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Gracias, Jon

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Jon Rahm saluda al público tras su victoria en el Masters de Augusta 2023. © Golffile | Fran Caffrey
Jon Rahm saluda al público tras su victoria en el Masters de Augusta 2023. © Golffile | Fran Caffrey

No sé si se saben el chiste del niño que no decía ni mu, pese a que sus padres habían visitado a distintos especialistas y los médicos no habían encontrado ningún problema físico ni psicológico. El niño parecía ser feliz, entendía perfectamente a sus progenitores y se apañaba razonablemente, aunque el silencio seguía siendo su compañero inseparable. Un día, ya con diez años cumplidos, el niño estaba sentado a la mesa con sus padres y, de repente, dijo:

—Papá, ¿me pasas la sal?

Sus padres se quedaron patidifusos y, después de asegurarse de no haber sido víctimas de alguna alucinación sonora, se echaron a llorar, abrazaron a su hijo y le preguntaron:

—Pero hijo, ¿puedes hablar? ¿Y cómo no nos habías dicho nunca nada?

—Bueno, es que hasta ahora todo estaba bien.

Sencillo, absurdo y conciso, es uno de mis chistes preferidos, aunque en nuestro mundo también pueda pasar todo lo contrario: que las palabras desaparezcan porque está todo mal… La expresión «quedarse sin palabras» está presente en un buen número de idiomas (en sus distintas traducciones) y describe a todos aquellos que enmudecen al verse superados por las circunstancias. Sin embargo, en la realidad actual, repleta de altavoces y de personajes de toda índole aquejados de logorrea que aprovechan todas las plataformas a su alcance para apabullar con sus mensajes, parece que quienes optan por el discreto silencio son minoría.

En mi caso (y perdonen que personalice) las palabras volaron espantadas por el ruido externo e interno, por las interferencias, por la extraña marcha de un mundo que no termino de entender pese a haber superado la cincuentena, por la sensación (iba a añadir «amarga», pero no tengo claro que sea el adjetivo más adecuado) de no tener gran cosa que decir ni que aportar, por el manto del cinismo con el que a veces nos cubrimos, por la pesadumbre que produce la banalidad, por la desesperanza… e incluso por pensar que está todo dicho, o que se dice todo enseguida o demasiado deprisa (y a la fiesta se han unido los apóstoles de la inteligencia artificial para añadir una capa adicional de sombras). De ahí que haya estado mucho tiempo (demasiado) sin asomarme por estas latitudes…

Sin embargo, yo era de los que decían que lo peor del mundo son las conversaciones que no se tienen, que se pudren en la cabeza, que se quedan en la potencia, en mera posibilidad, que se convierten en ecos improductivos que solo sirven para atormentar. Y lo mismo podría decirse de las palabras que no se escriben, que se marchitan poco después de ser pensadas, que se volatilizan antes de llegar al papel o al procesador de textos (y, por supuesto, al desconocido lector).

Sin pretender ponerme heroico ni místico, después de un tiempo me ha quedado claro que lo fácil es callar. Como nos dijo hace unos cuantos años (bastantes, incluso) Tucídides, hay que elegir: descansar o ser libres… y para ser libres hay que esforzarse.

Otro escritor que nos queda algo más a mano es Antonio Muñoz Molina, a quien le escuché una frase maravillosa en una entrevista radiofónica: «solo vale la pena intentar tareas imposibles». No hay nada más difícil que cartografiar lo inabarcable, que tratar de explicar el mundo, que plasmar en cabezas ajenas el cuadro que las palabras esbozan. No hay nada más difícil que tratar de describir gestos, sensaciones, vivencias, instantes, miradas, abrazos…

Jon Rahm y su caddie Adam Hayes se abrazan tras ganar el Masters 2023. © Golffile | Fran Caffrey
Jon Rahm y su caddie Adam Hayes se abrazan tras ganar el Masters 2023. © Golffile | Fran Caffrey

No hay nada más difícil que trasladar al lector la vorágine de emociones que sintió Jon Rahm poco después de convertir su último putt, el gesto instintivo de taparse los ojos durante apenas un par de segundos intentando asimilar la enormidad del momento y, quizá, contener las lágrimas antes de lanzar los puños al aire y girarse para buscar a Adam Hayes, su fiel escudero. No hay nada más difícil que transmitir el calor de un abrazo de dos españoles de distintas generaciones unidos por el amor a un deporte y a un compañero/mentor/maestro. No hay nada más difícil que describir la mirada al tiempo orgullosa y pudorosa de Edorta Rahm, padre del campeón, poco después de ver a su hijo enfundarse un icono del deporte mundial, la chaqueta verde. No hay nada más difícil que resumir fielmente las palabras del campeón del Masters 2023 y sintetizar con justicia un discurso en el que cupo el amor, la gratitud, el humor y el recuerdo.

Jon Rahm y su padre Edorta posan con el trofeo de ganador del Masters de Augusta. © Golffile | Fran Caffrey
Jon Rahm y su padre Edorta posan con el trofeo de ganador del Masters de Augusta. © Golffile | Fran Caffrey

No hay nada más difícil que resumir los méritos personales y deportivos de Jon Rahm, aunque les invito que devoren los artículos de mis compañeros de Ten Golf (y el magnífico libro Señalado por los dioses, de David Durán y Alejandro Rodríguez) para que sean conscientes de todo lo que debemos agradecerle al campeón de Barrika. Y aunque sé que este texto está lastrado por un tono entre lastimero y confesional y el intento por trasladar un ápice de lo que vivimos durante la noche del domingo posiblemente haya sido vano, y aunque no creo que Jon Rahm llegue a saber nunca lo mucho que significa esto para mí, yo tengo que agradecerle que me haya devuelto la palabra. Gracias, Jon.

3 COMENTARIOS

  1. Devolverle la palabra y traerle aquí de nuevo con sus maravillosos artículos y lecciones de vida es otro gran regalo que debemos a Jon. Gracias!!

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