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Miguel, manual del autodidacta impenitente

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Miguel Ángel Jiménez observa el golpe de uno de los amateurs hoy en el hoyo 6 del Emirates. © Tengolf

Pocas cosas más sugerentes hay en un campo de golf que observar el modo que tiene Miguel Ángel Jiménez de coger un palo. Cualquier palo. Y cómo se pone delante de la bola. No hay tensión alguna, rasgos marciales ni líneas rectas. No hay venas inflamadas en los antebrazos ni rictus forzados…

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¿Cómo podría definirse la estampa en pocas palabras? Se puede intentar, aún a riesgo de rozar la petulancia: una firme sutileza natural. Y esta es la puñetera gracia del asunto, pues pocas actividades, para un ser humano, son más antinaturales en su esencia que el golf.

Miguel, como le gusta a él recordar, es el último ejemplar de una raza en extinción, la del caddie-jugador profesional. La de los grandes autodidactas. La de aquellos que aprendieron de alguien los fundamentos, obviamente, pero luego los amoldaron a su propia naturalidad.

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Al churrianero, por ejemplo, las primeras y principales nociones se las enseñó su hermano Juan, doce años mayor que él y dedicado a la docencia del golf, porque es pura ley de vida que no todos los profesionales (ni siquiera el uno por ciento) puedan ganarse el pan en la competición de élite.

Además, “a Juan le encanta enseñar, es un enamorado del golf, lo vive con pasión”, nos dice Miguel mientras caminamos junto a él algunos hoyos del Majlis course del Emirates Golf Club, durante el Pro Am del miércoles. Por supuesto, todavía a día de hoy, salen a jugar por aquellos campos de Málaga cuando Miguel para por su tierra. Y podemos estar seguros de que el Pisha, el quinto de los siete hermanos Jiménez, todavía le pida al primogénito que le mire el swing si hay algo que no va bien…

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Miguel es mecánico de su propio swing, de su golf. Nunca ha tenido un entrenador, tal y como suele entenderse esta figura, aunque sí ha contratado a algún profesor en momentos determinados y nunca durante más de un año seguido. Fue el caso del sudafricano Jamie Gough, entre otros (muy, muy pocos en cerca de cuarenta años de carrera profesional). Después, también tiene un círculo de confianza. “Cuando coincidimos, si lo necesito, a lo mejor le decía a Chema (Olazábal) que me mirase: oye, qué ves tu ahí. O Pascual y Andrés (ambos se apellidan Jiménez, pero no son familia del jugador), son gente con la que me he criado y conocen mi swing”.

Y es que hay una línea roja que Miguel Ángel Jiménez jamás ha traspasado ni traspasará: la de los grandes cambios en el swing. De hecho, considera que normalmente este tipo de decisiones son un gran error. “Lo que hay que ir haciendo con el paso de los años es depurar, arreglar pequeñas cosas, pulir y pulir, pero esos grandes cambios en los ángulos y en tu forma natural del swing te pueden llevar al desastre”. No tiene ‘trackman’ ni lo utiliza y cualquier diagnóstico lo realiza con el vuelo de la bola.

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Pues eso: pulir, retocar, limar, limpiar, depurar… Son estos los verbos que utiliza Miguel, cuando se refiere al trabajo y, en definitiva, al mantenimiento estable del swing y del juego. Porque, además, su amplia experiencia le ha acabado dejando una certeza, respecto al origen de casi todos los males que aquejan a un swing de golf, sobre todo en los niveles extraterrestres en los que se mueven los profesionales de élite: “al final, cuando no estás pegando bien a la bola, suele haber un problema de ritmo. El ritmo es la base de todo”, sentencia. Y no los ángulos de ataque, ni la posición del palo arriba, a mitad o en el arranque, o la del hombro, las rodillas, caderas, los pies o la cabeza… El ritmo.

Pulir, retocar y volver a pulir. A día de hoy, por ejemplo, Jiménez está llevando a cabo una ligera modificación en el grip. “Es un cambio de nada, una ‘mijita’, que he tenido que hacer porque me estaba haciendo daño en un dedo, me cogía un pellizco que me molestaba… Es poca cosa, pero de todas maneras me sentía muy raro e incómodo cogiendo el palo y tienes que trabajarlo y acostumbrarte”. Mucho no ha tardado en hacer el ‘nuevo callo’, pues viene de ganar en Hawái…

Ha sido un tramo de apenas cuatro hoyos (del 5 al 8), no llega a una hora larga, caminando junto a Miguel y charlando de estas y otras cuestiones. Y hoy, en esta esquina del Majlis course, cualquier lección que el andaluz sacara de su particular manual del autodidacta, quedaba refrendada y atornillada por un juego, el suyo, de pura delicia: ‘drivazo’ en el 5; tirazo a green; gran drive en el 6, excepcional hierro a green en uno de los hoyos más complicados del campo, si no el más complicado; disparo de antología en el 7, par 3, dibujando ese draw moderado y certero, tan suyo (la deja a metro y medio del hoyo); ‘drivazo’ en el 8, mayúsculo, y a continuación un hierro desde 148 metros no menos grande y preciso (la deja a dos metros); otro drive formidable de ritmo y precisión en el 9… Y allí lo dejamos, mientras Martin Kaymer («Martínez» lo llama Miguel) subido en el tee, lo felicitaba. No hay un solo ápice de exageración en el relato de esta sucesión de golpes. Podemos jurarlo.

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