Europa sigue siendo territorio inexpugnable. Cuando se juegue la próxima Ryder Cup en Irlanda en 2027 serán ya 34 años sin triunfos americanos a domicilio. Se mira, pero no se toca. Europa se hace eterna en Roma. Victoria en el Marco Simone por 16,5 a 11,5. Quinto triunfo en las últimas siete ediciones. Desde que Europa juega como tal contra Estados Unidos el palmarés es doce victorias del viejo continente, un empate donde también los azules retuvieron la copa y nueve derrotas. Sí, domina Europa la Ryder Cup. Se dice y no pasa nada. Dónde quedan ahora los agoreros que tras la tunda recibida en Whistling Straits presagiaban varios años de dominio americano… Pues va a ser que no.
Tommy Fleetwood consiguió el medio punto que aseguraba la Ryder Cup para Europa en el hoyo 16, seguramente el más divertido de la semana, el par 4 corto. El inglés cazó el green de uno con un golpe sublime y se dejó el birdie hecho para rubricar ese medio punto que hacía falta contra Rickie Fowler. Finalmente, lo ganaría entero. Explosión azul. Atronaba el «olé, olé, olé, olé, olé» en las gradas. Felicidad y lágrimas.
Europa arrancó la jornada de individuales con cinco puntos de ventaja y ha terminado con esa misma diferencia en el marcador. Ha conseguido igualar la última sesión de juego de la Ryder Cup, aunque la realidad es que se ha sufrido mucho más de lo que parece indicar el marcador. Ha habido algunos momentos en los que parecía que Estados Unidos podía obrar el milagro de la remontada.
Realmente, no ha sido posible gracias a los colosos de Europa. Los más grandes. Su fabuloso top 5 mundial. Rahm, McIlroy y Hovland ganaron 2,5 puntos jugando por delante, bien pronto, mandando un mensaje de tranquilidad al resto. Jon sacó medio punto de oro contra un descomunal Scottie Scheffler. Ni una gota de sudor quedó por derramar en el cuerpo gigante del morrosko. Lo sudó, lo mereció y lo consiguió. Un medio punto que a la postre fue clave. Psicológicamente era crucial. Además, Hovland venció por la vía rápida a Morikawa, ofreciendo una exhibición antológica de golf, y McIlroy liquidó de principio a fin a Burns.
Un poco por detrás, Tyrrell Hatton se dio cuenta de que sí, de que tener a unos colosos en tu equipo mola, pero que ellos solos no iban a poder ganar la Ryder. Había que sumar más y se puso manos a la obra. Metió putts, firmó golpes magistrales, celebró cada punto como si no hubiera un mañana y terminó derribando la granítica resistencia de Brian Harman en el hoyo 16.
De pronto, sólo quedaba medio punto para que Europa levantara la Ryder Cup por decimotercera vez en 22 años. El trabajo estaba casi hecho, pero uno miraba la tabla de resultados y por momentos no estaba nada claro dónde se iba a sumar ese medio punto. Se le escapó a Matthew Fitzpatrick, que se marcha de Italia con más pena que gloria, lo luchó Justin Rose, aunque no le dio ante el gladiador Patrick Cantlay, lo soñó Sepp Straka, que llevó hasta el 18 a Justin Thomas, pero tampoco. Así nos plantamos en los últimos cuatro partidos y aún había que rascar medio punto…
Shane Lowry se dejó la vida por ser él quien diera ese medio punto. Firmó una remontada extraordinaria a golpe de pecho frente a Jordan Spieth. Lo quería. Lo deseaba más que nadie. Pero se le adelantó Tommy Fleetwood por apenas siete minutos. Seguro que al irlandés no le importó lo más mínimo. Es muy difícil transmitir mejor rollo que este vestuario de Europa.
Luke Donald ha sido un gran capitán. Lo dice el resultado, pero lo dicen también sus decisiones, sus maneras, su elegancia, su tranquilidad, su cercanía sin extravagancias con los jugadores, su conexión con el público, su mirada analítica y empática, su forma de saludar a sus hombres en el tee del 1, sin estridencias, sin ser protagonista, sin meter más presión de la que ya hay. Donald saluda a sus soldados diciendo: pase lo que pase vamos a seguir estando aquí y estaremos orgullosos porque lo habrás dado todo. Nadie caminará solo en este equipo.
