Nos situamos en la última jornada del último major del año. PGA Championship. Whistling Straits. Bubba Watson llega al tee del hoyo 13, mira sus notas, habla con Ted Scott, su caddie, y deciden que no hay miedo. «Pegamos a green». Había brisa a favor y el tee estaba algo más adelantado, pero no crean que era un caramelito puesto en la boca de los jugadores para que se lanzaran como lobos. Ni mucho menos. Para llegar a bandera había que pegar un drive cercano a las 400 yardas. Vamos, que había que tenerlos muy bien puestos.
Bubba descerrajó uno de sus habituales misiles tierra-aire. Perfecto. Magia bruta. Precisión bestial. Apostó por la línea arriesgada, dejando el agua a poco más de diez metros a la derecha. Mirándola de reojo durante un vuelo magistral. Bota a unos treinta metros de green. Bote fuerte, a lo Bubba, rueda y rueda y se acaba parando en el rough del fondo. El cuentakilómetros se paró en 402 yardas. Ni que decir tiene que fue el drive más largo de todo el PGA Championship.
Bubba se lo puede permitir porque es un pegador poderosísimo, pero también influye la química perfecta que existe entre él y su arma, su PING G30. Watson está comodísimo con su drive. Ya la semana antes ofreció un despliegue sensacional desde el tee. Asombroso. «Le pegué muy bien en el Firestone. Creo que mi PING 30 es muy bueno. Tan pronto como lo tuve en mis manos ya le estaba pegando más largo», comentó a principios de semana en Whistling Straits haciendo un guiño a su marca.
Más allá del mensaje publicitario implícito, o más bien explícito, la realidad es que el nuevo G 30 le está funcionando a Bubba Watson a las mil maravillas. El Número 4 del mundo y Número 3 de la FedEX Cup, es segundo en distancia de drive en el PGA Tour y más del 41 por ciento de sus drives han superado las 320 yardas. El G 30 es la chistera de Bubba. En cualquier caso, quizás lo más importante de todos estos datos es que, con esta distancia brutal, casi el sesenta por ciento de sus drives acaban en la calle. Binomio de alta escuela.
