Después de la primera ronda, el jueves pasado, Jon Rahm sentía que algo no iba bien en su putter. No era una sensación subjetiva que tuviera que ver con el hecho real de haberse visto mal en los greenes de Royal St. George’s, causa fundamental de ese resultado de 71 golpes que de entrada lo retrasaba en la tabla. Era algo más. Era como si algo físico y concreto no anduviese cuadrado en el palo, aunque a simple vista ni él ni su equipo fueran capaces de determinar qué era exactamente. De este modo tomaron la decisión de irse al camión de Callaway y allí se descubría el pastel. Su putter, el nuevo putter que estrenaba con excelentes resultados en el Memorial y con el que ganaba el US Open, tenía una graduación de 2,5, pero ahora se había quedado en un solo grado. “De esta manera es imposible patear bien en greenes lentos”, señalaba hoy al finalizar la vuelta.
La cuestión es que no saben cómo y de qué manera había perdido un grado y medio y en qué momento. Quizá fuera al realizar un mal apoyo, al meterlo en algún momento en la bolsa… Tampoco parece que ocurriera la semana pasada, durante el Open de Escocia, pues al margen de su acierto o desacierto en los greenes, Rahm no tenía la misma sensación.
Realmente ni Jon ni su equipo conocen la razón, pero el caso es que en la segunda ronda salía ya con la herramienta ajustada y el vasco ha tenido sensaciones muy distintas. Lo cierto es que no ha enchufado ningún putt desde más allá de dos metros, pero “iba tirando putts muy buenos que, aunque no entraran, me iban devolviendo la confianza”, reconoce. Es muy cierto. Por los segundos nueve hoyos, tiraba excelentes putt de media o larga distancia en los hoyos 12, 16 y 17, por ejemplo, que se negaban a entrar y que podían haber disparado el registro del español hasta umbrales de auténtico récord. “Me daría mucha alegría meter algún putt largo para sentir que le he birlado algo al campo, porque de momento no ha sucedido”, sentenciaba.
