Ocho calles ha cogido Pablo Larrazábal (+4) en las dos primeras jornadas del PGA Championship y en un campo, el East course de Oak Hill (Rochester, Nueva York), que sencillamente no tolera semejante margen de error. Salvo que a uno no le importe llevarse una pila de bogeys, dobles bogeys y lo que haga falta…
Ocho de veintiocho calles, que se dice pronto, para un resultado acumulado de cuatro más. Para hacernos una idea: un tipo como Sungjae Im, cuyas altísimas capacidades están más que demostradas, cogió sólo dos calles el jueves (Pablo llegó a tres…) y firmó un 80 (Pablo entregaba un 69). El coreano finalmente se ha ido con un botín de 14/28 calles cogidas, puesto que hoy ha mejorado una barbaridad en este aspecto del juego, y su acumulado en los dos días es de +13. Busque, compare, y si encuentra algo mejor, cómprelo.
No es que Larrazábal sea un jugador muy fiable desde el tee. Nunca lo ha sido. Pero desde luego tiene semanas mucho más sólidas. Sin embargo, en esta ocasión no estaba dispuesto a dejar pasar la oportunidad de volver a jugar cuatro días en un Grande. Tenía que ser, por lo civil o lo criminal. Y ha sido por lo criminal… Hoy ha firmado un 75 y, como él dice, no podía haber hecho ni una menos. Habían pasado casi once años desde que el barcelonés pasara su último corte en un major (desde el Open de 2012), una espera demasiado larga. Casi absurda, teniendo en cuenta que estamos hablando de un jugador de éxito reconocido en el DP World Tour, que además desde entonces había disputado once Grandes más. Pero algo se encasquillaba en su cabeza, sobre todo cada vez que saltaba el charco para jugar un Grande. Esta vez no ha sido así. Esta vez ha logrado mostrarse en el campo como realmente es. Sin complejos y a su manera. Jugando al juego del golf como los ángeles, lo que fundamentalmente significa que eres capaz de hacer las menos posibles cuando el día viene virado. Y que, por tanto, a veces un resultado no tan aparente puede ser una barbaridad de bueno, como ha sido el caso.
Hay una escena que vale por mil palabras o cien crónicas. John Limanti, caddie de Keith Mitchell, uno de los compañeros de partida del español (el otro era Pieters), se dirigía expresamente a Pablo en el momento de estrecharse las manos en el green del 18, y lo hacía para decirle simplemente que, visto lo visto, le admiraba mucho como jugador y que había sido una experiencia de lo más interesante y divertida jugar estos dos días junto a él (VER VIDEO). El propio Mitchell corroboraba las palabras de su caddie. Había que ver la cara del jugador estadounidense, por cierto, después de una recuperación de absoluta locura que sacaba adelante Pablo en el hoyo 4, ejecutando un chip escalador imposible desde el rough alto a una bandera cortita…
Pablo se lo decía hoy a todo el que quería escucharle en la zona mixta de atención a los medios: una jornada de golf a la española: lucha, talento y mucho corazón. Y no podemos estar más de acuerdo.