LIV en Valderrama y, según ha adelantado hoy esta web, el club sanroqueño ató bien atado un torneo de 25 millones durante cinco años y, si no pudiera ser tras la fusión, aún en pañales, del PGA Tour, el DP World Tour y PIF, los saudíes tendrán que pasar por caja y soltar 10 milloncetes de euros. Buen negocio. No he visto el contrato pero hago una imploración, pues imagino que no habrá ninguna cláusula ad hoc: el próximo torneo aquí que no sea en verano, madre del amor hermoso. Las temperaturas han superado los 30 grados y estamos que nos asamos. Aquellas citas en Sotogrande de octubre o incluso inicios de noviembre eran agua bendita en cuanto al mercurio. Alguna vez cayeron buenas trombas y hubo aplazamientos por la lluvia, como en 2018, cuando sólo se disputaron tres vueltas. Saliendo los partidos a la una y pico de la tarde y con este sofoco, lo mismo le da una lipotimia al más pintado, por más que Valderrama no haya visto semejante cantidad de bermudas, pero no de hierba, sino de indumentaria. Sólo Patrick Reed, que precisamente no tiene hechuras de fondista etíope, gastaba pantalón largo en el majestuoso recorrido de la Ryder del 97. En fin, señor Norman, o quien venga luego si al australiano le cortan la cabeza, busquen otra fecha más fresca y, de paso, que no sea temporada alta, que está la cosa canina de perras, valga la redundancia. Al buen tiempo, mala cara. Se lo decimos nosotros, Greg, que somos de la tierra.
La actuación de un cuadro flamenco (aquí pecó de raciendad LIV siendo un circuito taaaaan moderno) dio paso a la salida en tromba (todos a-la-misma-vez, que diría Manuel Ruiz de Lopera) de los 48 golfistas. Minutos antes, una voz sólo por la megafonía algo así como «se cierra el campo de prácticas, jugadores preparados», que nos enterneció porque parecía un torneo de chavalines en vez de un evento petromillonario. Bajando a la sala de prensa, en fila, había un batallón de furgonas (vans para los finos) del Equipo A prestas y dispuestas para recoger a los jugadores en sus últimos hoyos. Que no les falte de nada a los mozos. La música amansa a las fieras y por estos lares hay casi los mismos altavoces que alcornoques. ¡Qué barbaridad! Sólo he reconocido la canción de marras de Shakira sobre Piqué. Ni el pinchadiscos (perdón por la palabra ochentera) ni servidor somos melómanos, con la diferencia que a él le debe encantar el reguetón y a mí me da jaqueca.
No crean que estuve en la sala de prensa con el aire acondicionado y poniéndome púo de comer (el catering regulero, por cierto). Intenté seguir el partido de Sergio García, Phil Mickelson y Harold Varner III, pero me agobié en el primer hoyo porque estaba minado de aficionados. Me adelanté y pillé a Brooks Koepka, Bubba Watson y Patrick Reed. El primero ni se inmutó después del lío en que se metió en el 4: salida a los árboles de la izquierda, de segundo se fue por la derecha hasta una acequia, cero cabreo, escupitajo marca de la casa en el canalillo, dropaje, gran tercer impacto, que era su cuarto, y al final un gran bogey. Bubba va a por todas con el driver cada vez que puede. Salidón y tentetieso en el 5 y lo mismo en el 8. Aquí hemos venido a jugar. De Reed, salvo el pantalón largo, tengo poco que aportar. Había una señora muy señoreada (y guiri) siguiendo el partido y no he averiguado si era la esposa o la hermana o la madre de alguno de la terna, pero llevaba oro en la muñeca como si fuera M. A. Barracus (me encantaba el Equipo A). Graeme McDowell va arriba y nos alegramos porque ganó en Valderrama en 2010. Eran otros tiempos y se lo llevó un 31 de octubre, no en pleno tueste estival. Álex Larrazábal y Eduardo de la Riva esperan en el green del 6 el golpe de Sergio García. Y a David Durán, no es broma, lo paran más que a James Piot. Cuatro jóvenes lo abordan: «Estamos suscritos a Ten Golf«. Igual no es cierto, pero vaya subidón nos dio…
