Tampoco ha podido ser en 2019. Por un lado, el golf español sigue sin ganar un Campeonato del Mundo desde su creación como tales hace 21 temporadas y con 73 ediciones disputadas. Y por otro, alcanzamos otro 31 de diciembre sin acabar el año con ocho jugadores metidos dentro del top 150 mundial (esta vez han sido sólo cinco: Rahm, García, Cabrera Bello, Campillo y Arnaus).
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El ferviente deseo de ver a un español cantando victoria en un campeonato del mundo parece obvio y natural, pues al fin y al cabo son citas de enorme rango y prestigio. Pero ¿y la estrambótica manía de emperrarse en que el golf masculino español finalice algún año con ocho jugadores metidos en el top 150 del mundo? Muy sencillo: porque es una meta que nunca se ha conseguido. Y, por tanto, como diría George Mallory hace casi un siglo respecto al objetivo de hollar por primera vez la cumbre del Everest: “porque está ahí”.
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En el año 1992 acabaron siete metidos en ese tramo de los 150 primeros (Olazábal, Seve, Rivero, Jiménez, Martín, Cañizares y Luna) y esa cifra nunca se ha superado. No es tan fácil como parece, como se ve. Hay también una razón práctica: el hecho de llegar a ocho, nueve o más sería la clara muestra de una ‘clase media’ potente y musculosa en la élite del golf mundial, que al fin y al cabo es lo importante.
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De nuevo, como tantos y tantos años, echamos un vistazo al panorama actual y no se antoja imposible que el golf español coloque y mantenga a ocho o más jugadores en el top 150: además de los Rahm, García, Cabrera Bello y Campillo, nuestros top 100 actuales, Arnaus, Larrazábal, Otaegui, Elvira, Quirós, Fernández Castaño y Cañizares conforman un grupo que bien podrían llegar a tales cotas, y a quienes hoy podríamos añadir a Sebas García, actual número 258 del mundo, a la espera de que los Pep Anglés, Scott Fernández o Carlos Pigem, e incluso Mario Galiano, Emilio Cuartero o Pedro Oriol, puedan irse sumando y a sabiendas de que además pueda haber algún otro francotirador más o menos inesperado (¿Iván Cantero, Samuel del Val?).
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