Pablo Larrazábal está pasando esta semana en el Old Course Hotel, pegado al hoyo 17 del campo. El asunto no debería tener mayor trascendencia: es moneda corriente que un golfista profesional viva en un hotel durante los torneos. Ocurre semana tras semana. Sin embargo, en esta ocasión hay un trasfondo interesante…
De hecho, el catalán va a disputar su sexto British y en los cinco anteriores alquiló una casa para pasar la semana. De algún modo le daba así una dimensión especial al evento, además de recibir como buen anfitrión a familiares y amigos en un lugar a la altura del acontecimiento…
Pues bien, eso se ha acabado. Al menos de momento. «Es un torneo especial, pero eso no debe significar que sea una fiesta», explica. La cuestión es que esta semana ha tratado de reproducir las rutinas que lleva a cabo en otros torneos, a ver si de este modo encuentra un punto equilibrio adecuado entre la concentración debida y la tranquilidad indispensable.
Son cosas pequeñas, o quizá no tanto cuando se trata de cuidar todos los detalles: nada de ponerse a cocinar o de estar pendiente de cuestiones de intendencia (para eso está el room service…), nada de tener que buscar con apreturas el momento de tirarte en la cama a descansar… Nada, en definitiva, de quemar energías que siempre van a hacer falta durante la competición, ni de distracciones, más allá de las justas y necesarias para desconectar en momentos concretos del trabajo.
Larrazábal espera llegar a tope el jueves a mediodía, pero anda ligeramente preocupado con unas molestias en la espalda. Así que se está cuidando: además del tratamiento adecuado a este tipo de dolencias, este miércoles va a salir a jugar a las 6,30 de la mañana por el hoyo 10, para acabar en el 18. Horas después, si se encuentra bien, quizá juegue otros nueve hoyos por la tarde.
