Sergio García se marcha del US Open como llegó. Con la misma cara seria, preocupada. No ha encontrado en Pebble Beach lo que realmente venía buscando, aunque por el camino se haya quitado de encima la espina de los siete cortes seguidos fallados en Majors.
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En lo mollar sigue más o menos igual, aunque ni siquiera el espíritu más negativo del mundo puede poner en duda que pasar el corte en el US Open es un paso adelante, una dosis extra de confianza, algo que debe servir para el futuro. Sergio ahora mismo no lo ve. Las sensaciones siguen siendo malas y eso es tan personal e intransferible que sería necio discutírselo.
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García (+4) ha firmado 74 golpes para terminar y se ha quedado muy lejos de la cabeza. Este domingo ha jugado algo mejor que el sábado de tee a green, pero insuficiente para estar contento. La exigencia siempre ha sido la seña de identidad de Sergio como golfista. Él sabe bien de lo que es capaz y cuando sus expectativas no se cumplen se castiga sin piedad. No hay nadie más crítico con él que el propio Sergio. Quizá por eso, cuando atraviesa por una etapa como la de ahora, donde anda batallando contra su swing, le cuesta más salir del atolladero que a otros.
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Si echamos la vista atrás, cuando se ha visto a García en situaciones parecidas, no hay ninguna duda de que más pronto que tarde va a recuperar su mejor versión. Esta semana ha dado un paso adelante, aunque a él mismo le cueste aceptarlo, y las dos próximas semanas pueden servir de revulsivo. Vuelve a Europa y a dos campos con los que guarda una relación excelente: Munich y Valderrama.
En el largo viaje que le queda hasta Alemania, seguro que Sergio seguirá dándole vueltas a su juego, a lo que necesita para volver a sentirse cómodo dentro del campo. El camino no es fácil, pero seguramente pasa por empezar a apreciar más todas las cosas buenas que hace, que son muchas, y minimizar la importancia de los errores, aunque se produzcan.
