Jorge Campillo (-2) salía de la carpa de entrega de tarjetas realmente hecho polvo. Quien quiera que haya visto su vuelta lo entendería perfectamente. El extremeño ha sufrido uno de esos días en los que el golf se encarna en un niñato insolente, provocador y caprichoso.
Basta un somero repaso para entenderlo, pero crean ustedes al cronista si les dice que el valor de su juego en esta jornada de sábado le habría llevado en circunstancias normales a firmar una tarjeta de cinco o seis menos tranquilamente, para salir en el partido estelar del domingo. En ningún caso un 74 abracadabrante.
Comenzaba como un tiro. Birdie casi dado en el 1, un purito de birdie embocado en el 2, un buen par salvado en el 3, nuevo birdie al 4 desde unos tres metros…
En el 5, primer par 5 de la ronda, pegaba una madera 3 desde el centro de la calle que no parecía mala; la bola parecía destinada a un bunker, desde donde se podía atacar el birdie con relativa comodidad, pero increíblemente botaba violentamente entre las dos trampas de arena e iba a parar a la maleza. Bogey.
Desde ese punto las tornas ‘cósmicas’ cambiaban, porque en realidad Campillo seguía jugando de libro en casi todos los hoyos. Ojo al dato: dispondría de hasta ocho ocasiones de birdie más que razonables, desde distancias que iban de los dos a los cinco metros (hoyos 6, 7, 8, 10, 11, 16, 17 y 18), lo que es mucho decir en este campo, el Royal Golf Dar Es Salam, con esos greenes en miniatura. Pero sólo haría un birdie más, y porque lo dejaba dado en el 12. Para colmo, tal y como ocurre demasiadas veces en estos casos, en el último tercio de la vuelta fallaría tres putts muy cortos para salvar pares (el más largo de los tres apenas llegaba al metro de distancia), tripateando en el 18 para rematar la pequeña tragedia.
