El líder del British Open no ha cambiado después de cada una de las tres jornadas. McIlroy. El segundo clasificado ha variado cada día: primero fue Manassero, luego Dustin Johnson y Rickie Fowler después de la tercera vuelta. Y hay un jugador que también se ha mantenido en la misma posición, tercero, después de cada ronda. Sergio García, por supuesto.
Un registro que habla sin duda de una virtud por encima del resto. La consistencia. De hecho, sólo le ha faltado algo más de acierto y fortuna con el putter en la mano para estar ahora mismo disputándole a McIlroy el torneo cara a cara.
Pero hay un hecho que llama especialmente la atención. Nos referimos a ese lenguaje de los gestos que en ocasiones nos dice más cosas sobre alguien que el propio lenguaje hablado. Basta recordar cualquiera de los malos golpes que ha pegado Sergio en la tercera ronda del British Open. Por ejemplo, sin ir más lejos, la salida en el hoyo 1. O el putt corto errado en el 12. O la madera 3 de segundo tiro en el 18. O el segundo tiro desde el fairway del hoyo 14. En todos ellos el resultado fue malo y el swing tampoco fue demasiado bueno (a juicio del propio jugador). Sin embargo la diferencia es notoria respecto al Sergio de años atrás. Hoy en día expresa su malestar, lógicamente, pero ni agacha la cabeza ni llena la cabeza de malos pensamientos, mascullando su mala suerte o reprochándose lo que sea. Estamos hablando además de un acto que es casi reflejo. Así que se sustenta en raíces más profundas.
Sería complicado adentrarse en el terreno de las emociones. Pero existe una premisa clara que explica al nuevo Sergio: los ‘majors’ han dejado de ser una pesadilla. Y por momentos se transforman en retos más que interesantes para él, como ocurría durante los primeros años de su carrera. Así se ha visto en Pinehurst, donde además su resultado no fue especialmente bueno. Y por supuesto aquí en Hoylake. ¿Le llegará para estrenar su palmarés en los ‘majors’? Nunca se sabe. Pero de este modo resulta mucho más creíble…
