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Doce más uno

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Thomas Bjorn se abraza con los greenkeepers del Golf National de París tras la victoria. © Golffile | David Lloyd
Thomas Bjorn, felicitado en la . © Golffile | David Lloyd

No eran los doce del patíbulo, aunque hubo a quien le pareció que la misión que les encomendaba el European Tour, enfrentarse al equipo estadounidense más potente de la historia, era suicida. Tampoco eran doce hombres sin piedad, porque en su afán por imponerse no hubo crueldad, sino instinto competitivo y maneras cuidadas. No podemos asemejarlos a los doce apóstoles, aunque su labor proselitista a favor del golf es digna de elogio y Tommy Fleetwood está a una túnica de distancia de salir de extra en el próximo remake de Quo Vadis. Y olvídense de recurrir a la docena de signos zodiacales para hacer algún símil ocurrente, porque con su cohesión y su actitud han demostrado que no hay ningún cáncer en ese equipo. Por no ser, ni siquiera son doce, porque nos estaríamos olvidando de Thomas Björn y de sus vicecapitanes, y del resto de ayudantes y colaboradores. Pero vamos a simplificar las cuentas y nos quedaremos con el doce más uno que inevitablemente asociamos al gran Ángel Nieto para que nadie haga una rima graciosa con la palabra “crece”.

© Golffile | Thos Caffrey
© Golffile | Thos Caffrey

Al capitán hay que ponerlo delante, pero no para que no se espante como manda el ripio, sino porque es de recibo reconocer su contribución. Es uno de los grandes misterios de la Ryder: ¿tanto influye el capitán en el desenlace de esta competición? Quien haya estado a las órdenes de Tony Jacklin, Seve Ballesteros, Nick Faldo, Paul Azinger, José María Olazábal, Tom Watson, Hal Sutton o Davis Love III seguro que daría fe de ello, aunque en ocasiones su repercusión fuera positiva y otras, negativa. Al gran danés (¡chupito!, ¿recuerdan?) todo le ha ido bien esta semana, pero seríamos injustos si nos ciñéramos a lo ocurrido durante los tres días de competición. La planificación previa, la insistencia en que sus mejores jugadores disputaran el Open de Francia, la preparación del campo, el acierto en las elecciones que tenía a su disposición, el contacto que ha mantenido con sus jugadores, el ambiente que ha creado y, por qué no decirlo, el tino que ha demostrado al emparejarlos han sido bazas que han reforzado su ya potente arsenal (no olvidemos que el equipo europeo también era el mejor de la historia reciente de la competición si usamos como baremo el ranking mundial).

Montaje que circuló por Twitter tras el triunfo de Europa con el equipo de Bjorn y la última cena.
Montaje que circuló por Twitter tras el triunfo de Europa con el equipo de Bjorn y la última cena.

Los resultados saltan a la vista, aunque la diferencia en el marcador no cuente toda la historia. El medio punto que Paul Casey sacó contra Brooks Koepka en el segundo cruce, el partidazo de Thorbjörn Olesen, una de las aparentes víctimas propiciatorias, contra Jordan Spieth y el punto que Jon Rahm ganó a Tiger Woods evitaron un posible vuelco estadounidense. Hasta las 16:30 nadie se atrevía a elevar demasiado la voz, aunque el azul mandara en la segunda mitad del cuadro. La victoria de Rahm fue catártica para él y para el equipo, la constatación de que ya estaba hecho, aunque hubo que esperar a que Sergio García ganara el hoyo 16 a Rickie Fowler, a falta de cinco minutos de las cinco de la tarde (literaria hora) para tener la seguridad de que Europa se iba a llevar la copa. Luego llegaron las victorias de Ian Poulter y, especialmente, de Francesco Molinari, un bonito refrendo de su impecable Ryder, y el triunfo de Sergio García, con récord histórico de anotación, lágrimas y mirada al cielo. Lo que vino después fue la culminación de una gran fiesta, con el putt final de Alex Noren, y su punto postrero, como maravillosa guinda. Todos los miembros del equipo han conseguido puntos, una circunstancia notable y nada habitual, y todos han luchado lo indecible por alzar de nuevo la copa… por ellos y por su capitán.

CRÓNICA: A Bjorn lo que es de Bjorn

Patrick Reed y Tiger Woods. © Golffile | David Lloyd
Patrick Reed y Tiger Woods. © Golffile | David Lloyd

Con respecto al equipo estadounidense, parece que insistimos en el topicazo porque es un recurso fácil de los plumillas europeos, pero en Francia se han vuelto a ver algunos de los peores síntomas que han aquejado al equipo estadounidense durante las últimas décadas y que parecían haber quedado en segundo plano después de su victoria de 2016: desconexión entre sus miembros (con algunas excepciones), apatía e indolencia. Seríamos injustos si hiciéramos causa general contra los astros estadounidenses, y hay que poner buena nota a algunos de sus jugadores (Thomas, Koepka, Finau, Simpson o Spieth, por ejemplo), pero han vuelto a dar la impresión de sentirse como peces fuera del agua (o como pulpos en garajes). Los veteranos no han ejercido de tales, y la elección de Phil Mickelson y Tiger Woods, con historiales sospechosos en la Ryder Cup, ha resultado ser un caramelo envenenado para el combinado estadounidense (especialmente para Patrick Reed, neutralizado en los enfrentamientos por parejas al verse emparejado con Tiger Woods).

El secreto de la Ryder de Molinari fue no situarla en el centro de todo

La dupla formada por Jordan Spieth y Justin Thomas ha sido digna continuadora de la formada por Spieth y el llamado Capitán América, pero parece que Reed se ha quedado de “non” a la hora de formar parejas… y no solo hay que responsabilizar a Furyk de esta decisión. En cuanto al resto de los males estadounidenses (y, como digo, sin querer cargar las tintas contra jugadores que han demostrado capacidad y corazón), parece que la relación de algunos de sus jugadores con la Ryder sigue siendo radicalmente distinta a la de los europeos. Baste ver, por ejemplo, las lágrimas de Paul Casey y Sergio García en varios momentos de este fin de semana… Parece que algunos solo se acuerdan de su bandera cuando juegan en un campo conocido, en condiciones idóneas para ellos, en un entorno controlado y respaldados por su público, pero se les sigue haciendo cuesta arriba comprometerse más… Para alguno incluso será un engorro en un ya sobrecargado calendario. Hay ejemplos a mansalva, pero me quedo con uno reciente: Justin Thomas es el único miembro del equipo estadounidense que decidió disputar el Open de Francia en Le Golf National, y parece que no le fue mal familiarizarse con el campo. Está muy bien que Jordan Spieth, Rickie Fowler, Justin Thomas y Smylie Kaufman compartan vacaciones en las Bahamas, y sin duda cualquier capitán estaría encantado con ese núcleo de jugadores para su equipo Ryder, pero a los europeos les sigue importando más la Ryder, ya lleguen a cada edición como favoritos o como tapados. Hasta que eso no cambie, e independientemente de la potencia de las nuevas generaciones de golfistas estadounidenses, Europa seguirá imponiéndose a rivales que sobre el papel son superiores.

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Me van a perdonar que haga un símil bélico (no me gusta relacionar deporte y guerra, la verdad), pero se suele decir que en el frente nadie combate por sus ideales, sino por el soldado que tiene a su lado. En el equipo europeo de la Ryder, tres cuartos de lo mismo: todos juegan por el compañero que tienen a su lado… y por su capitán. Doce más uno.