Inicio Blogs David Durán Capítulo tres: Intimidades que no deberían contarse

Capítulo tres: Intimidades que no deberían contarse

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Rory McIlroy en la segunda ronda en Pebble Beach. Copyright USGA/Michael Reaves
Rory McIlroy. USGA/Michael Reaves

Interrumpo la orgía sabatina de golf en el instante en el que siento la irrefrenable pulsión, al fin, de examinar al detalle la clasificación de este US Open.

¿Es necesario que vuelva a jurar? Lo haré: juro que hasta este mismo momento, a las 7:32 AM del domingo 20 de junio de 2032, no había visto con detenimiento el leaderboard del torneo. Es cierto que había echado unos vistazos, aquí y allá, que me habían dicho, apuntado, contado esto, aquello y lo otro. Es casi imposible no hacerlo en este mundo nuestro sembrado de realidad virtual a cada paso, en cada recodo del camino. Pero puedo jurar que, desde que concluyó el carrusel de atención a los medios, desde que dejé de cruzarme con amigos, compañeros, aficionados y fauna zalamera variada, me impuse, e impuse a mi ‘entorno’, el ridículo y enternecedor postureo de negar la mayor, el grueso de la evidencia. De hacer como si no pasara nada, necio de mí.

Naturalidad. Normalidad. Como si aquello de verdad fuera natural, normal. Como si yo fuera Rory McIlroy, con nueve majors en las alforjas y un sinfín de experiencias al límite en la cuarta jornada de un Grande. Como si yo fuera una leyenda, tal que Seve Ballesteros, y hubieran puesto mi nombre al despampanante recorrido de 18 hoyos de Brea de Tajo. Se puede ir aún más lejos: como si yo, alguna vez, hubiera salido con siete golpes de ventaja un domingo, siquiera en el Tengolf Tour, nuestro querido y añorado circuito doméstico -por supuesto, quebró- en el que me estrené como profesional con 18 añitos de edad…

Tampoco durante el áspero duermevela de esta noche recién empaquetada me había permitido el furtivo placer de recrearme en la gesta y en la tabla. No. Dos horas antes de salir a jugar el sábado había cerrado el flujo de datos móviles y aún no lo había abierto. Ya era tiempo, entonces, de ponerse las gafas y dar órdenes.

– Susy, abre la clasificación del US Open.

Se despliega ante mí, bella y refulgente, suspendida en el vacío, con sus nombres del primero al último, sus banderitas, cálculos, estadísticas y proyecciones. Ahí estoy yo, Jesús Urbina (-10), en todo lo alto. Imperial, dominador. Los estragos del viento del sábado han filtrado a conciencia las entrañas del torneo, o al menos lo suficiente como para tener en lo más alto de la tabla a una interesante representación de lo más granado del golf mundial, comenzando por Lucius Pay (-3), que hoy saldrá conmigo en el último partido.

Y siguiendo por un arracimado pelotón de ilustres jugadores de toda edad y condición.  En un mar de banderitas de barras y estrellas -vaya, vaya, cómo va a vibrar hoy Pebble- navegan Jon Rahm (-2) -Jon, ¿no te cansas de sumar?-, Robert MacIntyre (-2),  Sam Horsfield (-1) y Rory McIlroy (PAR). Lo dicho, los estadounidenses son tropa ahí arriba: Collin Morikawa (-2), Justin Thomas (-2), Pierceson Coody (-2), Scottie Scheffler (-1), Noah Goodwin (-1), Ricky Castillo (-1) y Rickie Fowler (PAR).

Algo más retrasados vienen Álvaro Mueller (+3) y Adri Arnaus (+5), y aún más Nacho Elvira (+9), el más veterano de la Armada esta semana. Lejos quedan hoy las informaciones y análisis del viernes, cuando los medios españoles se vanagloriaban y festejaban el inaudito hecho de tener a cinco compatriotas en el corte -tan sólo José Luis Ballester se había quedado fuera-, récord de nuestro golf en la historia del US Open. Porque, además, todos conservábamos entonces alguna opción de victoria…

Hora también de mirar a los ojos al miedo y enfriar el córtex cerebral: seamos serios, con semejante ventaja todo está en mi mano, ya pueden venir al galope rahms, morikawas o mcilroys. Sobre todo si, como parece, el viento vuelve a soplar hoy con fuerza -dejo suspendida la clasificación y me levanto para confirmarlo en la ventana: sigue soplando, en efecto, yo diría que en la misma dirección que ayer-.

Y ya puestos, tiempo también de repasar crónicas. De regodearse. De bañarme en la gloria y los números de mi hazaña.

Huelga decir que nadie contaba conmigo, aunque ya me hubiera situado arriba después de las dos primeras jornadas. A ver, a ver, que tampoco soy un paria. Tengo 23 años, pero ya he ganado dos veces en el World Tour y, antes, llegué a ser número 3 del mundo amateur… Que no digan que no venía avisando.

Me levanto otra vez y, ante el espejo, ensayo algunas poses muy de macho, de tipo duro a la antigua. Por ejemplo, forzando hasta el extremo una mirada felina. Qué vergüenza. No debería llegar tan lejos en el relato de algunas intimidades.

*El aspirante es un relato de ficción escrito por David Durán durante el confinamiento decretado por el gobierno de España por la crisis mundial provocada por el coronavirus Covid-19. Se irá publicando por capítulos mientras dure la cuarentena.

– Capítulo uno: Abro los ojos