Era un 13 de agosto de 2016, sábado para más señas. Alejandro Aguilera, Raspu para los amigos, ponía patas abajo Muirfield. El santuario. Lograba dos victorias en cuartos y semifinales y se metía en la gran final del British Boys. Tenía 16 años y en España, muy dados a ello, empezábamos ya a hacer cábalas sobre cuál sería el techo de este simpático y muy hábil jugador madrileño. Realmente no lo tenía. Curiosamente, esa misma semana, Rafa Cabrera Bello y Sergio García estaban peleando por las medallas en los Juegos de Río y Jon Rahm se batía el cobre en el John Deere, uno de sus primeros torneos en el PGA Tour. Aguilera apuntaba a ellos, a ser uno de los elegidos…
Sin embargo, no hay nada más inescrutable que los caminos en el golf. Siete años y cuatro meses después, Aguilera se ha pasado a profesional, bastante más tarde de lo que imaginó aquella gloriosa tarde agosto. «No voy a mentir. Mi objetivo era otro en aquellos días. Te ves arriba y yo lo que quería era hacerme un Jon Rahm, estudiar en Estados Unidos, pasarme a profesional y jugar en el PGA Tour. Ves a mis compañeros de generación, Puig, Rousaud o Chacarra e inevitablemente piensas qué ha pasado aquí, qué he hecho mal. Nunca lo sabes. No hay una respuesta única, ni sencilla. Ojalá fuera tan fácil. Es la suma de muchos factores, un cúmulo de cosas. Está claro que hace cinco años no esperaba estar en esta situación, pero lo bueno es que se puede llegar de muchas manera, soy muy joven (23 años) y tengo toda la ilusión del mundo y un poco más. Sé que lo puedo conseguir», explica en una interesante charla con Ten Golf.
No hay mayor cliché que la frase la vida puede dar muchas vueltas. Pero que se lo digan a Alejandro. Hace apenas dos meses ni siquiera tenía claro si se iba a pasar a profesional. De hecho, más bien estaba en el no. Sí, la calidad siempre ha estado ahí, seguía haciendo vueltas muy bajas, como aquel majestuoso 62 en la primera ronda del Campeonato de Europa, pero no sentía la consistencia necesaria como para afrontar un camino tan duro como el golf profesional. «Ya es difícil estando muy bien de juego y con confianza como para pasarse a pro con dudas. Había algo en mi swing que no cuadraba, que fallaba y tenía claro que si no lo resolvía no me iba a pasar a pro», señala este aplicado estudiante de Business Analytics al que apenas le quedan unos días para pasear con orgullo su título de experto en big data aplicado a la empresa.
Precisamente, el principio de la solución de sus problemas con el golf estaba en los datos. La voz de alerta la dio el trackman, bien interpretado por Miguel Ángel Duque. «Mis números en el face to path eran muy inconsistentes. Así encontramos el diagnóstico. El face to path es cómo llega la cara del palo a la bola y en mi caso era un poco caótico. Hay que acercarse al 0,0, aunque todo lo que esté entre el cero y el más-menos dos, es bueno. En mi caso había de todo. Era algo que se me escapaba y ahora lo hemos detectado. Tengo que dar las gracias a todos los que me han ayudado en este proceso, desde Javier del Carmen a Juan Ochoa pasando por supuesto por mi entrenador Ismael del Castillo o Duque. Fue el punto crítico. O arreglaba eso o no me pasaba a pro», explica rotundo.
El proceso, eso sí, no ha terminado. Más bien al contrario. No ha hecho más que empezar. «Ojalá fuera tan sencillo como pulsar un botón y arreglarlo. Para nada. Hemos hecho una parte muy difícil. Hemos encontrado el camino, pero ahora queda mucho trabajo por delante. Mi problema era que en el tope de la subida de mi backswing, justo antes de iniciar la bajada, abría la cara del palo y después lo tenía que corregir para tratar de llegar cuadrado a la bola. Se trata de neutralizar ese palo abierto. El diagnóstico ha sido un paso de gigante, pero no hay fórmulas mágicas. Ahora toca trabajar en la cancha, dar muchas bolas y hacer repeticiones. Lo más importante es que tengo mucha ilusión. Lo entiendo y lo veo», apunta con una madurez exquisita. Es pronto, pero los resultados se empiezan a ver con vueltas de cuatro y cinco menos en los días de entrenamiento. Ahora está deseando probarlo en la competición. Cuando hay que contarlas.
Raspu se marchó a estudiar a Estados Unidos en 2019. Allí vivió otra montaña rusa. Ingresó en la TCU, Universidad Cristiana de Texas. No tardó nada en destacar. Se hizo rápido un hueco en el equipo, lideró las primeras clasificatorias y firmó buenas actuaciones en sus primeros torneos. La experiencia fue de más a menos. Se juntó todo. Su juego empezó a bajar, el coach no le dio la confianza que necesitaba en esos momentos y, además, un enamorado de la física y la astrofísica como él, no estaba estudiando lo que quería, precisamente por consejo del equipo de golf. La gota que colmó el vaso fue el covid en 2020. Se volvió a España y, aunque no estaba inicialmente en los planes, decidió no volver a Estados Unidos. Se quedó en Madrid y comenzó a compaginar el golf con los estudios en la Francisco de Vitoria. Recuperó su juego y su alegría, dos aspectos que van estrechamente ligados en su vida.
Precisamente, en su primer año en la TCU coincidió con Hayden Springer, que estaba en su último año. Springer acaba de conseguir hace una semana la tarjeta del PGA Tour a través de la escuela. Otro aliciente extra. «Por supuesto que es inspirador. Teníamos muy buena relación. Es un tío muy tranquilo y buena gente. Me alegro mucho por él y por su historia, con la trágica muerte de su hija pequeña. En aquel año de universidad recuerdo que fue de menos a más. Al principio le costaba meterse en el equipo para jugar los torneos, pero acabó la temporada espectacular. De hecho, ganó el torneo de conferencia pelando por la victoria con Viktor Hovland y Matthew Wolff, cuidado. Es una persona encantadora, muy ordenado, muy de Texas y en cuanto a su golf diría que lo mejor de largo es el putt… Súper pateador. También destacaría que es muy tranquilo, lo que en América llaman un Iceman«, señala.
Quién sabe si en un futuro no muy lejano acaban coincidiendo de nuevo peleando por victorias en el PGA Tour. Es la aspiración de Aguilera, su deseo y su sueño, aunque siempre con los pies en el suelo, sabiendo que hay mucho trabajo que poner en el camino. En 2024 intentará jugar todo cuanto pueda y aprovechar las oportunidades que aparezcan con el objetivo final puesto en la próxima escuela del Circuito Europeo. Del 0,0 al infinito.