel Miguel. Una auténtica leyenda.