Collin Morikawa (-13) ha ganado el PGA Championship con una autoridad estremecedora en el tramo final de la última ronda, en la hora de la verdad, y puede que tarde mucho tiempo en comprender qué es exactamente lo que ha hecho, lo que está haciendo. Puede que todavía no se haya percatado, por ejemplo, de que hay extraordinarios jugadores que se han pasado la vida buscando su primer major y no lo han conseguido, hasta el punto de haberlo asumido con natural resignación. Sin ir más lejos, Lee Westwood incluso renunciaba a jugar este PGA…
Así vivimos en directo la victoria de Collin Morikawa en el PGA Championship
La irrupción de Morikawa en el olimpo ha sido tan explosiva que es imposible que el joven californiano (tiene 23 años) sea capaz de valorar el alcance de este éxito, de imaginar siquiera la dimensión que de verdad tiene. Sencillamente porque todo le ha salido rodado y no ha tenido tiempo de sufrir, de dudar; de frustrarse, ofuscarse, maldecir; de caerse y volver a levantarse. Que no haya malas interpretaciones: todo lo que ha conseguido, que ya es mucho, es mérito suyo, faltaría más. Pero a la larga, en el futuro, con toda seguridad tendrá ocasión de experimentar que el triunfo y la gloria, cuando se hacen de rogar, saben aún mejor y se valoran mucho más.
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Merece la pena refrescar algunos datos, porque su trayectoria, hasta hoy, replica o evoca un perfil sólo reservado a los grandes monstruos, a los grandes mitos (Nicklaus, Tiger, casi nada…). Collin Morikawa lleva poco más de un año de profesional (debutó como tal en el Canadian Open, junio de 2019), tiempo en el que ha jugado 28 torneos y ha ganado tres, siendo uno de ellos un Grande y otros dos del calendario regular del PGA Tour (por cierto: también son muchos los buenos jugadores que se pasan la vida buscando un triunfo en el circuito más importante del mundo y no lo consiguen). Es que el muchacho, en 2016, con 19 años y siendo amateur y universitario de primer año, acababa en segunda posición en el primer torneo profesional que disputaba, uno del Korn Ferry Tour, ni más ni menos, tras firmar sendas tarjetas de 63 golpes el sábado y el domingo… En fin, es que ha ganado un Grande en su segunda aparición en este tipo de torneos, sin haberse estrenado siquiera en el Masters o el British.
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No había un atisbo de asombro en su rostro tras confirmarse el rutilante triunfo en Harding Park. ¿Cómo lo iba a haber, si precisamente lo que ha hecho siempre Collin es multiplicar los panes y los peces como el que oye llover, romper los moldes y derribar todos los prejuicios que la adaptación y la experiencia imponen?
Hace casi dos meses, en el Charles Schwab Challenge, primer torneo tras el confinamiento, entregaba mansamente el triunfo a Daniel Berger, tras errar dos putts muy cortos, uno en el hoyo 72 y otro en el desempate. Era legítimo pensar: qué gran jugador es y cuánto tiene que madurar todavía… Sin embargo, pocas semanas después ganaba el Workday, también en un desempate, y ante Justin Thomas. Y ahora esto…
Las cosas, muchas veces, son más sencillas de lo que parecen…
Exacto, y ahora esto. El 65 del sábado, por ejemplo. O el birdie de esta última ronda en el 14, embocando un aprochito desde fuera de green magnífico, que lo cambiaba todo. Por no hablar (seguiremos haciéndolo dentro de décadas, seguro) del eagle en el 16 tras pegar un drive soberbio en este par 4 corto, pleno de control, bien dibujado según demandaba el hoyo, y dejarse un putt de apenas dos metros.
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Poco o nada importa, la verdad, que Brooks Koepka (-3) se hubiera quedado ya por el camino. Él. El auténtico y legítimo capitán general de los Grandes. El gran dominador. Porque Morikawa venía ya apretando desde el inicio de la vuelta, cuando estaban todas las espadas alzadas o en ristre. Y no eran pocas. A Koepka, en todo caso, no le irá mal guardarse según qué comentarios y, como mínimo, apuntarse ya el nombre de este chaval, porque seguro que volverán a encontrarse un domingo en una tesitura similar.
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Tampoco Dustin Johnson (-11) era capaz de imponer un ritmo que intimidara. Antes bien, eran los mas jóvenes e inexpertos (Wolff y Scheffler, además del ganador) quienes más sueltos y decididos parecían. Bueno, ellos y Paul Casey (-11), que es precisamente uno de esos extraordinarios jugadores que llevan toda su vida buscando un major, con mayor o menor afán u obsesión (al inglés tampoco parece irle la vida en ello), pero como un claro e irrenunciable objetivo.
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Esa es otra. Morikawa no ha ganado un Grande tontorrón o descafeinado (que también los hay), sino uno pleno de emoción, alternativas y variedad en los candidatos, que en esta ocasión han sido múltiples y hasta el mismísimo tramo final, donde se sitúa el inexorable embudo que sólo deja pasar a uno. Porque no podemos olvidarnos de Jason Day (-10), o de Bryson DeChhambeau (-10), que por momentos también parecían hacerse con el estandarte definitivo. (Por cierto, ya es gracioso que en la anunciada nueva era de los mega pegadores, la que Bryson acaudilla, sea Morikawa, un pegador medio para los actuales estándares, quien se salga con la suya, rematando el torneo con un drive de antología en el 16 de Harding Park de sólo 268 metros (293 yardas). De acuerdo, el de Los Ángeles (nació a unas manzanas de Cypress…) no aparece este año ni siquiera entre los cien pegadores más largos del PGA Tour, pero de momento ya se ha ganado la etiqueta de firme candidato a Número Uno del mundo, otro más).
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No, Morikawa aún no sabe de verdad lo que ha conseguido. Es posible, incluso, que con toda la naturalidad del mundo haya establecido ya mismo como diáfano objetivo la Fedex Cup y el mismísimo US Open. Total, es lo que toca ahora y por ese orden, ¿no?
